15. Libertad

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Zass fue empujado al interior de su celda y los policías la cerraron a sus espaldas

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Zass fue empujado al interior de su celda y los policías la cerraron a sus espaldas. Se aproximó a la litera más cercana y dejó caer su peso sobre el duro colchón. Echó un vistazo a sus brazos y piernas. Estaban magullados y cubiertos de heridas y cortes de diversos tamaños.

Zass introdujo su dedo índice en un pequeño agujero que le habían hecho con un cigarro encendido en la palma de su mano y comenzó a hurgar en él, haciendo que la herida volviera a sangrar copiosamente. Un agudo y eléctrico dolor recorrió su mano y lejos de incomodarle o hacerle sufrir, reconfortó enormemente a Zass. El dolor físico le hacía sentir vivo, le encantaba. Podía dedicar tardes enteras a autolesionarse y mutilarse, y aquello era algo de lo que disfrutaba de forma enfermiza.

La prolongada y dura paliza que le habían dado los policías le había gustado. De hecho, le había encantado. Pero habían cruzado una línea que Zass nunca permitía sobrepasar: tocar su mascara de piel humana. Esos policías no solo la habían tocado, sino que se la arrancaron de cuajo y la dejaron tirada en el suelo, dejando a la vista su deformidad de nacimiento.

Zass había nacido con una grave deformidad facial, que provocaba que su piel parecía derretida. Unas gruesas y prolongadas ojeras opacaban su mirada. Sus pómulos eran asimétricos y abultados y su mandíbula estaba notablemente torcida hacia la derecha, haciendo que varios de sus dientes molares fueran visibles incluso cuando Zass tenía la boca cerrada.

Se levantó con un gruñido inentendible y se aproximó a los barrotes. Observó a los presos que tenía enfrente, que hablaban entre ellos sentados cada uno en su litera. Zass silbó en más de una ocasión, hasta que sus "vecinos" se percataron de su llamada. Ambos se levantaron de sus camas y se acercaron a los barrotes con indecisión. Todo el ala de celdas sabían quién era el Hombre de las Mil Caras e incluso entre delincuentes, era alguien digno de temer.

- ¿Por qué estáis aquí metidos?- preguntó Zass clavando sus negros ojos en ellos.

- Asesinato en primer grado.- contestó uno de ellos.- Una abuela que se negó a darme su bolso.

Zass soltó una corta pero excéntrica carcajada.

- Las abuelas son duras de pelar. No tienen nada que perder y se lanzan como lobas. Una me clavó sus agujas de tejer en el cuello. Tuve tos durante tres semanas.- dijo Zass.- ¿Y tú?

- Yo...

- Tú...

Antes de que el segundo preso pudiera contestar, un policía se interpuso entre ambas celdas y gritó pidiendo silencio. Los dos de enfrente volvieron a sentarse sobre sus colchones y retomaron sus conversaciones. Por su parte, Zass se quedó en la misma posición, agarrado a los barrotes y mirando a aquel guardia.

- ¿Qué no has entendido?- preguntó el policía molesto.- Vuelve a tu cama.

- ¿Piensas a menudo en la muerte?- preguntó Zass.

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