Capítulo 32

122 14 1
                                    

Que Zelig haya sido lo primero que vi al despertar, fue como si estuviera en el paraíso. Su voz, la cual era normalmente un poco profunda, se tornó, por alguna razón, un tanto infantil, como si de un niño de tres años se tratase, su cabello color castaño totalmente despeinado, su cara hinchada de tanto dormir y su dulce aroma a chocolate, fue todo lo necesario para completar la fórmula que hacia que yo perdiera los estribos. Mi corazón se aceleró, el calor subió hacia mis mejillas, si hace nada estábamos hablando normalmente, ¿por qué ahora sentía muchas ganas de estar sobre él y comérmelo a besos? Me cubrí la cara, ¿qué me estaba pasando?

-¿Sucede algo? -dijo Zelig, sacándome de mis pensamientos.

-N-No, nada. -abracé mis piernas. Esto, lo que estaba sintiendo, ¿eran las llamadas «ganas de acostarse con alguien» de las que tanto me habló Antje? Jesús, María y José, ¡No!

-¿Seguro qué no sucede algo? -me tomó por el brazo forzandome a que lo viera a la cara, no quería hacerlo, a esas alturas estaba rojo como un tomate-. Neferet, mirame a la cara yo no... -dejé de forcejear-. ¿Estás bien? Estás rojo.

-Es que yo... Yo... -titubié. No podía seguir viendo su cara, me estaba dando una crisis.

-Nef. -esbozó una sonrisa burlona- ¿Qué te sucede? Anda dime. -me tomó por los hombros y comenzó a zarandearme, como estábamos acostados, solo consiguió moverme ligeramente de un lado para el otro. De repente se detuvo, cerró los ojos lentamente y comenzó a respirar profundamente, estaba dormido. ¿Cómo era eso posible?

Mi corazón dejó de latir como loco. Con cuidado hice a un lado las manos de Zelig librándome de su agarre, me puse de pie lentamente y suspiré aliviado.

-Le prometo a todos los cielos guardarme hasta el matrimonio -le dije al techo del estudio.

Dejé a Zelig durmiendo y salí del estudio del hueco de la escalera, ahora que lo pienso, debo conseguir otro nombre para ese lugar. Como era temprano, todos dormían. Fui hasta la cocina y me serví un vaso con agua. Cuando terminé de beber el agua, escuché pasos provenir de las escaleras, alguien despertó. Entrando a la cocina dando un gran bostezo, con el pelo hecho un lío y con ojeras muy marcadas, estaba un Robert recién levantado, me dio los buenos días y fue directo a la despensa, sacó un empaque de café y luego puso a calentar agua en la cafetera, al parecer, no tuvo una buena noche.

-Espero que te guste el café salado, porque eso es sal, no azúcar. -dije cuando mi padre estaba por su segunda cucharada de sal.

-¿Qué? -se volvió hacia abajo, los envases de sal y de azúcar eran iguales, pero se diferenciaban por la tapa azul para la sal y la tapa azul con un punto negro para la azúcar-. Estas de chiste. -suspiró- Bien, no será la primera vez que tome café salado.

-¿Estás bien? Te ves cansado.

-Sí, estoy bien, solo es que tu madre no paraba de dar vueltas en la cama y no me dejó dormir bien. -volvió a suspirar-. Y ¿cómo estuvieron las películas?

-Te seré sincero, me quedé dormido.

Ambos nos quedamos en silencio, nos vimos fijo y, después de dos sorbos de café salado, estallamos a reír.

-Antje también hacía eso cuando estábamos de novios -dijo casi escupiendo el café-. Me hacía alquilar películas, las cuales nunca entendía, para luego quedarse dormida.

-¡Hace lo mismo cuando vemos programas de televisión! -golpeé la mesa en un ataque de risa.

-¿Qué es tan gracioso? -volteé la cabeza, Antje estaba de pie en el umbral de la cocina, acababa de despertar. Mi padre paró de reír y adoptó una expresión seria.

Como te odio [Yaoi/Gay]Where stories live. Discover now