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Magsimula sa umpisa
                                    

El forense asintió e hizo una señal a sus compañeros para que cargaran a los cadáveres en las camillas. Tras cubrirlos con plásticos negros, se dispusieron a sacarlos de aquella vivienda para llevarlos a la morgue, donde se les realizaría la autopsia.

Tras esto, tan solo Lucía, Bastian y Ben se encontraban en la escena del crimen.

- ¿Quieres que te lleve a casa?- preguntó Ben mirando a Lucía.- Me pilla de camino.

- No, no. Gracias. Prefiero caminar... me sirve para desconectar.

- ¿Seguro? Es tarde y está lloviendo.- añadió Ben

- Seguro.- respondió Lucía esbozando una sonrisa.- Iré andando.

Ben miró a Bastian y ambos se escogieron de hombros sonriendo y se acercaron hacia la salida, seguidos por Lucía. La casa dónde se había realizado aquel crimen se encontraba en un tercer piso, por lo que tuvieron que bajar bastantes escaleras para pisar la calle. Tal y como Ben decía, una considerable tormenta caía con violencia sobre el enorme grupo de coches policiales que allí habían aparcados.

Lucía se colocó sus auriculares y tras despedirse de sus dos compañeros, comenzó a caminar por la empapada acera. Su casa se encontraba a un par de minutos andando, por lo que ni siquiera se preocupó por abrir su paraguas. Además, disfrutaba de la lluvia mojando su rostro, le ayudaba a despejarse y ahondar en sus pensamientos.

Caminó durante unos minutos y finalmente llegó hasta la puerta de su casa, en la zona central y más urbazinada de Alaska. Introdujo las llaves y abrió con la puerta con rapidez, introduciéndose en el cálido interior. Caminó a lo largo del pasillo y se dirigió hacia su cuarto. Había sido un día largo y necesitaba una ducha fría. Tras desvestirse, se introdujo en la bañera y dejó que la gélida agua nublara sus sentidos.

¿Zass volvía a asesinar? Con la pareja que hoy habían encontrado asesinada ya eran más de cincuenta víctimas atribuidas al "Hombre de las mil caras" apodo con el que algunos mendigos y borrachos le llamaban. Este apodo parecía referirse a la mascara de piel humana que Zass acostumbraba a llevar, compuesta por trozos de cara de sus víctimas cosidas entre si por hilos de cuero. Zass era un frío y bestial torturador, que dedicaba varias horas a hacer sufrir a sus víctimas. Era un psicópata que solía transitar los barrios más pobres de Alaska, teniendo una estela de sangre tras sus pasos.

Lucía salió de la ducha después de cinco minutos y salió envuelta por una toalla para dirigirse a su armario. De allí sacó su pijama y se vistió con él. Mientras todavía secaba su larga cabellera, se acercó al comedor y encendió el televisor. En él, narraban lo que parecía ser una de las peores matanzas de la historia de Alaska. Un joven de dieciocho años, conocido como Connor Mason, había asesinado a su familia entera y a otros jóvenes que al parecer guardaban relación con la hermana de este. Cuando Lucía encendió el televisor, se podían ver imágenes de aquel joven siendo introducido a los juzgados de Alaska, mientras una enorme multitud de personas le insultaban y lanzaban objetos.

Cuando Lucía comenzaba a acomodarse en el blando sofá, escuchó como la puerta de su casa se abría lentamente. Rápidamente, levantó la cabeza por encima del asiento y observó como efectivamente su puerta se encontraba entornada. Se levantó tratando de hacer el mínimo ruido posible y se acercó lentamente hacia la puerta. Mientras mantenía su mirada fija sobre la puerta, abrió uno de los cajones que se encontraban en el armario del recibidor y de él sacó una pistola. Retiró el seguro del arma y abrió la puerta con velocidad. Al hacerlo, tan solo observó el jardín totalmente oscuro y sin nadie en él. Tras varios segundos en los que no vio nada, resopló y cerró la puerta...¿Cómo se había abierto? En aquellos momentos Lucía estaba totalmente segura de que la había cerrado con llave. Seguía apoyada sobre el pomo de la puerta, tratando de encontrarle sentido a aquello, cuando de pronto, una ronca carcajada a sus espaldas hizo que su piel se erizara. Al girarse con la pistola sujeta por ambas manos, observó la cabeza de alguien que sobresalía por encima del asiento del sofá, sentado tranquilamente en él.

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