Capítulo 17

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Todo esto me daba miedo. Mucho. Alguién, cuyo nombre desconocía por ahora, me pedía que fuese a una dirección determinada. Supuse, quién podía ser. Es más, sabía quién era la persona que me esperaba tras esa nota de color blanca. Si iba allí me delataba a mí misma. Pero a su vez, quería saber el motivo por el que había venido. El motivo por el que estaba haciendo todo esto. Ahora la cuestión es, ¿con qué fin? ¿Bueno o malo? Siempre recordaré esa última llamada con mi padre. Podía sentir casi su dolor, su arrepentimiento, su lamento por lo que pasó. ¿Habría cambiado ahora?

Solo había una manera de averiguarlo.

(...)

Caminaba lo más rápido que podía. Casi corría. En llegar a la dirección indicada desde mi casa se tardaban unos veinte minutos, y quedaban quince para que los relojes marcaran las diez y media de la mañana.

Por fin. Al fin, llegué a ese misterioso lugar, que, finalmente resultó ser una biblioteca.

Normalmente, o no tan normalmente, en las películas cuando te mandaban una nota anónima con un dirección y una fecha, solía ser una cafetería. Un lugar donde la gente se camufla, hagas lo que hagas. Pero, ¿una biblioteca? Ni siquiera podríamos hablar. Era un lugar pacífico, de tranquilidad.

Había que reconocer, que se me podía oler el miedo y el pánico a distancia. Estaba cagada.

Tomé aire y lo sostuve en mis pulmones. Di un ligero paso para abrir la puerta de aquella biblioteca, pero noté una extraña sensación por detrás de mi cuerpo, lo que me hizo que parara y que soltara todo el aire que había contenido. Sentía que había alguien detrás de mí, pero por alguna razón no me moví. Cerré los ojos fuertemente y rezé por que esa desagradable sensación desapareciese. En cuestión de segundos noté como la presencia se alejaba y terminaba desapareciendo. 

Me giré lentamente, y como era de esperar, no había nadie. Decidí seguir con mi camino y aventurarme en aquella biblioteca. Metí las manos en el bolsillo de mi chaqueta de seda. Palpé una tira de papel. La saqué con cuidado y la leí atentamente.

"Escalera subirás y a la segunda responderás, la mano izquierda usarás y alli donde verás, a la primera puerta está."

Me asusté un poco al leer eso. Él me estaba esperando.

Abrí la puerta de aquel tan hermoso lugar y la primera visión que tuve, fue la de un salón blanco. Una enorme mesa me esperaba junto a una señora mayor. Agaché la cabeza y pasé de largo, esperando que aquella señora de pinta refunfuñona no me dijera nada. Tuve suerte y no lo hizo. Busqué las escaleras con la mirada, pero no hizo falta. Al subir de nuevo mi cabeza unas escaleras de caracol se apreciaban ante mí. Reojeé de nuevo mi nota. La saqué con disimulo y la volví en leer, procesando todo lo que contenía.

—Segunda planta —murmuré. 

Subí las escaleras despacio, intentando no hacer ruido. Una vez llegada a la segunda planta miré hacia el lado izquierdo. Observé, como bien decía, un gran cristalera. Un sin fin de estanterías con pequeños coloridos libros. La cristalera me permitía ver un hombre, con una gorra y una camiseta blanca. Estaba leyendo un libro por lo que no podía reconocer su rostro.

Llené mis pulmones de aire y lo expulsé poco a poco. Miré fijamente aquel lugar y con ligeros pasos me adentré en la gran cristalera.

Se abrió despacio y caminé mientras mis zapatos resoban por toda la habitación. Aquella persona que se encontraba allí alzó su rostro, y comprobé que era él. La misma persona que pagaba su mal humor conmigo. Todos los días. Durante tres años.

Su rostro no había cambiado nada. Es más, parecía mucho más joven. Aparentaba unos cuarenta, y eso que tenia cuarenta y cinco. Su pelo, estaba de color castaño, peinado hacía atrás y su barba del mismo. Sus ojos verdes miraban los míos con profundidad. No sabía que decir. Mi rostro estaba pálido y las palabras no salían de mi boca. Él, sorprendido se diriguía, lentamente, muy lentamente hacía mí. Por un lado estaba sorprendida, sin saber bien porqué, ya que sabia perfectamente quien era antes de venir.

—Papá... —dije con un nudo en la garganta. Solo quería llorar. Irme cuanto antes y echarme llorar. 

Se acercó a mí e hizo el intento de colocar su mano en mi mejilla, pero yo se lo impedí:

—No me toques —dije fría mientras apartaba su mano bruscamente.

Y me fui de allí. Cruzé de nuevo la cristalera y baje otra vez esa escalera gris de caracol.

Corrí por esos callejones asustada, mientras las lágrimas amenazaban con acechar mi rostro, hasta que una voz me paró.

—¡Espera! ¡Elena! ¡Hija! —decía su grave voz.

—¿Qué quieres que espere? Es más, ¿qué esperabas que ocurriera? —le grité— ¡Qué te perdonase, que hablásemos cómo si nada hubiese ocurrido! ¡Te recuerdo que me pegaste, que me maltrataste durante tres años sin importarte lo que yo sentía! —las lágrimas no aguantaron ni un segundo más y cayeron como si de las cataratas del Niágara se tratase.

—A eso he venido, cielo... A.. a disculparme por todo lo que pasó. Fui muy egoísta y muy mal padre. No merezco una hija tan maravillosa como tú.

—No puedo seguir escuchando esto —dije.

—Dame una única oportunidad, por favor hija —suspiré —Quedamos aquí mañana a las nueve y media—dijo entregándome una tarjeta con una dirección —Por favor...

—Esa es la cafetería donde trabajo —respondí mientras señalaba la tarjeta. Él sonrió victorioso.

—¿Vendrás? —preguntó.

—No lo sé. Lo tengo que pensar.

—Por favor...

Y observando como se iba, me quedé con la gran duda de que hacer. Pensando, si algún día recuperaría mi vida perdida.

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Capitulo de regalo! Sé que subí ayer, pero creo que os lo mereceís, porque las criticas que me haceis son buenas y yo no podría seguir con esto si no fuera por los que lo leeis.

Millones de gracias.

Por vosotros.

Con mucho amor, Elle.

Escondidos → Niall Horan || (sin editar)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant