—Eso lo dices porque a ti te encanta y te lo pondrías hasta para dormir —señalo, entre risas—. No puedo creerte cuando sé que darías un golpe de estado y empezarías la dictadura del rojo.

Ella se ríe conmigo. No nos da tiempo a hacer más bromas sobre su curiosa obsesión por el Gabrielle de Chanel: Jacqueline entra en la sala que hemos alquilado para celebrar su despedida y nos ponemos a gritar como locas. Claude ha tenido la gran idea de quedarse en el coche, por suerte para nosotras: de lo contrario habría visto cómo Nina empieza a agitar dos botellas de Beefeater en alto, como si fuera en realidad la bandera de la revolución francesa.

—Muy amable por su parte lo de hacerse la sorprendida —me dice Adrienne al oído, sabiendo que hablando en tono normal no conseguiría que la escuchara. Katia gritando es peor que la bocina de los bomberos y las bombas de Hiroshima y Nagasaki juntas.

—¿A qué te refieres?

—A que Nina es una bocazas y se le escapó casualmente delante de ella el día en que haríamos todo esto, de qué la disfrazaríamos y la mentira que contaría Claude para traerla hasta aquí.

Arrugo el entrecejo y le lanzo una mirada frustrada a Nina. Ella no me ve: está ocupada dándole un abrazo teletubbie a la prometida.

—¿Se puede saber cómo se te puede escapar todo eso de una tirada? —Enseguida llego a la conclusión yo solita—. Vale, ya. Sigue siendo Nina. No sabe ni guardarse nada ni mentir.

—Tendríamos que haberla amordazado.

—Podemos hacerlo luego a modo de castigo —propongo—. Pero después de comernos a besos a Jacques.

Dicho y hecho. Adrienne y yo nos unimos al abrazo. Ella nos recibe con su adorable sonrisa con hoyuelos, sus pestañas siempre enredadas y su energía desbordante. Es fácil querer a una persona como Jacqueline, y más aún estar con ella. No importa el día, la hora o el momento: está eternamente de buen humor y no rechaza una propuesta sobre ir a bailar o montar una fiesta ni con cuarenta de fiebre. Creedme, lo sé porque se dio el caso.

Cuando ya he hecho una breve demostración de solo una pequeña parte de lo mucho que la adoro, aprovecho que se la llevan para disfrazarla de geisha para ir a por Marcel. Compruebo en la pantalla de mi móvil que está en la puerta y salgo a recibirlo.

Me lo encuentro apoyado en el capó de su coche, con solamente una camisa con tres botones desabrochados, unos vaqueros más ajustados de lo normal y unas zapatillas de loneta.

—Llego a saber que vendrías de ese color y no me habría puesto esta camisa. —Chasquea la lengua—. El morado y el azul se matan, ¿sabes?

—Pues ya vas a morir de algo más, porque desde el principio te iba a matar con mis propias manos, Marcel Gautier. —Pongo los brazos en jarras y le lanzo una mirada cargada de rencor—. ¿Por qué diantres vas diciendo por ahí que quieres aprovecharte de mí? ¿Qué tengo que pensar sobre tu reputación de tratar a las mujeres como animales a los que fecundar?

Marcel esboza una sonrisa de pillín. Se impulsa desde el capó para acercarse a mí.

—Sí que se enfadó si utilizó todas esas palabras para contártelo.

Bufo y lo empujo por el pecho.

—¿De qué vas? ¿Por qué vas diciendo eso?

—Se lo he dicho solo a Gael.

—Lo sospechaba, sí. Y por eso pregunto. ¿Por qué lo has hecho?

—Te dije que haría algo al respecto, y he cumplido mi palabra. —Encoge un hombro, restándole toda la importancia que tiene para mí. Es increíble cómo este hombre puede hacer que las cosas más desagradables dejen de serlo con un gesto—. Y tanto que lo he hecho. Se puso hecho un basilisco... No sé si fue porque no le hace gracia que folles con alguien más o porque no quiere que folles conmigo, pero fuera lo que fuere, ardió en celos como no he visto yo arder a nadie. ¡Fue divertidísimo!

Mi mayor inspiraciónOnde as histórias ganham vida. Descobre agora