XXVII. No te metas con las criaturas mágicas

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XXVII. No te metas con las criaturas mágicas


Trató de sentirse normal mientras pisaba el largo y muy descuidado césped del bosque prohibido. Era bien sabido que su aspecto era aterrador en un principio, calaba hasta el hueso esa oscuridad rodeándote, sin conocer a ciencia cierta qué escondía. Lena decía que a la larga no era tan malo. Luego de varias idas y venidas, se acostumbró, se habituó y con ello, se aseguraba de mantener esas propiedades invaluables a salvo.

Pero, íbamos no en esto, sino en aquello. Ese retortijón en el estomago, el no poder ignorar aquella molestia. Ubicada justo entre el pecho y el ombligo.

Negó. No podía sacarse de la mente aquella imagen de James Sirius, sonriendo con esa amabilidad irradiadle en él, siempre dispuesto a hablar con quien le hiciera frente, aún sin saber sus nombres. Demasiado servicial para su gusto. Pero ahí estaba, frente a esa chica. Ravenclaw y otra Hufflepuff. Le sonrieron y le hablaron con muchísima estima, más de la usual. Pero qué mas daba, eran solo niñatas de quinto y qué demonios hacía ella dándole vueltas una y otra vez a la imagen de él reglándoles esa gigantesca sonrisa, haciéndolas suspirar.

—¿Te puedes concentrar? Idiota no me sirves —se ordenó, cuando por penúltima vez en el día la imagen en su mente se reprodujo.

Llegó a la cabaña de Albus Dumbledore, la famosísima cabaña de la cual nadie tenía noción pero que cualquiera podría desear. No era para menos, escondía los más recónditos secretos del profesor, siendo todavía más vieja que la casa de los Dumbledore en el Valle de Godric.

Abrió la cerradura con la llave especial, luego con su magia suspendió los hechizos protectores hasta que se encontró en el interior y de nuevo todos los artilugios volvieron a funcionar.

Porque necesitaba uno de esos libros para ayudar a su familia. Con nueva residencia y la abuela en estado grave, sabía que era hora de actuar, así que se declinó a sus fuentes viables para hacer una mini guía para sus parientes. Solo eran los encantamientos necesarios para resguardarse. Si lo hacían al pie de la letra, estarían muy seguros. Sin duda.

Había palabras que se impregnaron en su memoria y aquellas, que Aaron siempre emitía con una precisión exquisita, eran especiales, a tal grado que solo fueron removidas de ella cuando su atención se dirigió a James Sirius y su coquetería natural.

Que le dieran. Ahí iba otra vez a pensar en burradas tan gastantes de tiempo y poco importantes, en su opinión.

Bueno. Lo único bueno de ello era que le generaban una molestia. Mejor eso, al dolor de cabeza que podría ser Joshua Huchbaum cerca suyo. Iniciando con un que carajos hacia por ahí y terminando con un cómo carajos te atreves a estar ahí. Porque se suponía que las convicciones que le inculcaron eran muy fuertes, siempre hablando del bien y del mal, de sus propios ideales que se suponía traspasarlos era pecado capital digno de ser castigado por la santa inquisición. Pero ahí estaba él, generándole una disonancia.

A él también que le dieran.

Escribiendo cada vez más furiosa en sus pergaminos, perfectamente protegidos para evitar duplicaciones o que pararan en manos equivocadas, garabateó con rapidez los hechizos. Lo hacia lo mejor que su humor la dejaba, pues la caligrafía debía ser legible para que no terminaran invocando a alguna criatura maligna en lugar de proteger su casa. Ese sería otro problema.

Una vez que terminó de consultar los libros, los resguardó en la vieja estantería, custodiada por una de las magias más antiguas del mundo, y se tomó el momento para merodear por los cachivaches que el viejo director resguardaba. Sí, era aprendiz de la magia y se había topado por obligación con artefactos y criaturas increíbles, pero había cosas simples que ella consideraba más mágicas.

Aprendiz de los doce magos | [Harry Potter Fanfiction]Onde histórias criam vida. Descubra agora