III. Los once magos y Albus Dumbledore

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III. Los once magos y Albus Dumbledore

Minerva McGonagall era una bruja brillante. Muchas de sus habilidades y cualidades le habían servido para llegar al cargo de directora en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería: uno de los mejores en toda Europa.

Pero justo en esos momentos se sentía la bruja más tonta en todo el planeta. Había dejado a esa chiquilla sola y había hecho justo lo que no quería. Todo podría echarse a perder tan rápido... Minerva no estaba dispuesta a perder la confianza que la comunidad tenía en ella.

Trató de ser paciente con ella, pero eran tan parecidas que no podía evitar que su carácter chocara con el de Magdalena. Dejó el giratiempo frente a ella en su escritorio.

Lena la miró confusa, causándole una mueca a la directora. Parecía que su padre, Robert, no la había instruido del todo respecto al mundo mágico y lo creía imposible... una familia como los Sheathes sin magia... todo un escándalo.

—Esto es un giratiempo, Magdalena —comenzó a explicar la directora—. Harás que el reloj grande dé veintidós vueltas, de éste modo llegarás con el profesor Dumbledore.

Esperó a que la niña tomara el collar entre sus manos. Tenía que hacerlo ya. No tenían más tiempo.

—Si no tienes alguna otra duda, será prudente que te vayas ahora, Sheathes —musitó tratando de no sonar impaciente.

Había algo en esa chica que la hacía sentirse molesta luego de adquirir su varita, como si una energía mala las adhiriera.

La pelirroja acató las ordenes y sin más demoras y antes de arrepentirse, tomó el gira tiempo entre sus manos: lo giró una vez y todo a su alrededor se volvió borroso, como si estuviera desenfocado. Una vuelta más y todo a su alrededor parecía ir retrocediendo. Una más, más y más. Pudo ver cómo salía Severus Snape y entraba de la oficina cientos de veces, maestros, personas, todo se veía tan borroso que se le volvía la vista pesada. Optó mejor por cerrar los ojos.

Sentía que su cuerpo se desvanecía. Fue hasta que dejó de lado esa sensación de no tener huesos cuando abrió los ojos y, se encontró frente a frente con un anciano sentado en una silla tras su escritorio.

Azul y gris hicieron contacto. Una extraña bruma se formó entre ambos de tal modo que sintieron que sus cuerpos eran los más livianos del mundo; levitaban. Maestro y aprendiz se reunían por fin..., significaba que su lienzo mágico estaba a punto de completarse, para ambos.

— Magdalena —fue Dumbledore quien rompió el silencio entre los dos.

Lena asintió sin poder emitir palabra alguna. Viajar en el tiempo no era algo que se hacia todos los días, le costaba creer que su realidad fuera esa; incluso podía sentirlo como un sueño.

— ¿Usted es Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore? —devolvió la pregunta la pelirroja.

—Así es, Lena.

—Demuéstrelo —exigió la pelirroja.

Nadie le había dicho que desconfiara de las personas, pero una pequeña voz en su interior le decía no confiara tan rápido.

El director se levantó de su asiento y alzó su túnica. Lena enseguida se tapó los ojos y retrocedió un paso. El anciano director se rió. —Tengo aquí una cicatriz única: en la rodilla izquierda tengo la forma idéntica al Metro de Londres.

La chica miró entre desconfiada e intrigada poco a poco. El anciano decía la verdad. Ofreció una disculpa en voz baja, pero Dumbledore echó el tema a un lado. No había pasado la mitad de su vida planeando ese momento para hablar sobre cicatrices sino para entrenar.

Aprendiz de los doce magos | [Harry Potter Fanfiction]Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora