Capítulo 75: Un paso a la vez

274 34 131
                                    

Luego de que mis oídos fueran bombardeados con esas suaves y calmas y a la vez tan escalofriantes palabras, como si ocultaran una palpitación oculta que Saul no se atrevía a soltar al aire libre, la línea se cortó y del otro lado del tubo del teléfono (en aquel misterioso lugar en el que rebotan las palabras, que yo imaginaba lleno de ruido blanco que enloquecería a los oídos, tinieblas y polvo espeso como la nieve o la cera de las velas, a falta de una explicación decente sobre el funcionamiento de la red telefónica) se impuso un tintineante silencio que amortiguó el eco de mi pánico interno ante las misteriosas palabras de mi amado. Dejé caer el antiguo aparato, que se deslizó de entre mis dedos hasta quedar colgado de su base como un ahorcado en una vieja pintura de un ajusticiamiento londinense, y a su vez me sentí atraída por la fuerza de gravedad como si de una leve pluma me tratase. Momentos después mis rodillas habían impactado contra la dura cerámica del suelo, raspándose su superficie en el proceso, y mis manos convertidas en puños aferraban el tenue aire y la nada mientras apretaba los dientes, como si de repente todo el miedo del mundo hubiera entrado en mi aún pequeño cuerpo adolescente, condenándome a la lenta y total aniquilación.

Este repentino acto de pavor que se tradujo en acciones ridículas y propias de un recluso de un manicomio no me sorprendió en lo más mínimo. Mi mente siempre ha sido una gigantesca máquina de jugar bromas, al punto de congelarme cuando tendría que actuar y ponerme en funcionamiento cada vez que la lentitud era necesaria, como en alguna vieja canción o fábula infantil que hablaba de la paciencia de la tortuga en comparación al desliz impetuoso de la liebre que perderá la carrera por su poca capacidad de controlar su entereza. Aunque quizá no se tratara de un error de mi cabeza atribulada y repleta de dudas e incógnitas que nunca terminaban de cerrar, sino más bien un acto natural de mí misma que no podía evitar al ser una persona demasiado desprovista de paciencia natural. En la comparación con la tortuga, yo no sería como el reptil sino más bien como el mamífero. Y no debido a una naturaleza de ganador y un liderazgo nato, sino más bien por mi incesante capacidad de dejarme guiar por mis impulsos. Yo era una persona sumamente instintiva a pesar de mi vida en la ciudad y mi hábitat urbano, como el perro faldero y domesticado que ve salir su lobo interior al ver a la presa correr y se agazapa y muestra los dientes, con los ojos al rojo vivo como sendas llamas en el interior del bosque. Y en esta oportunidad no fue la excepción: Algo dentro de mí a lo que no pude identificar (aunque obviamente ya no era mi Inconsciente. Aquel ser imaginario al que nunca quise admitir como una compañía se había esfumado al abandonar el alcohol por completo y más aún al regresar Saul a mi vida, como si la presencia del amor pudiera combatir su mala influencia) me dijo que era mejor que tomara las cosas con cautela, ir probando con lentitud las aguas como el pescador que tantea y revuelve antes de lanzar su caña. Este era un asunto de la familia de Saul: tendría que proceder con sumo cuidado, un paso a la vez...

Y fue entonces cuando los recuerdos me golpearon, como el leve tañido del pulso eléctrico al recorrer el cuerpo del condenado a muerte en la silla de los truenos, y un recuerdo (usualmente traslúcido y relegado a un lugar en el fondo de mis memorias) se estiró como una mariposa luego de salir de su crisálida y regresó a mi mente, revoloteando en círculos. Esto no me sorprendió: La larga ristra de reminiscencias, colores, imágenes y olores que componen mi pasado suelen de vez en cuando matizarse y volver a mí, como una de esas viejas instantáneas del siglo pasado que consisten en un montón de fotografías que se unen para formar un video en blanco y negro de un caballo y su jinete o un cachorro haciendo piruetas en un circo. Esa sería sin dudas la representación más sencilla de lo que sucedió en ese momento en el que, aún de rodillas sobre la fría superficie del suelo de la cocina, recordé algunas viejas palabras dichas en otro momento de mi vida en el que las cosas eran más fáciles, el dolor aún no había entrado por la puerta de atrás y no tenía que planear, a una edad aún muy corta, mi escape del helado vacío del séptimo círculo del Infierno.

War in the Jungle (GUNS N'ROSES) #HairRock #GNRAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora