Capítulo 40: Happy Holidays

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Descendimos las escaleras juntos, tomados de las manos. Yo estaba completamente atónita y no lograba disimularlo en mi expresión. Ojos muy abiertos, mejillas sonrosadas, dientes apretados ligeramente y un brillo particular en mis orbes pardos. No podía creer que una fecha tan importante se me hubiera escapado, como si de repente hubiera olvidado que la Navidad existía y que Saul pasaría a buscarme. Diablos, ¿Cómo podía olvidar la festividad más importante del año? Era casi como olvidarme de mi cumpleaños...

"¡Mi cumpleaños! ¿Cuánto falta? ¿Diez, doce días?"

Me abofeteé mentalmente. Efectivamente, lo había olvidado. ¿Cómo podía ser tan distraída? Me recordó a esa vez, hace ya tanto tiempo, que olvidé el cumpleaños de Nancy y me aparecí en su casa como siempre lo hacía para pasar el rato, sin regalo y vestida como una mendiga. Mi amiga me miró confundida, con su bonete de cumpleaños y su vestido de princesa rosado, rodeada de amigos y familiares que le ofrecían pastel y paquetes envueltos en papel fantasía. Yo le devolví la mirada, sin comprender nada y pregunté: "¿Es tu cumpleaños?"

Lo sé, casi puede parecer cruel a estas alturas, pero no estaba pasando por un buen momento en ese tiempo. Mi madre había recaído en las drogas duras y justo el día anterior había tenido que bañarla porque ella ni siquiera podía mantenerse en pie. Fue una velada muy complicada que hasta el día de hoy llamo "La noche más larga de mi vida". Y no da para menos teniendo en cuenta que no solo tuve que desvestir a mi madre, meterla en la ducha, enjabonarla y luego volver a vestirla, sino que tuve que hacerlo sin prácticamente ninguna colaboración de su parte. Ella estaba tan drogada que sus ojos miel no enfocaban y su piel estaba fría como una tumba y surcada de senderos de sudor, y sus movimientos se limitaban a espasmos musculares y escalofríos que repercutían como temblores sordos. Fue como vestir a una estatua, o mejor aún, a un cadáver. Gemma miraba toda la escena, con lágrimas pequeñas asomando a sus ojillos azulados verdosos. Pasé el resto de la noche consolándola, sosteniéndola contra mi pecho y diciéndole dulcemente el oído que mamá estaría bien, que algún día no muy lejano nos darían una bonita casa en una colina desde donde podría verse todo Blue River, y que no tuviera miedo, porque los Servicios Sociales (esas dos palabras que la asustaban aún más que el temido Coco o los monstruos que habitaban bajo la cama) jamás vendrían a buscarnos. Dije todo eso mirando con un ojo a mamá, inconsciente en el suelo frente a nosotras, y por mi cabeza pasaron mil pensamientos lúgubres y negros como el ala de un cuervo, que oculté convenientemente por el bienestar de mi hermana menor. No quería que comenzara a temer cosas como yo lo hacía. El temor es el primer paso para la derrota. Y yo podía haber sido derrotada hace ya mucho tiempo, pero no quería que mi hermanita también lo fuera.

Algo similar me ocurrió estos últimos tiempos, si bien ya no me considero derrotada. No, luego de mi huida a Los Ángeles ya no soy la misma de antes, como ya he dicho en innumerables ocasiones. Me he convertido en una adolescente hecha y derecha, y he dejado definitivamente mi lado infantil atrás. Prueba de esto es mi creciente responsabilidad y mis decisiones firmes, de las que no dudo segundos después de haberlas tomado, y mi creciente relación con Saul. Pero había algo que todavía no había podido superar del todo: que mi mente, cuando se trataba de recordar y organizar varias cosas, fallaba miserablemente. Estos últimos días había estado tan ocupada arreglando el desastre en mi departamento, que me había olvidado completamente de la visita de Saul. Era como si mi cerebro se hubiera transformado temporalmente en uno de esos disquetes de cincuenta centavos de dólar que se vendían en las casas de informática. Una vez que una información entraba, la anterior tenía que borrarse o se sobrecargaría el sistema y el disquete explotaría (o algo así solía contarme mi vecino, utilizando enormes epítetos para describir la explosión del disquete que había comprado y que había intentado rellenar de más información que la que soportaba. Desde entonces le temo bastante a los disquetes aún cuando sé que no fue más que un chiste).

War in the Jungle (GUNS N'ROSES) #HairRock #GNRAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora