Capítulo 45: Fast Forward

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Como ya he relatado en varias ocasiones, nunca fui una persona con una mente particularmente activa o con facilidad para las actividades que requieren una rápida respuesta. Mis instintos de acción y reacción, esos que me permitirían plantarme frente a mis problemas y encontrarles una rápida solución con el auxilio de mi formidable imaginación, por alguna razón del destino siempre estuvieron adormecidos y tienden a congelarse, como un lago en invierno o una de esas computadoras de principios de siglo, cada vez que los necesito para solucionar un conflicto. Cuando necesitaba encontrar una resolución en poco tiempo, mi mente se convertía en un oasis de confusión y quedaba literalmente en blanco.

Eso me trajo muchos problemas en diferentes momentos de mi vida. Pero al cabo de un tiempo he logrado acostumbrarme y vivir con ello. El tío Tony solía decir que ningún defecto viene sin una virtud, y sin dudas el azar me entregó un don a cambio de mi capacidad de reacción: mi gran facultad reflexiva. Lo que me falta en vivacidad me sobra en razonamiento. Sin dudas ese es uno de mis puntos fuertes. Puedo sentarme y reflexionar durante horas sin aburrirme, y lo hago con todos los temas posibles. Desde el sentido de la vida hasta la vida después de la muerte, pasando por religión, política, gustos musicales y cosas banales como la comida de ese día. Todas esas profundas cavilaciones a las que me entrego cada dos por tres ayudan a evitar que mi mente se duerma. Creo que si no tuviera la oportunidad de reflexionar, seguramente las neuronas de mi cerebro ya se hubieran dormido hace ya mucho tiempo. La reflexión es mi vía de escape de la realidad, mi juego neurológico y mi actividad predilecta.

Esa fue la razón que me atrajo a Cliff en primer lugar. Ambos parecíamos jugar el mismo juego. Mi primer amor, ese muchacho de rizos negros y piel morena cuyo nombre de pila ahora no podía ni pronunciar, ese muchacho tenía (en el mejor de los casos) aire en la cabeza. Quizá fuera que todas las neuronas se le habían escapado cuando le creció el cabello. No lo sé. Pero lo cierto es que era un muchacho instintivo, como los animales, que solo pensaba en sexo. Cliff también tenía sus aventuras sexuales, pero no eso no era el hilo vinculante de nuestra relación, como si lo había sido con Hudson. Lo que nos unía eran nuestras ideas, nuestras mutuas reflexiones, nuestros pensamientos en común. La pasión por Lovecraft, nuestro amor por el rock, el miedo a la inmensidad y al vacío detrás de los astros. Todas esas pequeñas preferencias, fobias y manías que compartíamos nos hacían (o al menos en mi caso) desear acercarnos aún más al otro, y palpar su alma para descubrir si, debajo de nuestras respectivas corazas de muchacho joven borracho y niña recién llegada al Sunset Strip, se ocultaba algún tipo de corazón humano. Y secretamente sabíamos que nuestros corazones, si podríamos verlos, latirían al mismo tempo y tendrían las mismas inquietudes.

Una de mis complicadas teorías mentales es que la verdad nunca se presenta frente a nosotros de manera directa. Nuestros ojos siempre se presentan nublados, y la realidad de las situaciones, sean usuales o inusuales o simplemente increíbles, permanece oculta hasta ese preciso momento en el que la niebla se corre de nuestras retinas y podemos ver la verdad en todo su esplendor. En ese momento pueden ocurrir todo tipo de cosas. Desde que simplemente aceptemos lo que estamos viendo, como si fuera algo más de nuestra ingente rutina, hasta que la súbita revelación nos provoque un desasosiego que parece no tener fin, creando en nuestro interior un caos de proporciones cósmicas.

Esa teoría mía encuentra fundamento en lo que sucedió ese mediodía, cuando Cliff me ayudó a deshacerme de Saul de una vez por todas. Fue en ese momento cuando comencé a ver al muchacho de bigote y largo cabello castaño de diferente manera. Fue ese preciso segundo, ese ínfimo momento comparado con la vasta extensión de los segundos de mi corta vida de 15 años, cuando al fin pude verlo con diferentes ojos. Y supe que encontraría en él bastante más que un simple amigo como tantos otros. Cliff era muy diferente a los pocos amigos que había hecho en mi vida. No se parecía a Nancy, no me recordaba a Steven, y mucho menos a Hope o a Freedom. Cada uno de ellos era un ejemplo aislado de diferentes valores, que contrastaban altamente entre sí y daban una pauta de los cambios en mis propias actitudes a lo largo de toda esta larga y pesada travesía con la que yo había renunciado a un futuro seguro, aunque melancólico y solitario, para lanzarme de bruces a un destino mucho más agradable, repleto de aristas y posibilidades, que si bien no me aseguraría el éxito al menos podría darme el lujo de disfrutar de la vida antes de que el anochecer se cerniera sobre mi cabeza y tuviera que abandonar el plano material para convertirme en energía.

War in the Jungle (GUNS N'ROSES) #HairRock #GNRAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora