Capítulo 44: Cara a cara

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Desde que la huella recta y de cinco dedos pisó por primera vez el suelo de esta tierra, los humanos hemos vivido con la inquietud constante de modificar todo. Es algo instintivo, tan viejo como las marcas que aún tenemos estampadas en nuestras manos, nuestros dedos y nuestros pies, que guardan un secreto que ni los más sabios han podido develar. Desde que comenzamos a pensar y abandonamos el instinto a favor de la razón; la pura satisfacción de los deseos físicos y orgánicos a favor de la búsqueda de un ideal mayor; el individualismo de buscar llenar el propio estómago y salvar el propio pellejo por la noción de comunidad y de ser querido y el simple status de pareja sexual por el de familia. Desde entonces, el humano ha llegado a creer que nada puede escaparse de su control. Que por haber llegado a un razonamiento ligeramente mayor al de las especies salvajes (nada puede compararse, como diría Lovecraft, a la sabiduría infinita del océano) cree que todo lo que suceda bajo su mirada debe ser tal y cómo él lo planeó. Como el Dios o el Prometeo de su propia especie, los humanos hemos logrado muchísimas cosas que incluso a los ojos de la creación serían imposibles: las flores y las frutas nacen y crecen cuando lo deseamos, lo hacen todo el año y no son devoradas por los insectos. Los animales nos obedecen y, a su manera, trabajan para nosotros. Hemos vencido a muchas enfermedades, modificamos nuestros cuerpos a nuestro antojo y somos artífices de nuestros propios destinos. Es razonable pensar entonces que, luego de todas esas acciones que tanto esfuerzo físico demandaron, un puñado de personas se haya dedicado al sublime acto de la reflexión.

Y aquí entra en juego la clasificación en físicos y pensantes, en la que no ahondaré porque sería demasiado largo y poco preciso. Me limitaré a decir que yo, por naturaleza, pertenezco a la casta de los pensantes. Una de mis mayores virtudes es mi alta capacidad para el pensamiento abstracto, que he demostrado desde niña con mi gran capacidad para la reflexión. Una de las muchas teorías existenciales que se entrelazan en la apretada maraña de mi cerebro, es que el hombre no es uno (como creen los psicólogos más tradicionalistas) ni dos (como proponía el autor de "El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde") sino muchos. Cientos y cientos de personas componen a un solo ser humano. El niño pequeño que llora al no encontrar su oso de felpa es una persona, mientras que ese mismo niño que juega con sus congéneres en el jardín, ya olvidado del peluche, es otra. El adolescente rebelde y ese mismo que disfruta la salida con sus amigos son dos personas completamente diferenciadas, que cohabitan en un mismo cuerpo y tienen frecuentes choques que pueden llevar a la persona a la determinación de su personalidad o a un completo y total caos.

Hablando de las pequeñas personas de las que me compongo yo... A decir verdad, si la Wish de hace un par de meses atrás (o mejor aún, de hace apenas una semana) me viera ahora, se desmayaría. No solo he roto mi pacto de abstemia; no solo me he separado de Saul, el muchacho que juré amar; no solo he olvidado por completo la mayor parte de mis creencias y mis promesas, sino que también no tengo ningún problema en admitirlo. La Wish de hace un tiempo se hubiera largado a llorar al descubrir que había bebido en un rapto de supuesta locura, se habría sentido desconsolada al saber que Saul le había sido infiel y que solo la quería por interés, habría llorado por horas encerrada en su habitación, como una princesa de un cuento sin final feliz. Pero esa era la antigua Wish. Esa chica frágil e ilusa que murió brutalmente apuñalada por la Wish de ahora y cuyo cadáver fue arrojado al río. Ahora todo mi mecanismo mental está en control de la asesina, y eso ha significado un cambio radical en mi personalidad. Si antes algunas cosas me importaban, ahora directamente ya las mando a la mierda. Como mi promesa de abstinencia de alcohol, por ejemplo. Hice ese pacto conmigo misma hace ya mucho tiempo, al ver el devastador efecto que esas sustancias tenían en mi madre. Me juré que nunca terminaría como ella. Y ahora mírenme, tirada en una cama de una pensión, completamente ebria y bebiendo vorazmente de la botella que Cliff trajo. Si la antigua Wish pudiera verme...

War in the Jungle (GUNS N'ROSES) #HairRock #GNRAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora