Capítulo 66: Been Down so Long

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Apenas penetramos en el vestíbulo de la delegación, nuestros pasos convirtiéndose en diminutos ecos contra las paredes de azulejos de límpido color y las palabras que de vez en cuando profesábamos muriendo al instante en nuestros labios, el silencio imponiéndose lentamente como el ganador de una ardua batalla, supe que algo andaba mal. El innato instinto de autoprotección se impuso en mi pecho, ocasionando un terremoto corporal. Mi piel se erizó; mi mano aferró aún más la extremidad de Saul, entrelazando nuestros dedos en un gesto de temor mezclado con infinito afecto. Mis ojos se entrecerraron, como si desearan escanear en su acto cada minúscula mota de polvo de la prisión. Mis reflejos se agudizaron y por un momento todo mi ser estuvo en tensión: Algo extraño sucedía entre esas cuatro paredes, y mi cuerpo debería estar listo para cualquier eventualidad.

Puede parecer una auténtica y absoluta tontería, un lapso de locura, un momento en que mi mente reflexiva dejó de trabajar bien, como una de esas máquinas antiguas que se sobrecalentaban ante el exceso de trabajo. Y quizá lo fuera. No podría explicar fehacientemente el origen de tal inexplicable sentimiento que dominó mi mente por unos escasos minutos e hizo que mis pensamientos se detuvieran temporalmente. Quizá fuera el sentimiento de vulnerabilidad que experimentaba dentro de esas paredes, o el saber de qué tantas personas, inocentes y no tanto, habían pasado por allí rumbo a su destino final. Quizá fuera ese inquietante conocimiento. No lo sé. Lo único que puedo afirmar de ese tenso e infinitamente breve momento es que tomé con fuerza la mano de mi amado, intentando de esta manera sentirme algo más protegida. Y funcionó. Saul notó mi nerviosismo y no hizo preguntas: Se limitó a abrazarme levemente por la cintura con su brazo, dándome su calor. De inmediato me relajé: Saul inspiraba un sentimiento en mí que nadie jamás había podido darme antes. Una sensación de libertad, de adoración, de relajación, que podría calmarme incluso en mis peores angustias.

Sin embargo, apenas pasamos del vestíbulo (literalmente un largo pasillo alfombrado sin nada que ofrecer a la vista) y llegamos a la corriente sala, cualquier rastro de temor que no había sido apagado por Saul no tardó en extinguirse: No había nada en ese diminuto salón que pudiera intimidarme. Este lugar no era como las típicas unidades de las películas taquilleras de Hollywood, en las que se mostraban a oficiales desalmados sin ningún tipo de piedad para torturar a los reclusos y habitaciones recubiertas de pósters y pegatinas con mensajes descalificadores que invitaban al lector a pudrirse. No, este sitio era muy diferente. La sala principal de la delegación era un recinto común y corriente, que casi podría decirse que pertenecería a un salón de belleza de cualquier ciudad más que a una comisaría de Los Ángeles. Azulejos blancos tapizando las paredes, suelos tapizados de una gruesa moqueta gris sobre la cual los pasos emitían un leve eco amortiguado, lámparas halógenas de cegadora tonalidad blanca, difundiendo al aire su luminosidad y un leve calor residual de sus portalámparas de vidrio. La sala, no mayor en su tamaño que una habitación de motel, brillaba por su claridad en comparación a la oscuridad del exterior del edificio. Como una adición confortable a una zona habitualmente atemorizante, una plateada estufa de diseño moderno ubicada en un rincón irradiaba aire cálido, inspirando a cualquier visitante una sensación de bienestar en esa atmósfera opresiva. Una pulida mesa de madera parda que sostenía una maceta con una planta de hojas anchas, acompañada de dos sillas metálicas, completaban el sencillo mobiliario. Mis ojos recorrieron todos los rincones de la estancia y una aseveración se instaló en mi cerebro: Sin dudas, el oficial Warren estaba intentando producir tranquilidad en los visitantes más que asustarlos, dando una pista de que, quizá, no fuera tan malo como Freedom me hizo creer en un principio.

Un carraspeo ronco me sacó de mis pensamientos. Mis pupilas se alejaron de los escasos muebles que adornaban el centro del cuarto y volvieron a enfocarse en el imponente hombre que giraba sobre las suelas de sus botas de cuero: Ahora se había parado junto a la mesa y dirigía sus ojos (de un extraño color grisáceo azulado) a Freedom. La muchacha pelinegra estaba de pie junto a nosotros, sosteniendo entre sus brazos una caja de cigarrillos, con un profundo ceño fruncido que parecía deformarle toda la cara. Warren extendió sus brazos, abarcando el lugar, y sonrió.

War in the Jungle (GUNS N'ROSES) #HairRock #GNRAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora