Ángel Supremo. Parte II

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El campo de batalla, en el que se había convertido el claro del bosque encantado, estaba en proceso de restauración gracias a la magistral tarea del Espíritu

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El campo de batalla, en el que se había convertido el claro del bosque encantado, estaba en proceso de restauración gracias a la magistral tarea del Espíritu. Pero, no había rastros de ninguno de los bandos enfrentados.

Desde ese punto volamos hacia la ‹‹Montaña Sagrada››. El hogar de los hijos más poderosos de Iris, estaba poblado de criaturas mágicas.

Divisé la pérgola de hielo donde yacía aquel cristalino manantial que contenía el elixir milagroso. En ese sitio se agrupaban la mayoría de los seres misticos.

—Lo siento, ¿te hice daño? —dije, cuando oí la queja de Daniel.

—Es solo que ahora eres más fuerte que antes, y cuando me sujetas con fuerza oprimes mis costillas—explicó. Musité un ‹‹lo siento››, avergonzada—. Descuida, ya casi llegamos. —Hizo una señal hacia una zona despejada de la pista helada—. Ahí puedes aterrizar con seguridad.

Agudicé la visión y me centré en un punto fijo.

El vuelo había sido grandioso, y esperaba que el aterrizaje también fuera un éxito.

Había bajado la velocidad del vuelo y adoptado la posición que Daniel me había indicado, pero no calculé bien el espacio y pasé de largo la pista, yendo directo a la concentración de criaturas místicas.

Por fortuna, la mayoría logró dispersarse, al tiempo que mi compañero de vuelo fijaba los pies en la superficie, acción que sirvió como freno.

Dejé de batir las alas y me detuve de forma abrupta, aunque no pude evitar caer sobre él y aplastarlo.

—¡Alise! ¡Daniel! ¿Están bien? —Reconocí a Iris abriéndose paso entre el tumulto.

¡Gracias al cielo estaba bien!

—Sobreviviré—respondió Daniel, con voz sofocada.

—¡Lo siento mucho! —Me incorporé de manera ágil, liberándolo. Formuló un gesto agradecido, al tiempo que palmeaba su cuerpo en busca de algún hueso roto.

Era extraño verlo tan frágil. Desde ese momento, me prometí ser más cuidadosa.

Algunos seres mágicos que se habían acercado para curiosear.

La reina tenía la vista fija en mí, en específico en mis alas.

—¿Qué sucedió contigo?, ¿dónde está Argos? y ¿qué pasó con tus alas, Daniel? ¡Exijo respuestas ahora!—expresó su majestad con apremio. Era notoria su preocupación.

Sin mayores dilataciones, debimos embarcarnos en la tarea de explicar a Iris lo acontecido.

La reina nos comunicó, a su vez, que la batalla había resultado exitosa para nuestra facción, salvo por un detalle: Jonathan había logrado escapar.

—Pese a las pérdidas humanas, me alegra que todo terminara bien para nosotros, y que ambos estén ilesos—estableció mi tátara abuela. A continuación, dirigió la mirada hacia Daniel—. Bueno, casi todos—rectificó. Sus ojos adquirieron un matiz dorado oscuro y en rostro se dibujó una mueca de acritud —. Tú y yo hablaremos a solas más tarde.

Estaba segura de que nada bueno saldría de esa charla. Iris se veía muy enojada. Esperaba que la ausencia de sus alas fuera castigo suficiente para Daniel, aunque algo me decía que su martirio apenas comenzaba.

Más allá de la cúpula glacial que resguardaba la fuente, había un jardín atravesado por arcadas de blancas flores, cuyos racimos caían de forma irregular. Aquel pasadizo floral derivaba en una especie de mayólica donde yacía, sobre un basamento, un lecho de cristal.

El diáfano féretro estaba rodeado por joyas en forma de frutos, ramilletes de níveos capullos y ramas de plata, como si fueran ofrendas.

Noté que en el interior del lecho transparente se encontraba Vera, rígida y pálida, cual pieza de mármol.

Místicas Criaturas. El RefugioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora