Donde moran los ángeles. Parte I

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Conforme pasaron las horas más criaturas místicas aparecieron y se reunieron en torno a un fogón

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Conforme pasaron las horas más criaturas místicas aparecieron y se reunieron en torno a un fogón.

Vera se encontraba complacida, encajaba a la perfección en aquel sitio. Mantenía conversación con un elfo que tenía pezuñas en lugar de pies y una majestuosa cornamenta blanca y reí como pocas veces.

La flama del fuego celestial parecía crecer o decrecer según el fragor de la charla.

Los seres mágicos nos narraron historias. Hablaron sobre sus dones y cómo los empleaban para cuidar, restaurar, reproducir y embellecer el entorno. También revelaron que cuando los ‹‹hijos pródigos›› bebían el agua de la energía vital, no solo adquirían inmortalidad, sino que se transformaban en una criatura mágica; aquella que hubieran sido ser de no tener sangre humana en sus venas. Siempre se adoptaba la forma de la esencia que prevalecía más. Era como un renacimiento, una nueva vida inmortal en esa tierra.

También nos contaron que los ángeles eran los guerreros de ‹‹Tierra Mítica››, a quienes todos respetaban e incluso guardaban cierta distancia, ya que eran los más temerarios del grupo de seres mágicos.

Me sentí muy orgullosa de Daniel en ese momento.

Por fortuna la charla fluía con animosidad y las llamas nos aportaban la luz necesaria, ya que la noche era cerrada y no había astros en el cielo.

Pese a eso, el cansancio se hizo presente. Había sido un día muy largo.

—Ven, te enseñaré un lugar perfecto para pasar la noche—dijo Daniel, tras verme emitir un largo bostezo.

Me incorporé, despidiéndome del grupo y de Vera, ya que deseaba quedarse en compañía de su nuevo amigo.

Mi ángel entrelazó nuestras manos y nos sumergimos en la profundidad del bosque.

La nueva oscuridad opacaba las hojas de los árboles. Pero la gema diamantina, que había transmutado en una ‹‹joya lunar››, lejos de otorgarle un aspecto lúgubre, les otorgaba un tono nacarado muy bonito.

En tramos más frondosos, el follaje adoptaba matices plateados, ensombreciendo el camino.

—Está muy oscuro—me quejé, aferrándome a la mano de Daniel, para no tropezar.

—No te preocupes, no te dejaré caer —respondió, con voz tranquilizadora —. Además ya llegamos al lugar del que te hablé.

—¿Dónde nos encontramos? ¿Este tramo forma parte del bosque encantado?

—Sí, seguimos en el mismo bosque. Tal vez esto te ayude a orientarte.

Un tenue brillo azulado comenzó a emerger de sus alas, creando un halo de luz a nuestro alrededor.

—¡¿Podías hacer eso todo el tiempo?!—reproché, al darme cuenta de que me había hecho caminar en penumbras, pudiendo generar su propia luz.

—¿Hablas de esto?—Apagó y encendió sus alas de nuevo. Las péndolas parpadearon como una bombilla en corto.

Entrecerré mis ojos ante su expresión divertida.

—Sí, justo eso...

—¡No te enfades conmigo!—Rio. Su perlada dentadura destelló en la oscuridad—. Es cierto, los ángeles manejamos nuestra propia electricidad por así decirlo, pero no soy un derrochador. Prefiero almacenar energía para que la luz se active en momentos de peligro.

Eso de ‹‹almacenar su propia energía›› era muy raro. Me pregunté ¿qué hacían los ángeles cuando se les agotaba la carga? ¿Cómo se reabastecían?

—La verdad, no creo que haber tenido encendidas tus alas durante el trayecto te generara alguna dificultad. Es decir, no es que fuese a menguar todo tu suministro eléctrico.

—Tienes razón, podría haberlas encendido, pero... me encantaba como te pegabas a mí para no caerte en el bosque—esbozó una sonrisa ladeada que provocó una arritmia cardíaca. 

¡¿Acaso podía ser más sexy?! 







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