Prisionera. Parte II

728 192 124
                                    

—Por fin solos, querida —Se dirigió a su esposa

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Por fin solos, querida —Se dirigió a su esposa. Su tono era glacial y despectivo. No había muestra alguna de compasión en su mirada—. Realmente no logro entenderte... Traicionar así a tu marido, haciéndote pasar por otra persona para confundir a mis guardias. ¡Después de todo lo que te he dado y a nuestros hijos!

Su dramático acto hizo reaccionar a Vera.

—¡No seas hipócrita esposo!—exclamó. Tenía los ojos enardecidos fijos en él—. A los dos nos costa que fuiste un cretino con nosotros. Solo te ocupabas de Evelia porque era quien servía mejor a tus propósitos, pero eso no te impedía encerrarla en los calabozos con su hermano cada vez que se negaba a obedecerte—espetó—En realidad, tú no amabas a ninguno, porque los monstruos no son capaces de sentir amor por nadie.

—¿Un monstruo? ¡¿Eso crees que soy?! —Rio con sequedad—. Eso me resulta divertido, considerando que eres tú quien asesinó a nuestro hijo. Enloqueciste cuando se te metió en la cabeza que Jonathan enfermó a Evelia.

¡Oh por Dios!

—¿Y no fue verdad acaso? Jamás lo hubiese hecho sino hubiera tenido pruebas concretas. ¡Su esencia maldita estaba en su sistema!—expresó. Sus orbes estaban cristalizados, a punto de romper en llanto—. Jonathan no solo enfermó a su hermana por fruición. ¡Ella murió por su culpa! El pueblo mismo resultó infectado, incluidos nosotros dos. Me sorprende que tú mismo no hayas acabado con su existencia.

—Era mi hijo...Y el mal ya estaba hecho—señaló Argos, admitiendo la culpabilidad de su vástago.

—También era el mío y es por eso que actué. Le di la vida a esa abominación, así que también era mi obligación quitársela. Así me condenara para siempre por ello...

Las lágrimas habían aflorado y rodaban estrepitosas por sus mejillas. La afligida mujer movió sus encadenadas manos, para limpiarlas.

—Había olvidado que no sirves para lidiar con la culpa—declaró Argos—Pero, debo admitir que tuviste agallas para hacer lo que hiciste. Ese valor merece ser premiado, incluso cuando te empeñes en usar tu osadía para traicionarme. —Se inclinó, llevando la mano hacia el rostro de su esposa. Ella se estremeció al sentir su contacto, pero no se apartó—. No pienses que he dejado de amarte, querida. Me duele que estés aquí incluso; retenida, encadenada, pero debía hacerte pagar algún precio por tus actos —se justificó. Acto seguido intentó besarla, pero ella giró su rostro y los labios de Argos solo rozaron su mejilla.

—Tus precios siempre son demasiado altos. Dices amarme, cuando en realidad me tratas como a uno más de tus esclavos.

Pese al desplante, su concubino se mostraba deseoso de convencerla y dijo:

—¿Crees que compartiría la cura con alguno de ellos, como lo haré contigo? Serás la primera en probar del elixir cuando lleguemos a Tierra Mítica. Te lo prometo, querida—Acarició con sus yemas su faz. 

Ella esbozó una sonrisa, y por un momento el tirano se sintió victorioso.

—Compartirás la cura porque temes estar solo en la eternidad, querido, no por consideración a nadie. Pero yo no deseo la inmortalidad y mucho menos si tengo que pasar el resto de mis días contigo.

Ante la crudeza de sus palabras, el tirano soltó su rostro y se apartó, dirigiendo a su esposa una mirada de acritud.

—Muy bien, si morir es lo que quieres me desharé de ti cuando esto acabe —sentenció—. Ah y otra cosa... si te ves tentada a llamarme monstruo de nuevo, cariño, te sugiero que uses tus últimos días de cautiverio para pensar en todo lo que has hecho y quizá descubras que en el fondo tú y yo no somos tan diferentes.

Dicho aquello, giró sobre sus talones dándole la espalda y comenzó a alejarse, dejando a Vera más abatida que antes. 

Místicas Criaturas. El RefugioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora