El viaje. Parte II

802 198 47
                                    

Sopesé la posibilidad de engañar a los guardias con los polvos que alteraban la percepción y hacerme pasar por uno de ellos pero, en realidad, prefería hacer uso de la magia en momentos de vida o muerte

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Sopesé la posibilidad de engañar a los guardias con los polvos que alteraban la percepción y hacerme pasar por uno de ellos pero, en realidad, prefería hacer uso de la magia en momentos de vida o muerte.

De pronto, Starlight comenzó a relinchar y a hacer movimientos con su cabeza, señalando algo. Se refería al ancla, cuya cadena compuesta por anchos eslabones colorados por el óxido, se extendía por un costado del navío.

Era el sitio perfecto para subir, aunque había un guardia cerca.

—Gracias por la sugerencia bonito—dije al corcel—. Pero me van a descubrir—señalé al soldado.

A esas alturas ya le hablaba al caballo como a los seres humanos, incluso podría decirse que él comprendía mis palabras mejor.

Starlight comenzó a avanzar en dirección al oficial. ¡Intentaba distraerlo!

El sujeto, un hombre robusto de rostro regordete poblado con una crespa barba, intentó atraparlo, sin el menor éxito.

‹‹Argos debería obligar a sus soldados a ejercitarse más››

Poco a poco, el militar obeso se fue alejando del barco, obcecado en capturar al caballo.

Me escabullí, pasando por debajo del muelle, y me zambullí en el agua. Nadé hasta llegar a la cadena, que me serviría como puente hacia la embarcación y escalé por ella.

Una vez en la cubierta, fue necesario buscar un sitio adecuado donde esconderme, lo que se volvió un sortilegio de obstáculos porque había algunos soldados abordo.

Bajé por unas escalinatas al interior del navío y hallé un pequeño cuarto de almacenaje. Dentro, yacían cadenas oxidadas, que colgaban de enormes ganchos adheridos a vigas del techo, una vieja ancla, olvidada en un rincón del polvoriento cuarto, algunas balas de cañón, dispersas por el piso, y demás artilugios obsoletos.

Era, sin duda, el escondite perfecto. Incluso había un agujero pequeño en la madera, que podría servir como punto de vigilia y conexión al exterior.

Me asomé a echar un vistazo.

El soldado que había ido tras Starlight regresaba, con su rollizo rostro colorado y ajetreado. El intento de captura había resultado infructuoso.

A lo lejos, una polvareda se alzaba y, tras la nube de tierra y arena, emergía un gran contingente montado a caballo: Argos y su ejército.

El tirano encabezaba la comitiva, flaqueado por Darius y Marco. Junto a este último iba Daniel.

Me horroricé al ver que llevaba puesto un uniforme militar.

Primero le quitaban sus preciadas alas y ahora eso. ¡Le estaban robando su identidad!

Los soldados descendieron de sus caballos y comenzaron a subir sus pertenencias, incluidos los equinos.

Una vez que todo estuvo dispuesto, oí el tirano dar las últimas indicaciones antes de zarpar.

La nueva fuerza de marina levó el ancla, se soltaron amarras y en un pestañeo la embarcación se fue adentrando en el mar.

Al cabo de horas de navegación, comprendí mejor los relatos de los marinos sobre la parte de ‹‹los mareos y las náuseas››.

Por fortuna, no había cargado mi estómago con las provisiones que Vera había empacado para mí, que consistían en frutos y bayas mágicas.

Tomé uno de esos frutos y lo observé con detenimiento. Era muy pequeño y, sin embargo, llenador.

Cerré los ojos imaginando que la hambruna de muchos habitantes de ‹‹Las Ruinas›› podría solucionarse con ingerir tan solo uno.

Mi primer día a bordo había transcurrido sin grandes novedades. No había podido salir de mi escondite, dado que los militares pasaban cerca en todo momento, pero nadie prestaba atención a ese cuarto.

La noche había caído y me había dormido sin más expectativas, arrullada por el balanceo intermitente del barco, acunado por las olas y velado por la luz de los irisados astros.

Pero la oscuridad de la noche había durado poco. El febo reclamaba el dominio sobre el océano con demasiada premura, haciéndome sentir exhausta.

Mi cuerpo estaba hecho polvo. Tenía la sensación de haber caído al agua y ser arrastrada por las olas hacia la coraza del barco.

¡Al menos no había tenido ninguna pesadilla o visión!

Tampoco sentía hambre y presentía que no tendría que preocuparme por las provisiones en un largo tiempo. Sin embargo, estaba muerta de sed.

Tomé una de las cantimploras y la examiné. El líquido parecía agua, salvo por el aroma. Comencé a beber y me di cuenta que su sabor también era diferente: dulce y azucarado, como néctar. El extraño brebaje calmó de inmediato mi necesidad y me proporcionó nuevas fuerzas y energías.

Empecé a sopesar la idea de salir.

Agudicé el oído. Solo se escuchaba el susurro de la brisa marina y el murmullo del agua rompiendo contra la proa. Ninguna voz humana que denotara peligro.

¡Era mi oportunidad!

Místicas Criaturas. El RefugioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora