Ángel y demonio. Parte I

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En el pasado, cada vez que me había imaginado al tirano, lo había hecho pensando en los rasgos que, a mi consideración, debería tener un jefe militar atemorizante

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En el pasado, cada vez que me había imaginado al tirano, lo había hecho pensando en los rasgos que, a mi consideración, debería tener un jefe militar atemorizante. En concreto, la imagen mental evocaba a un hombre joven y vigoroso, alto, de espalda ancha y musculatura compacta, de facciones afiladas y mirada intimidante. De los rasgos que había concebido, solo había acertado en la mirada.

El hombre de carne y hueso se alejaba mucho de la fantasía mental. Argos era de estatura mediana, no era musculoso en exceso, sino nervudo. Tenía los cabellos totalmente encanecidos y un rostro demacrado, atravesado por surcos que eran mapas del tiempo, muestra crucial de que había existido y vivido demasiado. Los bustos tampoco le habían hecho justicia para nada.

Pero, sus amenazantes ojos, profundamente negros, eran sin lugar a dudas su marca distintiva, el sello del más profundo horror. Jamás había visto orbes que pudiesen irradiar semejante oscuridad. Parecía que el iris se había expandido, consumiendo casi la totalidad del blanco ocular.

—¡Mi querido Comandante! ¡Qué grato verte llegar, después de tanto tiempo, con nuevos tesoros para engrandecer nuestro amado Refugio! —exclamó, al tiempo que sus finos labios se curvaban en una sonrisa. Su voz tenía un tono de amabilidad forzada, un sarcasmo bien disimulado.

—¡Mi Señor! Estoy muy complacido de regresar. Más aún porque traigo conmigo este ‹‹magnífico ejemplar››, para su exclusivo deleite—expresó Darius, devolviéndole el gesto. Hablaban de Daniel como si fuera un obsequio. ¡Indignante!—. Siendo conocedor de su interés por esta criatura en particular, pensé que se alegraría mucho cuando se la entregara. Aunque le advierto, y permítame la osadía, que no le gustará escucharla— agregó.

Los ojos avariciosos del soberano se iluminaron, como espejos de negra obsidiana.

—Gracias por tu preocupación, mi buen amigo—comentó Argos y, en un gesto de ‹‹cordialidad››, posó su mano sobre el hombro del Comandante, pasando rápido de aquel y acercándose un paso más hacia nosotros—. Aunque no es necesaria—repuso. Darius esbozó una mueca, con la que yo estuve muy satisfecha—. Ahora dime ¿cuál es ese magnífico ejemplar del que hablas? Considerando que son dos las criaturas que tengo de pie frente a mí.

—Es esta, Mi Señor—indicó el uniformado, sujetando a Daniel del brazo, exhibiéndolo y dejando más que claro que yo no era el obsequio que le había traído a su majestad. Daniel mantenía su mirada azul sobre Argos. Una mirada que desafiaba la oscuridad existente en las pupilas del contrario—. No obstante, le he traído también a la muchacha porque es menester determinar su oficio en ‹‹El Refugio››. Además, ninguno ha querido separarse del otro desde que los hallamos ‹‹juntos›› en el mismo sitio—añadió con perfidia.

¿Qué no habíamos querido separarnos? ¡Ni que nos hubieran dado otra opción! ¡Imbécil!

—¡Darius, tú siempre tan perspicaz!—Argos formuló una sonrisa ladeada, algo retorcida. El paso de un pensamiento aleteó en sus ojos negros cuando volvió a dirigirnos la mirada—. ¡Pero que modales son estos! Aun no me he presentado con ustedes—anunció de pronto, con ánimo exultante—. Mi nombre es Argos Jonathan Solomon, y es un gran honor darles asilo en ‹‹El Refugio››, especialmente a ti mi querido—dijo dirigiéndose a Daniel y le extendió la mano.

¿Acaso pretendía que le bese algún anillo?

Daniel ni se inmutó. ¡Típico! Tampoco respondió al saludo. Solo mantuvo su glacial mirada fija en el soberano. Si Argos esperaba un ápice de cortesía de su parte estaba frito.

—Dijiste que no me gustaría escucharlo, pero al parecer este joven no habla—observó, dirigiéndose a Darius—. ¡Me has traído un galán que deslumbra con su gracia, más que con sus palabras!—ironizó. Pude percibir la tensión en su cuerpo, especialmente en la mano que debió retirar.

Más le valía a su Comandante hacer algo rápido o se convertiría en la cena de Argos.

—Señor, si me permite, tal vez esto lo haga reaccionar—repuso el soldado y, con agilidad, se dirigió a sus subalternos—. Ustedes, traigan el cofre del carruaje—ordenó.

Transcurrido cierto lapso de tiempo, los militares retornaron trayendo consigo un arcón de tamaño considerable, confeccionado con madera dura. El peso del mismo se repartía entre cuatro individuos fornidos, que lo sujetaban por los extremos.

Rayitos de luz plateada se escabullían por las ranuras de las vigas aumentando mi expectativa.

Darius dictaminó de inmediato abrir el arcón y fue en ese momento que una poderosa luz, que manó desde el interior, me encandiló.

Cuando mis ojos se acostumbraron al penetrante resplandor observé su contenido, atónita.

Lo que albergaba el antiguo cofre eran un par de magnas, iridiscentes y emplumadas alas plateadas.

‹‹Eso es demasiado. ¡Daniel un verdadero ángel!››

Ya no podía negar lo que veían mis propios ojos. Pero no me detuve a analizar la situación, pues en ese momento el chico-ángel había enloquecido e intentaba liberarse de sus cadenas.

—¡Devuélvanme mis alas malditos!—exigió elevando la voz.

Se mostraba furioso y su desquicio había aumentado su fortaleza pues había logrado deshacerse de los soldados que lo estaban sujetando. Incluso percibí que algunos de los gruesos eslabones de las cadenas estaban cediendo.

Darius intentó tomarlo por el brazo cuando Daniel avanzaba hacia el cofre. Los músculos se le tensaron bajo la mano aprisionarte del comandante y al fin las esposas se quebraron como si fueran de plástico, concediéndole al ángel la libertad.

El rostro de Darius detalló una mueca de dolor.

Daniel volvió a reclamar sus alas, que parecían brillar con mayor vehemencia con su cercanía, como si lo llamaran.

Fue en ese instante que los presentes se replegaron de manera colectiva, cubriéndose los oídos al unísono, como si sus tímpanos estuviesen a punto de estallar.

Los cristalinos adornos y los vidrios de los altos ventanales estallaron, por lo que también debí encogerme, protegiéndome con mis brazos, a fin de que evitar que aquella lluvia afilada no me dañara... más de lo que ya estaba.

Daniel estaba a punto de hacerse de sus alas, las yemas de sus dedos casi las rozaban, cuando alguien me tomó por el brazo obligándome a incorporarme. No tardé demasiado en sentir el frío beso de una hoja acerada en la piel del cuello.

Argos había aprovechado el momento para sujetarme. 

Místicas Criaturas. El RefugioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora