La profecía. Parte II

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—¡Esto tiene que ser una broma!—exclamé

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—¡Esto tiene que ser una broma!—exclamé. Aunque admito que la idea me pareció tentadora—. ¿Cómo puedo ser yo quien acabe con Argos? Solo soy una jovencita...

—Pero una muy especial—Sus palabras me recordaron a las dichas por Daniel y, de inmediato, su imagen invadió mi mente. Volví a sentir una puntada en el pecho.

Teniendo en cuenta que el reciente episodio había resultado ser parte de una pesadilla, las cosas entre ambos seguían mal.

Sin embargo, esas cuestiones tendrían que esperar. En ese momento debía focalizarme en resolver qué haría con esas revelaciones. Sin duda, era poseedora de una gran responsabilidad.

—Supongamos que acepto mi destino, explícame ¿cómo se supone que voy a matarlo? o ¿cuándo? porque en unas horas Argos partirá hacia ‹‹Tierra Mítica››.

—No puedo decirte cómo o cuándo exactamente, porque la verdad no lo sé. Pero puedo ayudarte a salir de aquí y a que te infiltres en la expedición. Así podrás mantenerte cerca de mi esposo y cumplir con tu propósito.

—Haré lo mejor que pueda—repuse, aceptando la tarea. Era la mejor opción que tenía para salir de allí.

—¡Lo harás estupendo!—concluyó Vera. Su rostro lucía esperanzado.

—En tal caso, no hay tiempo que perder—comuniqué, y me dispuse a salir de la cama.

La mujer se puso de pie y comenzó a dirigirse hacia el closet.

—Sígueme—solicitó.

—¿Eso es un armario lo sabias?

Ella volteó para mirarme, detallando una sonrisa de picardía.

—Debes dejar de ser tan incrédula, pequeña—alegó antes de hundirse entre las prendas del perchero, desapareciendo de mi vista.

Una vez dentro del closet me di cuenta de que, detrás de la indumentaria, había una portezuela camuflada.

Esta nos condujo a un pasadizo angosto de piedras irregulares, iluminadas por un fulgor proveniente de las antorchas empotradas en la pared.

El aire dentro del pasadizo era espeso, viciado por el encierro y la humedad.

Vera se encontraba unos cuantos pasos delante de mí y comenzaba a doblar por una de las curvas de aquel estrecho pasillo.

Apuré el paso para no perderla, abriéndome camino entre las telarañas que colgaban del techo, como cortinados de finos hilos elásticos y pegajosos, los cuales se enredaban en mi cabello y se adherían a mi rostro.

¡Asqueroso!

Al llegar a la curva, noté que el pasillo se extendía unos cuantos metros más y terminaba frente a una escalera de caracol.

La esposa de Argos me esperaba junto a esta.

Cuando me acerqué lo suficiente, me di cuenta de que la gradilla no empezaba en el nivel donde nos encontrábamos, sino que emergía desde lo profundo del palacio, donde los escalones se perdían en la completa oscuridad.

—Por aquí se llega a los calabozos del castillo—informó, aclarando mi pregunta mental.

Un viento frío recorrió mi espina dorsal, erizando mis vellos.

Entonces, un recuerdo me azotó: el de Evelia sollozando en la biblioteca, después de haber destrozado el libro del Apóstol, mientras le rogaba a su padre que no volviera a encerrarla.

‹‹¿Se referiría a ese lugar?››

—¿No iremos hacia allí... verdad? —titubeé, sintiendo que la voz se me quebraba al final.

—No, tranquila. Subiremos esta vez. 

Místicas Criaturas. El RefugioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora