La luz de tu mirada. Parte I

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El hambre me trajo de vuelta. No sabía cuánto tiempo había estado dormida, pero parecía que habían transcurrido días desde la última vez que había probado bocado.

Poco a poco tomé conciencia de la realidad que me rodeaba. Era de día. La luz inundaba la habitación, obligando a cada espectro a salir de las sombras.

No estaba sola.

Percibí el roce de unos dedos en mi mejilla. A pesar de su candidez, me sobresalté.

—Al fin has despertado, dormilona —susurró una voz. ¡Daniel!

‹‹¿Qué hace aquí?›› cuestioné.

Aunque no podía verme, sabía que me había ruborizado. Mis mejillas ardían.

‹‹Seguro me veo espantosa›› pensé. No es Daniel no me hubiese visto en circunstancias peores, después de todo me había conocido en ‹‹Las Ruinas››, pero las cosas habían cambiado desde entonces. Yo había cambiado...

—Buenos... días—saludé—. ¿Me disculpas? ¡Ya regreso!

Me levanté de la cama de un brinco y me introduje en el cuarto de baño.

Después de un rato, al fin estaba presentable. Excepto por mi falta de ropa.

‹‹¿Cuándo me desvestí? ¿Él me desvistió? ¡Carajo!››

Respiré hondo y me coloqué una toalla alrededor del cuerpo. Me contemplé al espejo tomando coraje. Estaba roja.

‹‹¡Tú puedes Alise! Debes salir...Tienes que hacerlo... No puedes quedarme a vivir en el baño››

—¿Alise te encuentras bien?—Daniel golpeó la puerta, provocando que mis nervios aumentaran.

—¡Sí, estoy bien. Enseguida salgo!

—De acuerdo, empezaba a pensar que te habías congelado ahí dentro. Si quieres que te alcance algo de ropa solo avísame —respondió, divertido.

‹‹¡Me lleva!››

—Para aclarar, no me imaginé que cuando despertara ibas a estar aquí invadiendo mi privacidad—me defendí, fingiendo enfado. Lo cierto era que estaba más avergonzada que enojada.

—De acuerdo...Si quieres me retiro para que tengas ‹‹privacidad››. Aquí te dejo la ropa.

Oí pasos y la puerta abrirse y cerrarse.

Me asomé y noté una pila de ropa doblada en el suelo. La cogí, me coloqué aquel horrible uniforme y salí.

No vi a Daniel por ningún lado. Era cierto que se había marchado.

—¡Genial! Lo ahuyentaste Alise —me recriminé.

—El verde no te sienta —La voz provenía de la litera superior—. Me gustaba más lo que traías puesto antes—observó Daniel, socarrón. Se había girado de lado, apoyando su cabeza sobre la palma de su mano.

—¡¿No te habías ido?!—le recriminé, frunciendo el ceño.

—Iba a irme... Pero no quería que sintieses que me habías ‹‹ahuyentado››— se mofó. Entonces, saltó de la cama y se posicionó frente a mí. Podía sentir la tibieza de su cuerpo quemando la atmósfera y a mí—. Además necesitaba asegurarme que te encontrabas bien —susurró esta vez. Su mano tomó mi barbilla, obligándome a alzar la mirada que, de inmediato, quedó ligada a la suya—. Estaba muy preocupado por ti.

Si había algo mágico en Daniel, era su capacidad para hacerme enojar y en menos de un segundo hacerme sentir la mujer más feliz de la tierra (o del mar.)

Suspiré.

—¿Preocupado? Pensé que estarías enfadado de que estuviera en el barco.

—¿Por qué lo estaría? —Enarcó una ceja—. No fue tu culpa que los sabuesos de Argos te tomaran prisionera. Debí imaginarme que algo como esto pasaría—‹‹¡Claro! Daniel no sabe la verdad›› recordé—. Además, ¿cómo no preocuparme después de que pasaras tres días enteros durmiendo? Creí que ya no vería la luz de tu mirada, nunca más. 

Místicas Criaturas. El RefugioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora