El Portal. Parte I

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Estaba a punto de ser devorada por las llamas, pero el calor se detuvo. Entonces abrí los ojos y me di cuenta de que una figura resplandeciente yacía frente a mí.

Las alas de Daniel habían recibido el impacto, mientras él me tomaba entre sus brazos y me cobijaba.

Sus plumas no se quemaron por efecto de la flama, sino que contrajeron y endurecieron, adquiriendo un aspecto de metal recién sacado de la fragua. Eran por completo resistentes, un verdadero escudo celeste.

Una vez que la hoguera se extinguió, sentí la mano del ángel aferrada a la mía.

—Debemos irnos antes de que recargue—advirtió.

—Daniel...lo siento —susurré sin obtener respuesta de su parte. El alado estaba centrado en la carrera o, mejor dicho, en el vuelo.

Sus brazos se cerraron en torno a mi cintura, pegando mi espalda a su musculoso abdomen.

No tardamos en dejar atrás al dragón, que emitía coléricos gruñidos, incapaz de seguirnos por aquel estrecho pasaje.

—¡¿Qué sucedió?! Escuché rugidos y noté las llamaradas brotando de aquella dirección —señaló Vera, cuando llegamos a la galería cavernosa—. ¿Están bien?

Daniel asintió.

—Lo estamos, pero debemos largarnos de aquí ahora —apremió, antes de que pudiera expresar palabra.

Continuamos, ahora secundados por mi tía. En esa ocasión íbamos a pie, así que aprovechamos el tiempo para narrarle a grandes rasgos lo que había sucedido en la gruta de las gemas.

Cuando nos detuvimos, las divinas alas del celestial habían restituido su tonalidad original, similar al acero pulido.

Comprendí que el peligro había cesado del todo.

Nos encontrábamos en una nueva galería, más minúscula y cerrada, excepto el pasaje por el cual habíamos llegado.

Me apoyé contra una de las ásperas paredes, fatigada.

—¿Qué sucede?—indagó Daniel, alzando mi mentón para que nuestras miradas conectaran.

— Perdóname—repetí—. He roto mi promesa—. Desvié la mirada de sus eléctricos orbes, fijándola en el suelo.

—Fue mi culpa —intercedió Vera.

Ambos reparamos en ella.

—¿Qué dices tía?

—Alise no se hubiera marchado de no ser por mi estado de salud. Estaba convaleciente, y el inepto de Darius jamás regresó con las medicinas que solicité... Por fortuna, logré restablecerme en lo que mi sobrina se fue.

Respecto al imbécil del comandante, esperaba que también se encontrara en el estómago del monstruo junto a su ‹‹Señor››.

—Lamento que hayan pasado por todo aquello, pero no estoy enfadado con Alise—indicó Daniel—. Al contrario, me siento orgulloso de ella por la forma en que actuó—. Su comentario me dejó boquiabierta—. Aunque también algo culpable por dejarlas solas en un momento así...

Si de culpas hablábamos, yo tenía el récord.

—No tienes por qué sentirte así. Tenías que acabar con Argos, y lo hiciste de maravilla—subrayé.

—Esperemos que el dragón no se indigeste—bromeó él.

Místicas Criaturas. El RefugioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora