El Refugio. Parte I

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Los siguientes días de mi viaje en el tren no contemplé más ruinas, solo desierto

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Los siguientes días de mi viaje en el tren no contemplé más ruinas, solo desierto. Kilómetros y kilómetros de arenas claras y esqueletos, de un blanco más brilloso, esparcidos sobre esta, quemándose por la eternidad bajo la mirada fulgurante del ojo solar.

Una mañana desperté sobresaltada por una pesadilla. Soñé que me perseguían unos cazadores, como si yo fuera su presa humana. Corría desesperada por una sombría montaña para salvar mi vida, mientras una bruma espesa se escurría a mí alrededor obstaculizando mi visión. El camino se desdibujaba, lo mismo que mis perseguidores, pero lograba llegar a lo que parecía ser un barranco. Entonces perdía el equilibrio y caía en las profundidades. Comenzaba a desvanecerme, como la misma niebla, fundiéndome con la inmensidad y oscuridad del abismo.

Traté de convencerme de la irrealidad del suceso, mientras pasaba la vista por la ventanilla.

Divisé la silueta de imponentes centinelas de piedra que se erguían frente a nosotros, bañados por la luz matinal, la cual le confería matices dorados. ¡Eran auténticos gigantes de oro! La imagen me pareció cautivadora, casi celestial. No obstante, cuando el astro coronó el cielo al mediodía, el efecto del glamour desapareció y distinguí la compleción de una formación rocosa de gran envergadura, vasta, desolada y monocromática, como todo en el mundo que conocía. Habíamos llegado a las montañas.

Los soldados recorrieron los vagones-celdas para cerciorarse que estuviéramos despiertos. En breve, llegaríamos a nuestro destino.

El tren se fue acercando a la pre cordillera. Conforme avanzaba daba la sensación que iba a chocar contra aquel cordón montañoso, pero se detuvo. Asomé la cabeza por la ventana y noté que algunos soldados se habían bajado para accionar una palanca que estaba oculta entre las piedras. La misma abrió un portal. Se velaba así un túnel escondido, una entrada secreta.

Tuve la sensación de que mi pesadilla se volvía real, porque me sentía cayendo en un abismo en el cual terminaría desapareciendo. Yo, Alise Manson, la persona, dejaría de existir y pasaría a ser una propiedad, un objeto, una esclava.

Cuando atravesamos el pedregoso pasaje, sentí que el tiempo se volvía mi enemigo. Cada segundo transcurrido en ausencia de luz solar, se trasponía en la pérdida de una parte de mi identidad...Pronto no sería nadie, estaría muerta en vida.

Por fin volví a ver el sol, a sentir su fulgor y calidez en mi rostro, devolviéndome la vitalidad, y no sólo eso, también vi algo más importante: frente a mi yacía la última cuna de nuestra civilización, el último de los espacios naturales que queda en pie sobre el planeta, el último refugio humano.

¡Qué equivocadas que eran las historias que circulaban por las ruinas!

El lugar tenía mucho más verdor del que había visto en mi corta vida, sin duda, pero se alejaba de la idea de un paraíso terrenal.

Las montañas rodeaban, como una gran muralla natural, el centro donde se extendía el fértil valle. Sobre colinas sinuosas, revestidas con una alfombra vegetal, se repartían las vías férreas así que, por trechos, podía verse el precipicio hacia ambos lados del tren y, a mí me embelesaba una mágica y vertiginosa sensación, la de estar volando.

Místicas Criaturas. El RefugioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora