La trampa. Parte I

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Después de caminar varias horas —en mi caso, en completo silencio haciendo un duelo interno por los caídos— llegamos al pie del imponente volcán, ungido por la mortecina luz matinal

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Después de caminar varias horas —en mi caso, en completo silencio haciendo un duelo interno por los caídos— llegamos al pie del imponente volcán, ungido por la mortecina luz matinal.

Daniel nos condujo hasta una entrada, una cicatriz en la roca.

El interior de la montaña era un aterrador laberinto cavernoso: diversos corredores que si bifurcaban en misteriosas direcciones perdiéndose en la infinita negrura.

El mapa más eficaz para transitar por ese mundo no estaba impreso en ningún pergamino, sino en la mente de Daniel y de ahí que él fuera tan importante.

Tomamos un estrecho túnel descendente. Al principio, pensé que comenzaría a percibirse un cambio de temperatura, que habría mayor calidez (ya que nos dirigíamos a las mismas entrañas de la tierra) pero me equivocaba. El aire se fue tornando cada vez más frío.

De vez en cuando, glaciales ráfagas se filtraban por los pasadizos, generando desgarradores aullidos.

Encendimos algunas lámparas de aceite y antorchas para iluminar el camino y para calentarnos. Si las alas de Daniel hubiesen estado brillando podrían haber constituido una gran fuente de luz adicional, pero me alegraba que permanecieran a oscuras, ya que eso indicaba que no había peligro cerca.

Mi ángel y yo liderábamos la expedición. En las zonas donde el sendero era más estrecho debíamos caminar en fila. Argos iba pegado a nuestras espaldas, al igual lo que Darius, Marco y Vera.

Cada paso era dado con sumo cuidado, ya que era sencillo tropezar en aquella irregular superficie pedregosa. Además, no podíamos permitirnos hacer ruidos que pudiesen atraer a alguna de las diabólicas criaturas que moraban la entoldada gruta.

Al llegar a una de las cámaras del pasadizo, una especie de galería subterránea, nos detuvimos a recuperar energías.

Colosales estalagmitas brotaban del suelo, como afiladas y escarpadas garras de hielo. La luz que emergía de las lámparas provocaba que sus sombras adoptaran proporciones titánicas, al punto de rozar el cóncavo techo de la caverna.

—Alise—susurró Daniel—. Hay algo importante que debo decirte...

Mi corazón se aceleró ante la posibilidad de que hubiera peligro cerca.

—¿Qué sucede?

—Ha llegado el momento de continuar el plan y tenderle la trampa a Argos—confesó—. Pero, necesito que, pase lo que pase, me jures que no te moverás de aquí. Ni tú, ni Vera deben abandonar esta cueva, ¿comprendes?

Asentí, no muy convencida. Él fijó sus ojos en los míos para comprobar que no mentía.

—Lo prometo—añadí para infundirle tranquilidad. Aunque no estaba siendo sincera y eso me carcomía.

—¡Señor! —Uno de los soldados se acercó hacia Argos. Se mostraba agitado y emocionado—. Tiene que ver lo que Simón y yo hemos hallado. —Señaló en dirección hacia uno de los tantos pasajes que bifurcaban la caverna.

Aunque nos encontrábamos en el extremo opuesto, la acústica me permitía oír sus voces con claridad, razón por la cual Daniel había procurado hablarme entre susurros.

—Darius quédate con Vera y con Alise—ordenó el maligno—. Daniel, vienes conmigo... Si algo llegara a pasarme, ya sabes qué hacer con ambas—dictaminó, con la mirada puesta en su fiel subalterno.

—Lo mismo digo. Si tocan uno solo de sus cabellos, todos serán convertidos en comidilla para demonios—advirtió Daniel, con idéntico tono preventivo. 

Místicas Criaturas. El RefugioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora