Dejà Vú

1.1K 241 69
                                    


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Me recosté en la cama, exhausta, analizando si lo que acababa de ver era producto de un ungüento milagroso o de algo más. Sin embargo, aquel pensamiento fue reemplazado por otro más importante: Daniel hablando de lo especial que era.

Empezaba a sentir más que simple atracción por aquel celestial y temía no poder manejar aquellos sentimientos. Eran desbordantes y no estaba acostumbrada a ellos.

¿Acaso él también sentiría algo por mí?

Quizá cuando dijo que era especial había querido expresar otra cosa. Además, nuestra situación era caótica, no había tiempo para pensar en cuestiones románticas.

Sacudí mi cabeza para alejar aquellos pensamientos de mi mente...los sentimientos eran otra historia.

¡Y así es como se auto sabotean las ilusiones señores!

Aunque si yo estaba mal, Daniel peor. Se encontraba en encrucijada mayor, intentando resolver si debía cumplir los deseos de Argos. Si lo hacía, rompería la regla de no llevar humanos a la Tierra Mítica, pero sino muchos inocentes morirían por su causa.

Estuve un buen rato vagando por mi nebulosa mental, hasta que mis ojos se cerraron y volví a soñar.

—¡Alise debes correr! ¡Vete de aquí! –gritaba una joven mujer, de cabellos y ojos dorados cual oro líquido.

De pronto, su figura comenzaba a deteriorase y se transformaba en una anciana. Su cabello se tornaba cano y sus ojos adoptaban matices plateados. ¡Era la dama misteriosa de ‹‹El Circo››, la vidente.

—¡Corre hacia la montaña, Alise!—repetía la octogenaria mujer, señalando hacia el horizonte, donde la estructura rocosa se erguía, como una efigie, hacia el cielo.

Entonces, su trémula mano empezaba a desvanecerse por efecto de la espesa niebla que, en cuestión de segundos, terminaba consumiéndola.

Aquel monstruo brumoso reptaba, siniestro, hacia mi dirección, para envolverme con sus inconsistentes brazos hasta abarcarme entera.

Al recuperar la visibilidad, estaba en otro sitio. Me encontraba corriendo por la ladera de una montaña, perseguida por una figura humana que se perdía entre sombras.

Sujetaba algo entre mis manos, un objeto que debía proteger.

Al fin, llegaba hasta el límite de la montaña donde se extendía un precipicio.

Alguien me tomaba por detrás y aunque no podía ver su rostro, porque la calima había hecho su fantasmal aparición, sabía que no podía dejar que aquel desconocido me atrapara. La única opción era saltar, dejarme caer, perderme en la oscuridad del abismo.

En aquel punto la imagen se volvía familiar y me daba cuenta de que era solo un mal sueño, una pesadilla. Hecho que me ayudó a despertar.

Al abrir mis párpados, me obnubiló la luz que se filtraba por los cortinados. Había amanecido y, con el sol, llegaba la lucidez.

Comencé a pensar que tras esa pesadilla recurrente había un mensaje oculto.

En esa ocasión había visto a otras personas en el sueño —a parte de mi siniestro perseguidor, estaba la desconocida mujer de ojos dorados y la vidente—, además tenía en mi poder un objeto misterioso que debía proteger.

Una cosa sacaba en claro de todo aquello: se aproximaban grandes eventos y yo jugaría un papel determinante en estos. ¡Y cómo siempre, mi vida estaría en riesgo!

Después de tomar un baño, cogí del placard un atuendo para el día, más sencillo y práctico que el que llevaba puesto la noche anterior. El chándal había sido la mejor opción.

Cepillé mi cabello frente al espejo, con los ojos de Evelia, la hija fallecida de Vera y Argos, fijos en mi nuca.

Sentí como mis vellos se erizaban ante esos orbes de acuarela que expresaban demasiado.

Entonces, oí la puerta abrirse y me sobresalté.

Ingresó al cuarto una vieja mujer, que sostenía en las manos una charola.

—Buenos días—saludé con cortesía. La anciana sonrió con amabilidad—. Gracias por la comida...Soy Alice—me presenté.

Sus descoloridos iris vagaron desde mi rostro hacia el de la chica del retrato y, de inmediato, pude adivinar sus pensamientos: veía en mí a Evelia.

—Buenos días señorita. Mi nombre es Isabel y es todo un placer servirla —repuso con tono gentil. Tragué saliva. Jamás se me hubiera ocurrido que podría tener servidumbre a mi disposición—. Regresaré más tarde a asear su cuarto—indicó. Apoyó entonces la bandeja en la mesa de noche y se dispuso a tomar el vestido de gala, que estaba tirado de cualquier forma en el suelo, para doblarlo con especial cuidado.

—Disculpe el desorden, Isabel. No es necesario que vuelva, puedo hacer el aseo yo sola—señalé avergonzada y me di cuenta de cuán incómoda me resultaba la situación. No estaba dispuesta a ser atendida. Aunque comenzaran a tratarme como una huésped de privilegio seguía siendo esclava de un tirano, y esa mujer igual. Ambas estábamos en la misma situación de servilismo forzado.

—Lo hago con gusto señorita. Es mi deber—señaló a modo de despedida, porque dicho aquello se marchó, llevándose la prenda consigo.

‹‹¡Carajo! ¡Ni siquiera me ha dado tiempo para interrogarla!››

Volví la vista hacia el platel. Mi desayuno era bien provisto: pan, dulce de moras, queso, leche fresca y zumo de naranja.

‹‹Demasiadas molestias se está tomando Argos›› Pensé con ironía.

Me pregunté también sobre la clase de atenciones que su invitado de honor recibía y recordé que jamás había visto a Daniel probar bocado. Pero, por más que fuera un ángel, debía comer de vez en cuando...

En pocos segundos tragué el desayuno y mentiría si dijera que no lo había disfrutado. Aunque después sobrevino la culpa: al final yo también había vendido mi libertad por un plato de comida. Por fortuna, mi subconsciente me recordó que en realidad no la había vendido, sino que me la habían arrebatado.

La puerta volvió a abrirse y en esa ocasión me encontré con una visita menos agradable que la anterior, Darius.

Divisé además el marfileño rostro de Daniel, asomando detrás del jefe militar, quien me comunicó que su ‹‹Señor›› demandaba vernos una vez más.

Rogaba que mi compañero tuviese razón respecto a la vidente a la cual consideró una aliada o aquel sería nuestro final. 

Místicas Criaturas. El RefugioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora