Perdida en el abismo. Parte IV

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‹‹¡Lo ha asesinado!›› Intenté gritar, pero no logré emitir sonido, siquiera mis labios se movieron

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‹‹¡Lo ha asesinado!›› Intenté gritar, pero no logré emitir sonido, siquiera mis labios se movieron.

Contemplé, frustrada, cómo Daniel desplegaba sus soberbias alas de acero y comenzaba a descender hacia mi encuentro.

En el trayecto la luz se fue extinguiendo, permaneciendo un tenue resplandor al momento del aterrizaje. Entonces, aquel fulgor transmutó en fuego. Lenguas doradas lamieron, con avidez, su plumaje, devorándolo, hasta que solo quedaron dos negros muñones asomando por su espalda, que al poco tiempo también se desprendieron.

Estaba atormentada por lo que había visto y, peor aún, presa en mi propio cuerpo.

El ángel, abatido, siguió avanzando, hasta desplomarse de rodillas a mi lado, mientras observaba mi cuerpo inerte.

—Perdóname, mi amor... No pude impedirlo esta vez—musitó con voz quebrada.

A continuación, colocó mi cabeza en su regazo y se inclinó para besar mis labios.

Sus cristalinas lágrimas caían, como una fina lluvia perlada, sobre mi rostro, provocando un leve cosquilleo en el.

‹‹¡Por fin estoy reaccionando!›› me emocioné.

Intenté emitir una frase, pero mis labios continuaban sellados, y el sonido moría en el ascenso por mi garganta.

Con minuciosa suavidad, el celestial apoyó de nuevo mi cabeza en el suelo y volvió a incorporarse.

En ese momento logré mover un poco mi cabeza y conseguí seguirlo con la mirada. Noté que recogía algo del suelo y reconocí la espada de Evelia. Mi ángel la sostenía con firmeza cerca de su corazón.

—Al menos hay algo que sí podré hacer bien hoy. La vida no es vida sin ti para compartirla, mi amor.

‹‹¡Nooo!›› esbocé un sonoro grito mental.

A esas alturas, sin el elixir mágico en su sistema, él era mortal. 

Tenía que impedir que cometiera esa estupidez, así que luché con todas mis fuerzas, enviando la orden a mi cuerpo de responder y, en esa ocasión, funcionó.

Aquella energía vital se removió dentro de mí, impulsando mi corazón, haciéndolo latir con más intensidad.

Inhalé una gran bocanada de aire y mi pecho se elevó y mi espalda se arqueó hacia arriba. Ese sopló de aire fresco me hizo renacer, volver a la vida.

Me puse en pie, pero Daniel no se percató, ya que estaba consternado, ensimismado en sus propias acciones y dispuesto a lo peor.

Con desespero, busqué mi voz. Esta brotó desde el centro mismo de mi pecho, enérgica, vigorosa y con aquella agudeza que solo caracterizaba a los celestiales:

—¡Daniel, no lo hagas!—grité. Mi cuerpo vibró, e incluso la espada de Evelia estalló en pedazos, cubriendo a Daniel con una lluvia de partículas metálicas.

Mi piel comenzó a refulgir, a tornarse dorada. La luminiscencia escapó en diversas direcciones, encegueciendo a Daniel. Cuando esta menguó, al fin, él pudo verme.

—¡Alise, mi amor, estás viva! —exclamó, corriendo hacia mí. Nuestros cuerpos impactaron y se fundieron en un prolongado abrazo. —¿Qué ha pasado contigo? —musitó entonces, despegando sus manos de mi espalda—. ¡Esto es increíble!

Me hallaba confusa ante su inesperada reacción, pero un tris más tarde pude darme cuenta de lo que pasaba. Tuve la sensación de que algo emergía de mi espalda, ramificándose en lo profundo de mi ser y brotando a la superficie, abriéndose paso en mi dermis. La emersión de aquellas nuevas extremidades me había dejado estupefacta.

—¡Esto no puede ser!—expresé—¡Tengo alas! 

Místicas Criaturas. El RefugioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora