Perdida en el abismo. Parte II

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—Esto se define ahora muchacha—dijo Argos, quien se encontraba a mis espaldas.

Reconocí que estaba malherido, como si algunas de las piedras le hubieran caído encima. Además había perdido su rifle. Aun así, sus orbes profanos seguían emanando tenebrosidad.

—¡Acabaré contigo cretino!— grité, aunando fuerzas.

No podía permitirme flaquear. Era tiempo de honrar mi destino.

Ambos nos fundimos en una intrínseca lucha cuerpo a cuerpo.

Pese a que estaba golpeado y enfermo seguía siendo fuerte y eso venía de su entrenamiento militar o, tal vez, de la ingesta de brebajes mágicos que le obligaba a preparar a su esposa y que le conferían aquellos atributos de ‹‹deidad›› que tanto presumía.

En medio del forcejeo noté la espada de Evelia relucir en su cinturón. Intenté tomarla pero él se adelantó y, arrinconándome contra el peñasco, colocó la hoja en mi garganta.

—Ahora morirás como todos los que alguna vez amaste—musitó, mientras esbozaba una siniestra sonrisa de satisfacción.

Esa sola frase, tan breve y a la vez tan honda, agitó algo en mi interior.

Hasta ese momento había experimentado la muerte como algo trágico, negativo. Era inevitable no asociarla con un sentimiento de pérdida y despojo que desembocaba en una infinita tristeza. Pero, la muerte era parte ineludible de la vida, incluso necesaria. Cerraba ciclos, a veces no generaba sufrimiento, sino que le daba fin. La muerte de Argos, por ejemplo, traería alivio y paz a todo un pueblo, aun cuando su deceso estuviera acompañado del mío.

‹‹A veces uno debe hacer sacrificios y olvidarse de los deseos más fervientes de su corazón para abocarse a una causa mayor, a un bien superior, que excede los límites de su propia individualidad.›› Reflexioné.

Aquel pensamiento impulsó una energía nueva, una fuerza distinta a la que había experimentado en toda mi existencia, pero que estaba latente en mi interior. Aquel vigor se extendió por cada una de mis terminaciones nerviosas y, por vez primera, me sentí por completo despierta.

Entonces logré liberarme de su presión, empujándolo lejos de mí, no sin antes recuperar la espada.

El tirano salió despedido producto del golpe enérgico y trastabilló, al punto de quedar suspendido en el borde del precipicio pero, para mi desgracia, logró estabilizarse.

Arremetí contra él de nuevo, aprovechando aquella repentina vigorosidad y, con un golpe certero, enterré la afilada hoja directo en su corazón.

Un chorro de sangre oscura saltó sobre mí rostro y empapó mi ropa.

Argos se tambaleó hacia atrás e intentó murmurar algunas palabras, que no oí con claridad, porque más sangre había emanado de su boca, reemplazando cualquier frase por un único sonido gutural, espantoso.

Entonces, empezó a desplomarse directo al precipicio, extendiendo sus manos hacia mí. 

Me aparté para que el peso de su cuerpo no me arrastrara a las profundidades y, por un segundo, pensé que había logrado zafarme, hasta que me di cuenta que también había perdido el equilibrio y estaba cayendo con él en el abismo.  

Místicas Criaturas. El RefugioWhere stories live. Discover now