Prisionera. Parte I

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Desperté entrada la noche, sobresaltada. Mi cuerpo estaba perlado en sudor.

Los rayos lunares se filtraban a través de las grietas del barco, cicatrices de las múltiples batallas en las que habría combatido.

Me asomé por la abertura y contemplé la silueta de la inmensa luna acerada. Su brillo incandescente era aumentado por los astros circundantes, que se reflejaban en las negras aguas, dando la impresión de un cielo invertido.

La pasividad de la imagen era afectada por el avance de la embarcación que la distorsionaba a causa del oleaje.

Me sentía nostálgica ante aquella belleza distante y lejana, una que ningún mortal podría poseer y que me recordaba a Daniel.

Decidí sacudir aquellos lúgubres pensamientos y salir de mi escondite para continuar con la exploración del barco.

A excepción del arrullo del viento y el susurrar de las olas al romper contra la proa, solo se oía silencio.

Tomé la mochila, cargada con algunas armas, y me dirigí a las escalerillas.

Descendí un par de metros y llegué al sector de los improvisados establos. El sitio distaba mucho de ser agradable. Olía a pasturas húmedas, y a estiércol.

De pronto, divisé a un soldado y decidí seguirlo. Se detuvo frente a una mujer encadenada.

Al principio, no logré distinguir muy bien el rostro, porque tenía la cabeza gacha, pero ante la presencia de su carcelero alzó su faz y pude reconocerla.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo, en el preciso momento en que mi cerebro la identificó: la prisionera era Vera.

La revelación ocurrió casi de inmediato. Argos la tenía como rehén para extorsionar a Daniel.

¡Tenía que liberarla cuanto antes!

Sin embargo, el sonido de unos pasos acercándose me obligó a mantenerme oculta.

Una silueta se abrió camino entre las sombras; era el tirano.

—¡Señor, le juro que nada de esto fue mi culpa! Darius y Marco debían traer a la muchacha, no a su esposa—señaló, el asustado soldado.

La compacta imagen de su superior cubría su diminuta figura, sobre todo porque ante su presencia, parecía replegarse y encogerse más.

—¡Calla inútil!—rugió Argos—. Esos ineptos ya me explicaron lo sucedido y me encargaré que paguen por su error. —No pude evitar sentir cierto regocijo al imaginar a ambos sujetos recogiendo el estiércol de los caballos—. Sin embargo, admito que gracias a su incompetencia pude descubrir la traición de mi esposa, así que finalmente no los arrojaré por la borda. —El oficial se estremeció—. Además, el estúpido ángel sigue creyendo que tenemos prisionera a su amiguita.

Ante esas palabras sofoqué un grito.

—Pero... ¿y qué pasó con la joven?—balbuceó su subalterno.

—Supongo que debe estar escondida en algún sitio del palacio. Pero confío en que mis guardias sabrán ocuparse bien de ella en cuanto le pongan las manos encima—El perverso formuló una sombría sonrisa que provocó que mi sangre se helara—. Sube y dile al resto de esos ineptos que mantengan a Daniel vigilado. No voy a arriesgarme a que baje a las caballerizas y descubra la verdad.

—¡De inmediato, Señor!—El militar obedeció y se marchó, sorteando los rediles de los inquietos equinos.

El traqueteo del barco debía resultarles muy molesto a los animales.

Cuando el muchacho se fue, sopesé la posibilidad de salir de mi escondite y atacar a Argos por la espalda. Pero temía que pudiese dañar a Vera, ya que se encontraba demasiado cerca.

Místicas Criaturas. El RefugioWhere stories live. Discover now