La profecía. Parte III

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Ascendimos por la escalera de piedras y, después de algunas vueltas, llegamos a otro corredor

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Ascendimos por la escalera de piedras y, después de algunas vueltas, llegamos a otro corredor.

Tenía el mismo aspecto del primero, estrecho y húmedo, pero estaba más iluminado e incluso parecía más limpio (al menos no había rastro de las desagradables telarañas). Quizá aquel sector era el más transitado.

Al final nos detuvimos frente a una puerta.

—Pasa—indicó Vera, haciendo un ademán.

La nueva portezuela también comunicaba con el interior de un closet, pero la mayoría de las prendas habían sido corridas, por lo que se veía la totalidad del cuarto.

La habitación era elegante y suntuosa, tal como cada ambiente del palacio.

—Es mi habitación—clarificó mi compañera—. Tranquila, no duermo con Argos desde hace tiempo—añadió, al percibir mi expresión desencajada—. De hecho, él no está al tanto de que tengo conocimiento de la existencia de estos laberintos. Los descubrí por accidente, pero son tan antiguos como el castillo. Una vía de escape alternativa... por si acaso. Argos es un hombre precavido.

¡Vaya que sí!

—Entonces, ¿por allí saldré al exterior sin ser vista?—aventuré.

—Exacto. Los pasadizos se conectan a casi todos los rincones del palacio, y a su vez, todos convergen en una cámara central, que deriva en el camino al exterior.

—¿Quieres decir que hay un pasaje directo al cuarto de Argos?

—Sí, pero no te ilusiones, mi esposo ha tomado recaudos. La puerta está sellada por dentro, y solo por ahí puede abrirse—expuso. Después se dirigió a la mesa de noche y me entregó una pequeña espadilla de plata, que retiró de un cajón. Tenía un dibujo grabado en el mango, una enredadera con incrustaciones de esmeraldas.

—Es un hermoso diseño—halagué, recorriendo con las yemas de mis dedos la empuñadura.

—La espadita le pertenecía a mi hija Evelia. Quiero que la lleves contigo. ¡Y esto también debes llevarlo! A menos que pretendas salvar a la humanidad en pijama —rió.

Me entregó, entonces, una muda de ropa. Mi nuevo atuendo consistía en una camisa, campera impermeable, leggins y un par de botas de abrigo.

››En la mochila hay otra muda y artículos que puedes llegar a necesitar.

—Gracias —Abrí la bolsa, para explorarla.

Entre los objetos más comunes hallé comida, una cantimplora y una brújula.

Las demás pertenencias necesitaban un instructivo.

Vera me explicó que las semillas azules eran medicinas. Las diminutas partículas, que brillaban en el interior de un frasco, era polvo mágico que alteraba la percepción. El mismo, según supe, se extraía de una flor similar a una rosa, cuyos pétalos iridiscentes irradiaban su esencia en la noche.

—‹‹Luz de Luna›› se llama—argumentó—. La flor por sí sola no es mágica, sino que debe ser sometida a un largo proceso para extraer su poder. Hay que dejar secar los pétalos a la luz de la luna, de ahí su nombre, durante todo un ciclo completo, para luego machacarlos y convertirlos en polvo. Recién ahí se libera la esencia mágica.

Añadió también que, lo que parecía ser un simple racimo de uvas negras, se llamaba "falsa morte" y provocaba un estado de letargo similar a la muerte.

—Al ingerirlas, tus palpitaciones descienden, al igual que el pulso, y la respiración es imperceptible. Úsalas solo en caso de emergencia extrema—advirtió.

Asentí, esperando que no fuera necesario tener que fingir mi propia muerte. Aunque también se usaban como anestesia. Eran una especie de morfina. Pero había que tener cuidado con la dosis porque los pacientes podían llegar a dormir hasta tres días seguidos si se suministraba en exceso.

Sobre el ungüento verde con aroma a menta no realizó demasiadas explicaciones, porque ya conocía sus efectos a la perfección.

Todas esas plantas extraordinarias creían en un sector protegido de ‹‹El Refugio››, y eran los seres sobrehumanos los encargados de su cultivo. Además se dedicaban a la crianza y cuidado de los animales mágicos. Mientras que los humanos trabajaban en la fábrica o desempeñaban tareas mundanas, aquellos tenían actividades relacionadas a sus dones.

En ese momento comprendí que, ‹‹El Circo››, no era el único espectáculo que brindaba ‹‹El Refugio››, pero Argos mantenía a la gente distraída y controlada para que no notaran la verdad que se ocultaba tras el telón.

En cuanto a los soldados, supe que muchos de ellos estaban al tanto de la magia, porque eran la fuerza principal de ‹‹El Refugio›› y vivían en las tierras colindantes al palacio. Pero, tampoco estos constituían una gran amenaza, ya que la mayoría ni siquiera portaba armas cargadas y todos temían a Argos, a quien consideraban una especie de dios en la tierra.

Lo cierto, era que no estaba lejos de serlo, pero, en realidad, su fuente de poder radicaba en el control que ejercía sobre los seres sobrehumanos y la magia, a la vez que controlaba a estos seres, gracias a la lealtad y devoción de sus soldados.

—Argos es un maldito avaro —sentencié, al fin—. No entiendo por qué necesitaba traer humanos aquí y esclavizarlos, si ya tenía todo lo que necesitaba para vivir como un rey.

—Tenía todos los recursos y el poder, pero era imprescindible que otros losupieran también. ¿Qué es un rey sin sus súbditos? ¿De qué vale el poder sin que nadie te tema? ¿De qué sirve el control si no tienes a nadie a quien dominar? ¿O las riquezas, sin nadie a quien puedas comprar? —reflexionó Vera—. Además, necesitaba quien levantara su imperio y mantenerlo en funcionamiento para seguir sintiéndose ‹‹poderoso››. Argos es cruel con su pueblo por una razón, pequeña. Debe tenerlos bajo su mando porque si los pierde ya no sería nadie y hombres como él, malvados por naturaleza, no conocen medios nobles para alcanzar la gloria.

—La mayoría de la humanidad es así— reconocí, sintiendo desprecio por mi propia gente—. Lo irónico es que la sangre humana intensifique sus dones mágicos y los potencie.

—Es cierto, la sangre humana activa nuestra mejor parte—Hizo una breve pausa. Sus ojos se eclipsaron—. Aunque siempre hay excepciones a la regla—puntualizó, dirigiendo la vista hacia la pared donde colgaban los retratos familiares.

Uno de esos rostros me recordaba a alguien cercano.

Se trataba de un joven de facciones angulosas y atractivas. Tenía tez blanca como marfil, cabello rubio dorado y ojos de un vivaz verde esmeralda. Se parecía un poco a mi padre en su juventud, aunque los rasgos del muchacho del cuadro eran más duros, y su mirada reflejaba un fuerte carácter, al punto de resultar intimidante.

—Ese es Jonathan, mi hijo. ¿Lo habías visto antes?— preguntó, al notar mi fijación en el retrato.

‹‹Jonathan›› Sentí calosfríos.

—No, jamás lo había visto—negué, volviendo mi mirada hacia ella—. Lo siento, sé que murió hace poco. Conozco el vacío que dejan nuestros seres amados, cuando se marchan. Yo perdí a mis dos padres—reconocí.

—Gracias, Alise—comentó, casi por cortesía—. En verdad lamento tu perdida—añadió, sincera.

—Bueno, ya está todo listo para partir—dije, cambiando de tema, al tiempo que notaba la expresión de agradecimiento aflorar en el rostro de mi congénere.

—Quiero que sepas pequeña, que no te expondría a algo como esto si no tuviera plena confianza de que tendrás éxito.

—Agradezco mucho tu confianza y toda tu ayuda—Formulé una sonrisa autentica y ella me la devolvió.

—No tienes que darlas, cariño. Es lo mínimo que puedo hacer por ‹‹nuestra salvadora››. Aunque la verdad, más allá de cualquier profecía... yo confió en ti.

Místicas Criaturas. El RefugioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora