El Circo. Parte III

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En realidad, no era un circo como tal, al menos no como los que había visitado siendo niña

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En realidad, no era un circo como tal, al menos no como los que había visitado siendo niña. Para empezar no había carpas multicolores; su aspecto era de anfiteatro. Se trataba de un claro en medio del bosque, donde los anchos troncos, sembrados en circunferencia, eran las paredes y el firmamento un techo, tan empíreo como alto.

En el centro de aquel manto estelar, la luna brillaba plena, oronda, como un perfecto y acabado disco de marfil, rodeada por los rutilantes astros. Bajo esta, yacían hileras de bancos distribuidos en forma de cascada. Había además un sector ‹‹privado››, un palco alejado de la plebe, donde se encontraba el tirano, junto a una mujer. Una dama, de pálido semblante y una mirada ausente que me recordó a la de mi madre. Poseía una belleza frágil, marchita por el paso de ‹‹algo›› más hondo que el tiempo, la angustia quizá. El tinte verde jade de sus ojos y el cabello rubio trajeron a mí reminiscencias de la joven del retrato.

¿Sería acaso esa mujer su madre? ¿La esposa de Argos?

Darius, sin saberlo, respondió a uno de mis interrogantes.

—¡Ustedes dos, diríjanse al palco junto a ‹‹Mi Señor›› y su esposa! Los están esperando.

Ascendimos hacia allí sin escolta, ya que nuestro carcelero inició su propia marcha hacia las filas inferiores, tomando asiento junto a una mujer de rostro demacrado, a quien entregó la bolsita con semillas azules, que esta ingirió.

—¡Queridos míos, sean bienvenidos!—saludó Argos, poniéndose de pie—. Me complace tanto que hayan venido.

‹‹Como si tuviésemos otra opción››

Tanto él, como la dama que lo acompañaba, no hacían reparo en exhibir su extravagante vestimenta. Lo extraño era que Argos no se hubiera hecho forjar una corona. Aunque lo cierto era que no necesitaba objetos simbólicos que respaldaran su poderío. ¿Quién podría cuestionar que era el rey?

››Les presento a mi esposa, Vera Margaret Solomon—añadió, en referencia a la mujer cuya vista seguía vagando en la lejanía—. Querida, estos jóvenes que nos acompañan son nuestros invitados de honor esta noche, Daniel y...—hizo un ademán para que dijera mi nombre.

Me di cuenta de que nunca lo había dicho en su presencia, aunque tampoco él se había interesado en preguntarlo. Estaba demasiado feliz de tener a su ángel.

—Soy Alise...Alise Rebeca Manson —respondí, en voz alta. Fuerte y claro.

La consorte de Argos pareció reaccionar a mis palabras. Por vez primera, sus orbes se enfocaron en un punto fijo, en mí.

—¿Eres tú? Mi dulce Evelia... ¡Has vuelto!—Advertí una mezcla de nostalgia y felicidad en su voz, al tiempo que sus palabras me dejaban absorta.

—Querida, sabes bien que Evelia ya no está entre nosotros. Nuestra hija ha muerto. Además, mira sus ojos, el iris es castaño dorado, no verde—indicó Argos, con total naturalidad, como quien comenta el estado del clima y no la muerte de su propia hija. ¡Maldito!

No obstante, había algo en sus facciones, en sus gestos, que me llevó pensar que él también encontraba cierto parecido y lo cierto era que sí...La joven del retrato, Evelia, tenía fuertes semejanzas físicas conmigo. Era imposible seguir negándolo.

Pero aquella no era la revelación que me causaba mayor conmoción, sino la comprobación de que, en efecto, ella estaba muerta.

Mis vellos se erizaron en el preciso instante en que las luces descendieron, dando por finalizada cualquier especulación.

Argos indicó que nos sentáramos, pues la función estaba a punto de dar inicio.

Un personaje con una estatura minúscula y largos bigotes en punta, se posicionó en el centro del agreste escenario. Estaba vestido con frac negro y sombrero de copa. A pesar de su altura, tenía una potente voz, la cual se oía sobre el sonido estruendoso de los tambores. Intuí que el hombrecito era una especie de presentador.

—¡Damas y caballeros, sean bienvenidos a ‹‹El Circo››! Esta noche prepárense para sumergirse en sus más hermosos y extraños sueños—inició, mientras lanzaba al aire un puñado de finos polvos dorados. Algunas imágenes se materializaron en la dalmática de la noche—. Prepárense para ver a las criaturas más extraordinarias del planeta —Aparecieron, flotando en el aire cual fantasmas, figuras de Pegasos, aves fénix, unicornios, que revoloteaban y galopaban por el escenario, mientras el público aplaudía el espectáculo.

››Para deleitarse con las voces más cautivadoras, dejándose llevar por los bailes más hechizantes —Una pareja de bailarines vaporosos comenzó a recorrer la pista, dando giros y desprendiendo fragmentos de aquellas mágicas partículas en todas las direcciones.

››Prepárense para contemplar objetos sin valor transformarse en preciados tesoros y animales comunes realizando increíbles hazañas —Se sumó a la escena un duende, que sacó de su galera algunas piedras, las cuales lanzó hacia el público. Para mi asombro, aquellas se convirtieron en gemas. Aunque estaban hechas de efímeros corpúsculos y se disolvieron antes de que el público pudiera disfrutar de aquel tesoro.

››Prepárense para que sus secretos más oscuros sean develados —Una mujer arcaica y misteriosa apareció haciendo girar en sus manos un pequeño torbellino, que fue creciendo hasta absorber a todas las demás figuras. Creó entonces una especie de esfera, brillante como el mismo febo, la cual nos encegueció unos instantes. Después la luz se atenuó, concentrándose solo en el presentador.

››Damas y caballeros, prepárense para ver la magia—enunció al fin y la oscuridad nos consumió.

Místicas Criaturas. El RefugioWhere stories live. Discover now