Desesperación. Parte II

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Leyendo supe que, antes de la última guerra, no había esclavos. Nuestra sociedad había evolucionado lo suficiente para prescindir de ellos y contaba con tecnología avanzada que hacía la vida más fácil.

Los gobernantes no necesitaban subyugar violentamente a nadie, aunque habían encontrado otras formas de sometimiento para mantener el orden y la jerarquía social, formas ‹‹más civilizadas››.

Los ricos y poderosos garantizaran seguridad y orden en la vida de los menos afortunados y compartían con estos una minúscula parte de su riqueza, a cambio una serie de retribuciones, las cuales aseguraban, básicamente, el mantenimiento de su estatus preferencial.

Si bien este sistema estaba lejos de ser igualitario, disfrazada y adornaba de forma tan maravillosa la opresión, que funcionó bien durante mucho tiempo y fue la alternativa más óptima contra la esclavitud.

A pesar de las diferencias, entre unos y otros sectores, había cierto equilibrio basado en esa especie de intercambio de servicios. Pero cuando los recursos comenzaron a escasear, porque la tierra por fin se había agotado, las guerras volvieron a formar parte de nuestra Historia, y la estabilidad y la relativa seguridad, de la que gozaban los hombres, se esfumaron. Era una guerra de todos contra todos, ya no por la ambición de poseer riquezas o poder, sino que se mataban por un poco de alimento.

En ese contexto Argos encontró el último refugio y ese fue momento en que la esclavitud y la tiranía volvieron a hacerse presentes.

Por eso yo juré que, aunque estuviera muriendo de hambre, nunca me convertiría en una esclava y protegería lo único que tenía: mi libertad. Sin embargo, mi suerte me estaba obligando a cambiar de planes.

Estaba ahí, a plena vista, a punto de ser privada de ella, de ser reducida a la condición de cosa y obligada a cumplir los deseos irracionales de mí amo. Pero no lo iba a permitir aunque fuese lo último que hiciera.

Me apresuré a tomar el cuchillo de caza, oculto entre mis raídas prendas, y corté una de las enredaderas que se aferraban alrededor del árbol de ‹‹El Santuario››, la cual utilicé como cuerda. Trepé con avidez y la até un extremo a una de las ramas más altas, armando en el otro la horca.

Sin demasiado tiempo para reflexionar, reuniendo todo el coraje del que era capaz, dejé escapar el aire que presionaba mi pecho de manera opresora, metí mi cabeza dentro de la horca y salté a la libertad.

Instantes atrás la muerte me había parecido dulce y placentera, pero sentir el mordaz abrazo de la cuerda en mi garganta, mientras mis pulmones se desesperaban por conseguir un poco más de aire, era mucho más cruel y horrible de lo que me había imaginado. El sentimiento liberador se había tornado avasallador. Empero, sabía que era cuestión de esperar unos segundos. Poco a poco mis ojos comenzaban a nublarse...

‹‹ ¡No! ¡Esto no puede ser! ¿Por qué de pronto veo con más claridad? ¡Es que no voy a morir más! ›› pensé con aflicción.

Sopesé la idea de que soldados se habían acercado demasiado y por eso podía ver el fulgor de sus antorchas. Sin embargo, lo que yacía frente a mí no parecía un militar.

La luminosidad me encandiló, por lo que me vi obligada a cerrar los ojos un momento (era más probable que acabara ciega antes que muerta)

Poco a poco la flama se aminoró, así que abrí los parpados llegando a distinguir una silueta humana, que se dibujaba tras el manto de agua. Pero había algo más, algo que iba contra el sentido de racionalidad, porque esas ‹‹cosas›› resplandecientes que sobresalían de su espalda no podían ser alas.

La liana se cortó de pronto y mi cuerpo impactó contra el sólido suelo, al tiempo que mis oídos captaban el murmullo de voces cercanas.

— ¡Ahí está, cerca del árbol!— dijo una voz desconocida, gutural.

—¡Es una de ellas! — vociferó otro sujeto.

—¡Atrápenla antes de que escape!— ordenó el primer hombre, con autoridad—. El rey se pondrá muy feliz con esta. Hace mucho que la busca. ¡Pero tengan cuidado idiotas, no vayan a dañarla!

‹‹¿Hablan de mí? ¿Acaso Argos nunca vio a una chica escuálida y desvalida? Tal vez... La desnutrición no abunda en El Refugio›› Medité. ‹‹Aunque tampoco es que vaya a ponerse muy contento conmigo››

Escuché más voces, al tiempo que visualizaba a algunos de los soldados posicionados a mí alrededor, pero no distinguía nada con demasiada claridad. Mi vista estaba borrosa producto del golpe y de la incesante lluvia.

—La ‹‹cosa›› intenta proteger a la que está en el piso.

‹‹Bien, no soy la persona que buscan. Estos tipos ni siquiera buscan a una persona›› pensé.

—¡Tomen a la joven primero, grandísimos brutos! Llévenla al tren también. Si no se muere en el trayecto el rey verá qué hacer con ella.

Uno de los uniformados me levantó y me tomó con firmeza entre sus brazos. Ambos estábamos empapados, pero la temperatura de su piel era más alta que la mía. Me encontraba muy débil, y eso impedía que pusiera resistencia.

Comenzamos a alejarnos, pero alcancé a divisar aquella iridiscente luz encendiéndose una vez más.

Escuché gritos, jadeos e improperios, característicos de un enfrentamiento. ¡Al menos la ‹‹cosa›› tenía fuerza para luchar!

De pronto, el mareo volvió más pertinaz. Empecé a sentir un dolor agudo alrededor de mi cuello, un recuerdo reciente de mi desesperado y fallido intento de muerte.

Por fin, sobrevino el desmayo.


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