Capítulo 39: Dudas

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¿Real o no? Vi arder a mi hermana, luego de la explosión una llamarada la envolvió, no quedó nada que enterrar... murió igual que mi padre. 

La onda expansiva me lanza a varios metros, salvándome de lo peor de las llamas, pero me alcanza en brazos, cuello y tórax. Alguien me apaga las llamas, alguien grita mi nombre con desesperación, una voz familiar, veo unos ojos grises, aquellos que siempre me cuidaron las espaldas en mis cacerías pero ahora me miran con espanto y dolor. 


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- Gale. -Logro pronunciar su nombre con voz débil.

Y entonces me sumo en la inconsciencia. 

Viajo por un mundo blanco y desolado, infinito, donde no hay nada ni nadie. Busco a mi hermana, llamo su nombre pero no responde, estoy sola en este mundo extraño. 

Mi hermana ha muerto, ya no está, nunca más la oiré hablar, reír o pedirme que le cante cuando esté triste. Se ha ido. Cuidarla era mi deber.

Y fallé.

¿De qué sirvió ofrecerme voluntaria para ir a los Juegos en su lugar? ¿De qué sirvieron mis vanos intentos de apaciguar los levantamientos en la Gira de la Victoria? ¿De qué sirvió volar en pedazos el último escenario del Vasallaje? ¿De qué sirvió convertirme en el Sinsajo y avivar la rebelión? ¿De qué sirvieron todos mis esfuerzos por protegerla?

Fallé.

Prim está muerta... y Snow sigue vivo.


El mundo blanco y desolado parece ser infinito, no encuentro bordes ni paredes, no tengo noción del tiempo ni del mundo exterior pero sé que pasan horas y días. A veces, abro un poco los ojos y veo personas, sombras más bien, a mi alrededor. Mi madre me hace rondas, reconozco su cara y su voz triste en la bruma que impide a mis ojos ver con claridad antes de volver a sumirme en la inconsciencia y regresar al blanco infinito. 

Un día despierto y puedo ver bien, respirar sin máquinas, ya no siento el escozor de las quemaduras ni dolor de mis huesos aporreados. Un largo flujo de visitantes, vivos y muertos me proporcionan un largo flujo de información. Cinna cose un nuevo vestido de novia para mí, mientras mi padre canta las estrofas de El Árbol del Ahorcado, en voz baja para no despertar a mi madre que duerme entre turnos en un sillón. Dicen que trabaja hasta extenuarse para enterrar su dolor. Como yo no tengo nada qué hacer, el dolor me entierra a mí.

 Los médicos me hablan, me examinan con cuidado mis heridas cicatrizando. Me cuentan que fui muy afortunada, que las llamas sólo me alcanzaron en cuello, brazos y parte del tórax superior, que Gale apagó mi ropa quemándose y me arrastró unos metros fuera del caos luego de la última explosión. Llegó herido a mi lado, pero aún con el subidón de adrenalina y a tiempo. El Capitolio cayó finalmente, ese día. Pasé casi dos semanas sedada porque también me machuqué por todos lados y tuve fracturas de pelvis y costillas al aterrizar en el duro suelo. No contesto y me preguntan por qué no digo nada. Mi única respuesta es mirar al techo. Me hacen exámenes y preguntas para ver por qué no hablo, pero no quiero hablar... sólo quiero que me dejen en paz o que me dejen morir. Todo el mundo viene a verme y me habla, me cuentan noticias para ver si pregunto algo por curiosidad; otros días los médicos ordenan dejarme sin la sopa a ver si el hambre me hace hablar y pedir comida. Pero ni siquiera tengo hambre, me basta con el suero y la morfina que me meten por la vía intravenosa. Haymitch y el doctor Aurelius, mi nuevo médico de la cabeza, son los únicos que me dejan en paz y no me obligan a hablar. La teoría del doctor Aurelius es bien simple: soy una avox mental, debido al trauma psicológico de haber visto morir a mi hermana menor. Mi amiga Madge me contó una vez de un libro donde la protagonista pasó nueve años en silencio tras la muerte de su hermana más querida. Intentaron varias técnicas para hacerla hablar, desde dejarla sin comida hasta asustarla, pero la niña no hablaba porque no tenía nada qué decir. Yo tampoco. Nada bueno, al menos. Soy un Sinsajo herido, con las alas rotas, con quemaduras... y sin hermana.

Sinsajo HeridoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora