Capítulo 18: ¡Estás Vivo!

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Dejo escapar un sonido (la misma combinación de grito ahogado y gruñido que se produce cuando te sumerges en el agua y te falta tanto el oxígeno que duele) después que Plutarch vuelve el televisor a la transmisión habitual del Capitolio.

Sentado en un sillón frente a Caesar Flickerman, vestido de blanco, aparece Peeta, mi esposo, mi chico del pan. Aparto a la gente a empujones, aliados, soldados, Boggs, Haymitch, etcétera y me pongo y me pongo delante de él, con la mano sobre la pantalla. "¡Estás vivo!", susurro aliviada. Busco en sus ojos algún rastro de dolor, cualquier señal de tortura, pero no hay nada. Peeta parece sano hasta el punto de resultar robusto; le brilla la piel, que no tiene defecto alguno, como cuando te arreglan de pies a cabeza. Su gesto es sereno, serio. No logro conciliar esta imagen con la del chico machacado y ensangrentado que me atormenta en mis muchas pesadillas. Miro un instante a Haymitch, que está igual de asombrado que yo. Todos parecen sorprendidos por ver a Peeta, sano y fuerte, siendo que hace instantes dije que podía estar siendo torturado... y helo aquí, como si nada le hubiera ocurrido, incluso con mejor aspecto que cuando nos despedimos aquella última noche, entrevistado por Caesar en lo que parece una lujosa habitación. 

Caesar, con su chispeante traje de siempre y su cara pintada, se acomoda en el otro sillón frente a Peeta y lo mira durante un buen rato.

- Bueno... Peeta... bienvenido de nuevo.

- Imagino que no pensabas volver a entrevistarme, Caesar –responde Peeta, sonriendo un poco.

- Confieso que no. La noche antes del Vasallaje de los Veinticinco... Bueno, ¿quién iba a pensar que volveríamos a verte?

- No formaba parte de mi plan, eso te lo aseguro –dice Peeta, frunciendo el seño.

- Creo que a todos nos quedó claro cuál era tu plan –afirma Caesar, acercándose un poco a él-: sacrificarte en la arena para que Katniss Everdeen y tu hijo pudieran sobrevivir.

- Exacto, simple y llanamente –Peeta recorre con los dedos el diseño de la tapicería del brazo del sillón-. Pero había más gente con planes...

"Sí, otra gente con planes", pienso. ¿Habrá averiguado Peeta que los rebeldes nos usaron como marionetas? ¿Que mi rescate fue organizado desde el principio? ¿Y, finalmente, que nuestro mentor, Haymitch Abernathy, nos traicionó a los dos a favor de una causa por la que fingía no sentir interés? En aquel momento noto sus arrugas en su frente, el ceño adusto: o lo ha averiguado o se lo han dicho. 

Sin embargo, el Capitolio ni lo ha asesinado ni lo ha castigado. Por el momento, eso supera mis más locas esperanzas, así que me alimento de su buen aspecto, de su salud física y mental, que me corre por las venas como la morfina que me daban en el hospital para mitigar el dolor las primeras semanas. 

- ¿Por qué no nos hablas de la última noche en la arena? -sugiere Caesar-. Ayúdanos a aclarar un par de cosas.

Peeta asiente, pero se toma su tiempo para contestar.

- Aquella última noche... 

A continuación, Peeta comienza a describir la arena del Vasallaje y los últimos momentos que pasamos allí, hasta que hice volar el campo de fuerza y nos sacaron a todos. Aunque, claro, Peeta estaba lejos de mí, habernos separado fue nuestro error, ahora está en manos del gobierno. 

"Éramos como insectos atrapados bajo un cuenco de aire caliente, hirviendo. Y jungla por todas partes, jungla verde, viva y en movimiento. Cada hora es un nuevo horror, un reloj gigantesco y siniestro, que va marcando lo que te queda de vida... los mutos y los tributos quieren tu sangre... dieciséis personas han muerto los últimos dos días, algunas defendiéndote... ocho más estarán muertas cuando salga el sol, a ese ritmo... salvo uno, el vencedor. Y tu plan es procurar no ser tú..."

Sinsajo HeridoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora