Capítulo 10: Alma Coin

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Conseguir agua no será problema, hay un lavabo en el compartimento, puedo sacar la que quiera, pero creo que me será muy difícil escamotear comida, con lo racionada que tienen las provisiones. Johanna quiere que inspeccione la ventilación y trate de encontrar el camino más corto a la superficie. Es obvio que no podemos salir así no más los tres juntos en un ascensor y luego subir a terreno abierto, ni siquiera los ciudadanos comunes lo hacen, tienen un horario determinado para salir a tomar sol y aire fresco; me dijeron que es para asimilar la vitamina D. Para suplir la carencia de ciertas vitaminas en la dieta le administran una cápsula a todo el mundo junto con el desayuno, se supone que tiene los nutrientes faltantes porque acá no tienen mucho surtido de vegetales. Tienen huertos subterráneos con calor y luz artificial pero ya me estoy hartando del puré de nabos, los guisantes y papas hervidas, la col insípida y otras verduras desabridas. He comido cada uno de esos platos al menos cuatro veces en la semana. Empiezo a extrañar de veras las delicatessen del Capitolio y hasta ese tosco pan de cereales que hacíamos en casa en la época de pobreza. Mi familia era pobre pero por lo menos variábamos la dieta porque yo cazaba distintas presas, recolectaba frutas y verduras, además de surtir la despensa haciendo intercambios.

Me doy vueltas en la litera intentando conciliar el sueño, intentando pensar cómo sacar comida sin que se note, tal vez los panecillos o la pequeña porción de fruta que nos dan junto con el plato principal. Ahora será mejor dormir y mañana veré qué se puede hacer al respecto. Johanna debe estar enojada y rabiosa porque no pude conseguirle morfina, mi madre me dijo que no podía sacar nada de los estantes con llave si no la autorizaba un médico. Lo único que puede hacer fue llevarle una tijera para ver si podíamos hacer piquetes en el yeso y quitárselo, lo intentamos pero se nos rompió y además una enfermera nos descubrió y le dio una buena reprimenda a Mason por querer quitarse el yeso antes de tiempo, le dijo que no se lo quitarán antes de diez días.

En diez días pueden hacerle muchas cosas a Peeta y Annie. No quiero pensar en eso. Trato de dormir, me tapo con la manta y tapo a Prim que duerme a mi lado. Le acaricio su pelo rubio como el de mamá. En medio de la noche despierto a mi familia con mis gritos y pateo a Prim sin querer. Tuve una maldita pesadilla en que Finnick y yo llegábamos al Capitolio desfallecientes luego de un penoso recorrido por los distritos, casi morimos de hambre y sed un par de veces pero nos las arreglábamos cazando, pescando y recolectando frutos. Al llegar a la gran ciudad no sabíamos dónde ir pero nos topábamos con Effie como por arte de magia en una esquina y decía haber escuchado rumores que los tenían en el Centro de Entrenamiento, en las mazmorras. Cuando llegábamos, los agentes nos dejaban entrar sin problemas y hasta nos guiaban a la sala donde estaban, una sala blanca con mesas o camillas donde reposaban Peeta y Annie... ya muertos, sin vida, pálidos, ensangrentados y llenos de huellas de torturas. Habíamos llegado tarde. 

Mamá y Prim intentan consolarme, me dicen que sólo fue un mal sueño, que intente dormir de nuevo. Pero sé que es imposible, así que me siento en la litera abrazando mis rodillas, amasando la perla y el anillo fundido en mis dedos. 

El tercer y cuarto día me los paso dando vueltas por los pasillos, ignorando por completo mis deberes, pero nadie intenta meterse conmigo, no sin llevarse una demostración de furia enloquecida por mi parte, hasta muerdo a una pobre mujer que parecía ser una soldado. A otro lo rasguñé, el doctor intentó hablar conmigo pero también huí de él. Ahora sí que me he ganado el mote de lunática. 

En el comedor me siento sola si no hay alguien de mi familia, los Hawthorne o Delly con su hermano, aunque de vez en cuando algún conocido del 12 se me acerca a darme ánimos, a decirme que lo sienten por mí y por Peeta, que debo ser fuerte y que acepte colaborar en lo que pueda con la creciente rebelión. Creo que los mandan hacerlo, los del 13 temen acercárseme o bien me quedan mirando con cara de extrañeza o repudio. No entienden que no tome los turnos reglamentarios, que no vaya a la escuela ni a entrenar, menos que no me presente en las reuniones a las que me han citado. Ellos obedecen cada regla bajo la premisa que es por el bien colectivo, son como abejas obreras en una colmena. Aunque también escucho decir por lo bajo en el comedor comentarios del estilo: "pobre chica, ha sufrido mucho" o "ya se le pasará y va a colaborar". En el desayuno del quinto día alguien se sienta a mi mesa, levanto la mirada y me encuentro con Gale, llevaba casi una semana sin verlo. Ya tiene sano el brazo, sin vendajes y me cuenta con demasiado optimismo que ha estado entrenando con los grupos de soldados de su edad. Lleva un extraño reloj grande con pantalla en su muñeca derecha, lo llamó brazalector y manda mensajes, creo. Pero no le hablo, estoy enojada con él, me ocultó lo de Madge. Al almuerzo también nos topamos y me hago la sorda a sus comentarios.

Sinsajo HeridoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora