Capítulo 7: Yo te Necesito...

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- Yo sí... ¡yo te necesito! –suplico, dejando de atender la vigilancia un momento, mirando directo en sus ojos.


Peeta me mira preocupado, toma aire como para empezar uno de sus discursos y eso no es bueno. Me hablará de Prim, de mamá, de todos y terminará confundiéndome más. Así que antes que hable, lo callo con un beso. Intenta resistir pero se da por vencido tras un par de tentativas.

Vuelvo a sentir esa misma deliciosa y embriagadora sensación de los primeros besos reales con Peeta. Aquellos que nos dimos la primera noche que nos excitamos, los de la azotea y la primera noche haciendo el amor. Besos verdaderos, sin cámaras ni gente mirando como ahora. Quisiera dejar a todo el mundo fuera, pero es imposible, igual que en la cueva el año pasado. Esa ocasión, fue la primera vez que sentí algo agitarse dentro de mí con ese beso, algo que me hizo desear otro. Pero como la herida de mi frente empezó a sangrar, tuve que recostarme interrumpiendo esa agradable sensación; la misma que recorre ahora todo mi cuerpo. Inunda todo mi ser, desciende por mi garganta hasta mi pecho y se expande hasta la punta de mis pies. Lo mejor es que ahora no hay nada que nos interrumpa, nuestros aliados duermen y podemos seguir y seguir. Pues en vez de satisfacerme, los besos parecen aumentar mi necesidad. Creía que era una experta en hambre, pero ésta es completamente distinta.


Lo único que nos interrumpe y nos devuelve a la realidad es el rayo golpeando el árbol a medianoche. También despierta a Finnick, que grita y se sienta de un salto en la arena, hundiendo en ella los dedos, como si quisiera confirmar que la pesadilla no era real.


- Ya no puedo seguir durmiendo, uno de ustedes vaya a descansar –dice y sólo entonces se da cuenta de nuestro ceñido e íntimo abrazo- o los dos... puedo vigilar solo.               


- No, eso es demasiado peligroso. Tú acuéstate, Katniss, yo no estoy cansado –expresa Peeta.


No pongo objeciones, porque necesito estar descansada si quiero proteger a mi esposo. Él toma el medallón y lo pone en mi cuello, afirmando que voy a ser una buena madre. La referencia al bebé me indica que acabó nuestro momento de privacidad, que Peeta está actuando. Hay que manipular a los patrocinadores y a la audiencia. Mientras me acomodo para dormir, pienso que tal vez también intenta decirme que tenga hijos con Gale; si es así, está muy equivocado, tener niños nunca ha formado parte de mis planes. Si hay alguien que merece ser padre, ése es Peeta. Antes de quedarme dormida, imagino un lugar futuro sin Juegos del Hambre, un lugar como la pradera de la canción que le canté a Rue y a Seeder mientras cerraban sus ojos. Un lugar donde nuestro supuesto bebé crecería en paz y a salvo. Y los hijos de todos.


Temprano en la mañana nos llega otra canasta amarrada a un paracaídas: más panes del Distrito 3 y una botella de leche. La tapa tiene un sinsajo con una flecha grabado en relieve, así que todos asumen que la leche es para mí. Les digo que a mis compañeros pueden tomar también pero se niegan, insisten que yo debo alimentarme. Y supongo que la botella también es un mensaje de Haymitch para que siga actuando de futura madre. Así que decido tomar la mitad y a Finnick se le ocurre enterrarla en arena húmeda, en la base de una roca, para que no se corte con el calor. Si sigo viva puedo volver por el resto. A propósito de seguir vivos, otra vez nos vemos en el dilema de dividir los panes en porciones iguales, al final nos quedan ocho, que se dividirían en forma perfecta si uno de nosotros muriera hoy, aunque ya no tiene gracia bromear sobre quién quedará mañana al desayuno.

Sinsajo HeridoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora