Capítulo 32: Rumbo al Capitolio

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Cuando abro los ojos, veo que me han trasladado a una sala contigua al Colectivo. Todos me miran; mamá y Prim, Haymitch y Effie, un doctor y Gale, todos preguntando si ya estoy bien

- Bien aporreada -les contesto, bromeando, ya parezco muñeco de práctica del Centro de Entrenamiento. Llena de parches y golpes-. ¿Dónde está Peeta? -pregunto aún medio aturdida, me di un golpe en la cabeza.

- Ya se lo llevaron de vuelta al hospital -indica Gale.

- Y tú también te vas a dar una vuelta por allá para que te revisen, ¿puedes levantarte, cielito? -comenta Haymitch con un leve sarcasmo, aunque sus ojos delatan que está preocupado.

Intento enderezarme, me afirmo y me impulso, pero siento que todo me da vueltas y me detengo a medio camino.

- Todavía no te muevas -interviene mi madre, recostándome otra vez en la mesa donde me han colocado.

- Si te levantas de repente, te vas a marear... espera un poco, Katniss -señala mi hermana menor.

- ¡Qué susto nos diste, querida! -exclama Effie.

Ella y Haymtich se retiran, igual que Gale. Me quedo con el doctor, mamá y Prim, minutos después la puerta se abre y entra Boggs a darme un vistazo.

La fiesta ha terminado ya, aunque por la puerta entreabierta diviso a los flamantes novios asomándose y preguntando por mí. Levanto el pulgar derecho para señalar que ya me siento mejor. Lo que es un decir. Es obvio que no estoy bien si me desmayo de sólo ver a Peeta fuera del hospital. No sé si fue la excitación, la añoranza o el miedo que me atacara de un minuto a otro, sólo sé que ahora sí mis nervios me jugaron una mala pasada y que, por mi culpa, arruiné la hasta entonces perfecta boda de Finnick y Annie. A pesar que no fue una fiesta rimbombante, Plutarch quedó satisfecho con el resultado.

- Lo mejor de que el Capitolio básicamente ignorara al Distrito 12 todos estos años, es que ustedes todavía resultan espontáneos. Al público le encantará esta propo, es televisión de la buena. Como cuando Peeta declaró que estaba enamorado de ti o cuando sacaste el puñado de bayas -me alcanzó a decir mientras me conducían en silla de ruedas al hospital. -No te preocupes, cuando montemos la propo, tu desmayo no saldrá.... -Es lo último que le escucho decir mientras nos alejamos por el pasillo.

Mamá y Prim me escoltan junto con el médico, Prim empujando la silla dentro del ascensor y llegamos a la planta del hospital.

- ¿Otra vez aquí, descerebrada? ¿o vienes a contarme un cuento para dormir? -se burla Johanna cuando me ve pasar en la silla rumbo a tomarme un scanner. 

- Sigo viva -le digo a la pasada.

Tengo que quedarme quieta para que me metan en el tubo claustrofóbico que zumba y pitea mientras toma imágenes de mi cerebro. Mi perturbado cerebro. Pienso en Peeta, inevitablemente, porque su cerebro está peor que el mío, después del secuestro y las torturas; a mí me dio un rayo y tengo una colección de golpes y heridas por todos lados, pero no se compara en absoluto con lo que le hicieron a él. Mi pobre chico del pan. Quisiera poder verlo, al menos, cuando lo vi llevando la tarta, se veía como el de antes. Alegre, sonriente, amable. Un momento... estoy en el hospital, estoy sola en la habitación, me tienen en observación por la noche pero puedo esperar que todo se calme y, cuando la enfermera del mesón más allá esté distraída, ir a la habitación de Peeta. Sólo tengo que ser silenciosa y eso no es problema para una cazadora como yo. A pesar de mis muchos golpes y la conmoción cerebral (por eso me tienen bajo la lupa, por si tengo una recaída), recuerdo con claridad en qué sector está su cuarto. 

Finjo dormir tapándome hasta las orejas con la manta, pero tengo los ojos abiertos en la penumbra, escudriñando hacia el pasillo y esperando la oportunidad precisa. Que se presenta cuando la señora de mediana edad en el mesón se levanta y entra al baño. Descalza y sigilosa, me deslizo por los corredores blancos ignorando las frías baldosas bajo mis pies.

Sinsajo HeridoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora