50. Si huele a chocolate, sabrá a chocolate

47 7 0
                                    


Akane se puso el vestido que le habían llevado, era un vestido bonito, entallado, con una cremallera a la espalda. Se lo había puesto y empezado a subir la cremallera, le estaba demasiado ajustado pero la cremallera cerraba, el problema empezó cuando llegó a un punto donde ya no podía subir más., Akane contuvo la respiración y volvió a intentarlo, pero nada, no subía, pensó que quizás se había quedado atascada y que si bajaba un poquito se desatascaría... y entonces fue cuando se dio cuenta de que ni subía, ni bajaba, y encima ella no podía respirar con normalidad.

—¿Qué hago? ¿Qué hago? ¡Dios que apuro! ¿Cómo voy a salir de aquí?

Abrió la puerta y se asomó. No había nadie a la vista. Si al menos pudiera llamar a Chiharu. Echó un vistazo a la habitación de Akira, encima del escritorio estaba su móvil. Lo cogió y buscó en la agenda; por fin, encontró el teléfono de la chica. Comunicaba. ¡Vaya por Dios! ¿Qué hacía? ¿Esperar a que se preocupasen por su tardanza y subieran a buscarla? De nuevo buscó en la agenda del teléfono. Bien, allí estaba, el teléfono de esa casa.

Marcó. La llamada sonó en el salón.

—Dígame —oyó la voz del padre de Akira.

—Hola, hola. Soy una compañera de Akira —trató de que su voz sonase distinta—. ¿Está?

—Si ¿Quién le digo que eres?

—Ah... si... Karura, soy Karura.

—Espera un momento —El padre fue a la cocina donde Akira y su madre recogían—. Akira, te llama una tal Karura.

—¿Karura? ¿Qué pasará? —Se preguntaba si estaría bien, era muy extraño que le llamase, así, de pronto. Cogió el teléfono—. ¿Karura?

—Soy yo, Akane, por favor ayúdame.

—Pero ¿Qué...? ¿De qué vas ahora?

—Por favor sube, tengo un problema.

—¿Estás segura? Mira que como sea para burlarte de mi me voy a enfadar.

—Te lo juro, por favor, sube, que tengo un problema, por favor, por favor, que no quiero chocolate, lo juro.

—Está bien, voy a ver —Colgó—. ¡Mujeres!

Subió y tocó la puerta.

—¿Akane, estás visible? ¿Puedo pasar?

Casi sin dejarle terminar, Akane había abierto y tiraba de él hacia adentro.

—¿Qué te pasa?

—Esto.

—¿Qué? —Akira no veía nada raro, se había puesto el vestido y le quedaba genial, tal vez demasiado genial.

—Que no puedo abrochármelo y tampoco respirar —dijo la chica girándose—. Me estoy agobiando mucho y no baja, por favor, termina de abrocharme tú.

—Madre mía, anda, trae... ¿Y vas a poder respirar? —Akira empezó a intentar subir la cremallera.

—Parece que tu madre es más delgada que yo.

—Es de cuando era joven. O a lo mejor tú tienes más... ya me entiendes. Es imposible, está atascada.

—¿Qué pasa?

—Que tampoco baja.

—¿Cómo que no baja?

—Intenta no respirar.

—¿Qué no respire? ¡Si ya no puedo respirar menos!

—Es que no baja... ni sube.

—Bueno, mantengo la respiración.

Con sabor a mandarinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora