08. Un favor a un amigo

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—¡Mamá! —Sumiré entró en su casa, se quitó los zapatos rápidamente y sin cuidado y corrió hacia su habitación— ¡Ya estoy en casa!

—¡Pero bueno! ¿Es esa forma de saludar? Ya no estamos en España, aquí las cosas se hacen de otra forma ¿Me escuchas?

—Ay mamá, no fastidies ¿Ahora te va a dar por esas cosas?

—Intento que nos integremos —dijo entrando en la habitación de su hija donde esta abría nerviosa una de las cajas de la mudanza y revolvía el interior—. ¿Qué buscas?

—Mi cámara fotográfica.

—Está en el despacho de tu padre.

—No, esa no, esa es la digital, yo quiero la vieja, la clásica. Me gusta más hacer fotos con ella ¡Ay que rabia! ¿Dónde estará?

—A saber. Esto es un desastre, Sumi, mejor vamos colocando cosas y ya aparecerá.

Acababan de trasladarse desde España y aún tenían la casa llena de cajas de la mudanza o de cosas colocadas por encima de sillas a la espera de encontrar su sitio donde debían estar.

—Es que ahora no puedo. He quedado con Akira ¿Te acuerdas de Akira? Ya sabes, ese que era mi novio cuando iba a la guardería, pues resulta que ahora es mi alumno-tutor, que no lo he elegido yo, que lo ha dicho la profesora, que me tiene que ayudar a ponerme al día.

—Ya te estás acelerando. Hablas muy deprisa y terminarás ahogándote. Relájate un poco.

—Y luego vamos a ir juntos a lo de la sanción.

—¿Qué sanción? ¿Ya te has metido en líos?

—No, mama, si ya te lo dije ayer... lo de la sanción. Que algunos de los chicos están sancionados. Por lo visto el año pasado dieron problemas y ahora tienen que encargarse de la función de fin de curso.

—Ah sí, ya recuerdo. La directora también me comentó algo.

—Yo no estoy sancionada, claro, no estaba el curso pasado, pero puedo participar porque así puedo subir nota en algunas asignaturas ¿No te parece estupendo? Y se me ha ocurrido una idea pero... ¡Ah! —Se sobresaltó al oír el timbre—. Debe ser Akira. Voy a abrir, tu saca algo de beber, porfa, hay que ser hospitalarios.

La madre de Sumire escuchaba a su hija hablar con un chico mientras preparaba un té y esperaba que ese chico tuviese paciencia con su hija y sus despistes.

En cuanto entró en el comedor Akira se levantó para saludarla.

—Buenas tardes, señora Honda. Espero no causarle inconvenientes.

—Oh, que chico más bien educado.

—Si no fuera educado mi madre me daría una buena charla.

—¿Shikamoto? ¡Claro! Tú eres el pequeño Shikamoto, el hijo de Midori.

—Sí, esa es mi madre.

—Por supuesto que tu madre se enfadaría contigo, era muy estricta con tus modales. Perdona que no te reconociera pero es que tu pelo...

—Sí, se me ha oscurecido bastante.

—Tenías unos preciosos rizos rubios, lo recuerdo muy bien. Bueno, mejor os dejo trabajar. He traído té y pastas para que toméis. Voy a salir, Sumire, acuérdate de cerrar la puerta cuando os marchéis. Shikamoto, dale recuerdos a tu madre, me gustaría verla alguna vez.

—Gracias, señora, se lo diré.

Sumire era muy distraída, cualquier cosa podía desviar su atención de lo que estaba haciendo y también olvidar lo que tenía que hacer. Siempre había sido así, incluso en el colegio la mandaron al psicólogo para ver si la ayudaban con ese déficit de atención y ahora intentó concentrarse en lo que Akira le decía, a pesar de que su mente se empeñaba en divagar sobre diversas cuestiones como por ejemplo que en su clase había dos chicas que no conocía, no había hablado con ellas, nadie se las había presentado y ni sabía cómo se llamaban o miraba a Akira y se preguntaba cómo es que había perdido esos adorables rizos dorados, aunque ahora también se veía bonito.

Con sabor a mandarinaحيث تعيش القصص. اكتشف الآن