Únicos [Rolf y Luna]

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—He venido un par de veces a este lugar durante la semana para prepararlo todo, pero no me canso de ver esto—suspiró Rolf, mirando a su alrededor.

—Tu abuelo tenía razón. Es un sitio maravilloso—. Luna se aproximó al agua, y se vio reflejada en un agua cristalina. Vio también unas criaturas acuáticas que nadaban en círculos no muy lejos de donde estaba ella, con escamas plateadas—. Mira, Rolf. Plimpys de agua dulce.

Rolf no se molestó en contradecirla. Tenía claro que aquella especie de peces eran rámoras, los cuales aparecían en el libro de su abuelo. A pesar de esto, a Rolf le gustaba oír a Luna hablar sobre las criaturas en las que ella creía. Nunca se cansaba de escuchar anécdotas suyas.

—Hay muchísimos animales fantásticos más por aquí—le explicó—. Aunque nos he traído expresamente a la parte de la isla donde se encuentran los más inofensivos.

Seguidamente, Rolf señaló hacia su derecha, y divisaron un grupo de criaturas paseando. Un muggle cualquiera habría creído que se trataba de los extintos pájaros dodo, pero para un experto magizoólogo como Rolf, no era difícil saber cómo se denominaban en realidad.

—Mi abuelo me contó que ese lugar de la isla se llama "El paso del Diricawl". Cuando un muggle los encuentra en su hábitat, se aparecen, y llegan hasta aquí. Y cuando consideran que el peligro ha pasado, regresan a su hogar de origen.

Rolf posó sus ojos en Luna. Tenía la mirada perdida. Era curioso, y a la vez, una gran coincidencia, que su dorada melena resplandeciera todavía más a la luz del astro que llevaba su mismo nombre.

— ¿Quieres investigar más a fondo el valle?—preguntó él. Luna pareció volver a poner los pies en la tierra de golpe, como si llevara esperando toda la noche a que le preguntara aquello. Asintió, decidida; y los dos se pusieron en pie, dispuestos a indagar más sobre las criaturas que habitaban allí.

Y durante su paseo, vieron toda clase de animales fantásticos. Al andar, por encima de sus cabezas no paraban de aparecer hadas, duendecillos y, según Luna, también vio algún que otro heliópata. Una familia de clabberts (criaturas que son un cruce entre un mono y una rana) estuvo haciéndole la vida imposible a Rolf, ya que trataron, en más de una ocasión, de robarle la cesta de pícnic y llevarla a su hogar en las copas de los árboles. Más tarde, se encontraron con un kneazle; este se encariñó con Luna, y estuvo siguiéndolos durante el resto de su travesía. También vieron un grupo de cangrejos de fuego. Rolf le contó a Luna que, sus caparazones, hechos con brillantes joyas, eran el motivo de que se escondieran de los muggles en aquella isla, ya que estos últimos siempre trataban de sacar beneficios de ellos. Se detuvieron ante una manada gigantesca de puffskeins. Luna se arrodilló, y uno de ellos saltó a sus brazos. Comenzó a juguetear con él, y el animalito ronroneó. Al kneazle, que Luna había bautizado como Henry, no le hizo mucha gracia que le quitaran el puesto de "criatura más adorable del lugar", así que se hizo un hueco en el regazo de Luna.

Rolf no recordaba haber visto una escena tan tierna en toda su vida.

—Ginny tiene un micropuff—comentó ella, dándole una explicación a Rolf de cómo sabía tratar con aquellos animales. Hizo una breve pausa—. La naturaleza es asombrosa, ¿verdad?

Otros puffskeins del grupo se acercaron a los pies de Rolf, haciéndole perder el equilibro, y como consecuencia, caer de espaldas al suelo. Rio, nervioso, mientras uno de ellos se posaba en su cabeza.

—Sí, sí que lo es—coincidió Rolf. Permanecieron unos minutos sin hablar, viendo a los puffskeins corretear de aquí para allá, hasta que al fin, Rolf rompió el silencio—. Oye, Luna...

—Dime, Rolf.

—Me han ofrecido un puesto de trabajo como magizoólogo en las islas Fiji—murmuró. Sin darle tiempo a Luna a reaccionar ante aquello, Rolf añadió: —Lo he rechazado.

Luna alzó las cejas, sorprendida.

—Pero eso era lo que siempre habías querido.

—Eso era antes de conocerte—puntualizó él.

Ella elevó la vista hacia el cielo estrellado.

—Lo siento—musitó Luna.

Rolf se quedó totalmente extrañado. No solo por el hecho de que Luna acababa de pedirle disculpas sin ningún motivo aparente; sino más bien, porque no era habitual en ella hacer tal cosa.

— ¿Lo sientes?—inquirió él—. ¿Por qué?

—Por alterar tu mundo.

Rolf se incorporó, y la miró a los ojos.

—Luna, no tienes que disculparte conmigo por tal cosa. La decisión que he tomado es la que me hace feliz.

Ella volvió la vista hacia él.

— ¿De verdad?

—Por Merlín, Luna—rio Rolf—. Claro que sí. Me siento la persona con más suerte del mundo por haberte conocido. Eres... única.

— ¿Acaso no lo somos todos?—sonrió ella.

—Hay algo diferente en ti. Algo especial. Algo que los demás no tienen; y algo que muchos otros no saben apreciar cuando te conocen. Algo que me hizo enamorarme de ti desde el primer momento.

Los labios de Luna se curvaron hacia arriba de nuevo.

—Tú también eres único, Rolf Scamander—le aseguró.

— ¿Yo?—Rolf suspiró, y movió la cabeza de lado a lado—. Yo soy un don nadie, Luna.

—Eres alguien para mí.

Fue entonces cuando Rolf se levantó, sin previo aviso, y corrió hasta el grupo de cangrejos de fuego. Con sumo cuidado, extrajo una joya del caparazón de uno de ellos, y le dio unos frutos silvestres a cambio para que el animal no se molestara (y como consecuencia, comenzara a dispararle fuego). Regresó con Luna, y le mostró lo que llevaba consigo.

— ¿Lo has cogido para mí?—preguntó Luna, asombrada.

—Sí—contestó, asintiendo—. Puede servir como anillo provisional hasta que consiga uno de verdad.

Rolf le indicó que le tendiera su mano, y le colocó el anillo en el dedo anular. Luna abrió los ojos de par en par, y él simplemente sonrió.

—Me has enseñado muchas cosas en estos últimos años, Luna. Me has enseñado sobre los valores del amor. Me has enseñado que lo que ocurre en mi imaginación también es real. Y, Luna, ojalá los momentos que compartimos no se acaben nunca. ¿Me concederías el honor de seguir aprendiendo junto a ti?

— ¿Quieres decir casándonos?

Rolf no pudo evitar reírse, pues creía que su indirecta había sido clara.

—Sí, casándonos—le confirmó él.

Normalmente era Rolf quien tomaba la iniciativa de sus besos; pero esa vez, fue Luna quien lo besó a él. Dijera lo que dijera Rolf, él también era único. Porque él era capaz de comprenderla; él no la consideraba una lunática. Él sabía escucharla, y disfrutaba con ello. Él también veía el mundo desde otra perspectiva diferente a los demás. 

De repente, unos mooncalfs salieron de sus respectivas madrigueras, interrumpiéndolos, y empezaron a bailar alrededor de ellos dos y de los puffskeins. Sin embargo, Luna exclamó:

— ¿No es asombrosa la danza de las ranas lunares?

Y Rolf no se molestó en corregirla. Quizás fue porque unos torposoplos que había rondando por allí le habían causado alucinaciones; pero a él también le pareció que en realidad sí que eran ranas lunares.

Dejó de observar a esos animales para contemplar a su bella prometida.

—Sí. Sin duda, es única.

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