Los dos miembros de la banda eran la demostración de que nunca debías guiarte por las apariencias. Guido tenía el aspecto más llamativo de todos. Aunque no tenía tantos tatuajes y perforaciones como Casiano, resaltaba por los constantes cambios de color de su cabello. Ahora lo llevaba de un rojo furioso que combinaba con su rostro de duendecillo y sonrisa pícara. Por su parte, Renzo era el más "normal", un simple estudiante de medicina de veinticinco años con oscuros ojos achinados y cabello negro rapado. El más pequeño era Patricio, el bajista y vocalista, que sorprendía a todos con su profunda voz. Con sólo dieciocho años, Patricio era un muchachito rubio y menudo que seguía los pasos de su primo Guido en casi todo, incluyendo el mal gusto. Aunque, gracias a Dios, aún no tenía la misma adicción hacia la tintura de pelo.

Estaban casi todos.

—¿Empezamos o esperamos? —preguntó Guido mirando su celular.

—No esperen a nadie, ya estoy acá —dijo una voz antes de que su dueña se aparezca en la puerta—. Perdón, perdón, perdón.

—¿Cuántas veces tenemos que decirte que llegues a tiempo? —la regañó Guido, quizás no lo pareciera por su personalidad alegre y lugar como segunda guitarra, pero Guido era el líder de la banda y sabía poner orden cuando se lo necesitaba.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que es mejor llegar tarde que llegar fea? —le replicó Marlene con una sonrisa seductora.

—Entonces deberías volver dentro de una hora —le dije.

—O un siglo —agregó Percy.

—El decorado no habla —citó a una famosa vedette.

Marlene había empezado esta guerra hace cuatro años cuando las tres éramos ingresantes y ella decidió hacernos la vida imposible.

¿El motivo? En una fiesta universitaria a la que fuimos las tres junto con más amigos, estaba el chico que le gustaba. Por desgracia él no le prestó atención por andar atrás mío. Claro que yo, sabiendo que Marlene estaba enamorada de él, intenté rechazarlo amablemente. Pero la pequeña amistad que había entre Marlene y yo se había roto. No importaba cuántas veces intenté explicarme, ella no me quiso escuchar. Para ella yo era una mosquita muerta y se propuso como meta en la vida joderme la mía. Yo no era una persona a la que le gustara llevarse mal con otros. Pero esta chica me sacaba de las casillas. No lograba entender su necesidad por ser como la capitana de las porristas yankees.

En realidad, para ser justa, a Marlene no le hacía falta ni un minuto más, la verdad era que estaba perfecta así. Bueno, perfecta a su estilo, el cual era una caja de sorpresas. Nunca sabrías qué llevaría puesto. Ese día, por ejemplo, tenía un short con tirante sobre unas medias de red y borcegos, y una camisa con estampa de colores psicodélicos bajo un saco magenta. Tampoco podía decir que era fea, tenía una bonita piel tan pálida como el algodón y su cabello sobrevivía con gracia a los continuos cambios de look. Si tan sólo no fuera por su expresión arrogante que la había ver como si hubiese olido mierda.

—Ya basta —ordenó Guido mirándonos a las tres con reproche—. Marlene, a tu lugar y ustedes calladas, sino se van arriba. —A veces él se comportaba como el papá de todos.

Y entonces el ensayo en verdad comenzó.

No importaba cuantas veces los oyera, el efecto sinoptizaste de su música era el mismo. La sombra de Peter Pan tocaba principalmente covers de canciones punk, glam rock y algo de indie cuando el ambiente al que iban era más calmado, pero también tenían algunos temas propios, aunque nunca rebelaban quien o quienes eran los compositores. Sin embargo, ahora estaban practicando algunas canciones de rock ochentero que se adecuaban más al espíritu festivo del cumpleaños de mi hermano. Necesitaban temas que la gente pudiera cantar.

Las canciones de CelestinaWhere stories live. Discover now