Capítulo 52. A sus fauces

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Pies de bailarina de puntas sobre el suelo, curvándose, saltando, estirándose, caminando, sumiéndose al son de la música de fondo.

El suelo tan pulido refleja las chatitas de color negro brillante, moviéndose sin parar, siguiendo el violín, siguiendo las notas.

De repente los pies dejaron de bailar, haciendo que mirara el cuerpo entero de la mujer. Nada más y nada menos que Ader, quien, con un vestido lila, describía movimientos tan nobles y sublimes con su cuerpo, podía saberlo, estaba en un escenario, mucha gente mirándola, muchos dejándose llevar por su elegancia.

La verdad que era tan bello verla trasmitir todos los sentimientos que quisiera trasmitir con tan solo inclinar el torso o contrayéndose en ella.

Me fijo en las personas quienes la ven maravillados, y en ello, escucho un suspiro a mi lado, de esos que se les escapa a los enamorados. Volteo y mi sorpresa es enorme al descubrir de quien se trataba, era el hombre, ese quien se aparece en mis sueños, ese que vi hablando en la biblioteca, ese que me da una comodidad extraña.

Sus ojos brillaban al verla, inclinaba su cabeza cada que ella giraba, saltaba o simplemente se moviera.

Me detuve a examinarlo, él en verdad parecía enamorado de esa mujer, y quizás esa sea la razón por la que ahora lucha contra ella.

¿Dónde estás tú ahora? pregunté, queriendo entender por qué siento que él es una pieza importante para un lío de acontecimientos sin desarrollo.

Cuando terminé de preguntar, la música se hizo más fuerte, pero él ya había volteado hacia mí, ofreciéndome una mirada de compasión, quizá de añoranza.

El violín comenzaba a sonar más fuerte y con vehemencia, era casi una droga, porque me hacía ver ondas de colores en cada acorde.

La mano del hombre se posó en mi mejilla y entré lagrimas que escapaban de sus ojos, abre la boca para hablar.

— ¡Zafiro! —pero esa no era su voz— ¡Zafiro, despierta!—Era Gizah quien hablaba.

La música se difuminaba entre mi sueño y lo real, así que no pude entender lo que me dijo el hombre, pues terminó desapareciendo.

Abrí los ojos, pensé que estaría en el suelo, pero estoy en mi cama y Gizah a mi lado sentada con una bandeja de comida.

—Despierta, debes comer.

Yo cierro los ojos de nuevo, pues quisiera volver a escuchar la música y quiero entender, entender qué fue lo que dijo, y por qué siempre que lo veo me deja este vacío en el pecho, como si ese hombre perteneciera a mi vida, a mi mundo.

¿Por qué lo siento arder en mi piel? Y la música flotando en mi cabeza como bucle, me hace querer saber quiénes son en realidad estos dos personajes.

Son solo una alegoría a las figuras del bien y el mal o los dos en verdad ahora son tierra, mar, fuego y aire luchando uno contra otro.

Algo me dice que cuando lo sepa, querré retroceder, pero es importante resolver los enigmas que retuercen al corazón.

Con una mueca de fatiga me siento en la cama y abrazo a mi amiga por el cuello, en ese momento Andree y Helios asoman la cabeza por mi puerta.

—Basta de arrumacos o comenzaré a pensar otra cosa— Dice Helios con una expresión seria.

—Piensa lo que quieras— responde Gizah dándome un beso en la mejilla, y ella me pide no provocar a su hermano, pero lo tienta con su rebeldía.

— Solo venía a dejar un aviso... — me mira a los ojos y se me estruja el estómago— Hoy vamos a acampar tú y yo. Así que empaca.

Helios salió de la habitación, Andree quedó algo dubitativo en la puerta mirando a Gizah, quien parecía hechizada, pero al final, no dijo nada y siguió a Helios.

Gizah y yo nos intercambiamos la mirada, intentando entender la escena tan absurda que acaba de trascurrir ante nosotras.

—Directo a la boca del lobo—dice ella comiendo mi galleta de avena, la que Berenice prepara especialmente para mí.

—A sus fauces como presa idiotizada— respondo tomando otra galleta.

La Piedra y El Sol [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora