Capitulo 12. Al fin la entendí

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Deja de existir las ganas de vivir

El sonido de la puerta me trae de nuevo al mundo real, mi padre acaba de llegar, lo espero en la sala, porque en mi habitación me sentía consternada y abrumada por la confesión de Hugo.

Papá llega con la bolsa McDonald's al frente, no puedo evitar fruncir los labios, le dije que no necesitaba nada, igual trajo algo de merienda, lo peor es que no consumo nada de origen animal, pero no voy a hacer escandalo por ello.

—No me mires así, ¡Yo no podré hacerles la merienda! —dice alzando ambas manos a modo de defensa, y en lo que tomo la bolsa el se saca el auricular inalámbrico de la oreja, eso ya debe ser una extensión del cuerpo de mi padre.

—¿Y acaso yo no puedo hacerla? —También levanto las manos al aire imitando el gesto que hizo cuando lo acusé.

Mi papá estalla en risas, es verdad, casi nunca entro en la cocina, pero tampoco sé cocinar, estoy ofendida por eso. Sin embargo me ignora, y yo quedo con el vacío en el estómago por la pregunta que quiero hacer a continuación.

Por alguna razón me detengo a observar la rutina de llegada de mi padre, como si  nunca ante lo hubiera hecho, él se ve tan elegante, con apenas unas cuantas canas que dejan saber que es algo mayor, pero sin ninguna sola arruga, parece que los años no pasan en él.

Sacudo mi cabeza, y al fin me animo a formular la pregunta.

—Pa... te molesta si invito a Hugo a merendar en mi habitación, es que necesito hablar algo con él, dejaré la puerta abierta... —digo esto último con un mohín de inocencia, mi padre solo se ríe, mientras baja la maleta de la computadora sobre la mesa de la sala y se dispone a continuar con su trabajo.

—Tranquila, confío en ti, de todas maneras, también confío en Hugo.

—Sí, yo también, pero ahora no sé qué pensar de él. —susurro algo inquieta y decepcionada.

Hablo, cómo si me hubiera traicionado, no puedo negar que me siento dolida, hoy más que nunca sé que las apariencias engañan.

—Iré arriba, no te molestaría...

—Yo lo recibo y lo guío a tu cuarto...—Mi padre y su manía de leerme la mente.

—¡Gracias! —digo plantándole un beso en la mejilla, en esto, él me despeina el cabello, esa es su manera de responder a mi muestra de cariño.

Subo hasta mi cuarto, arreglo mi cama, acomodo mi caja en el escritorio y recojo todo lo que esté fuera de lugar para recibir a Hugo. Agarro mi celular, y lo miro, sin saber qué hacer, lo llevo hasta mi pecho y volteo con rapidez hacia atrás, pues de nuevo tengo esa sensación como si alguien estuviera observándome, respirando en mi cuello.

La tensión se apodera de mi, pero debo confiar en lo que Berenice me dijo, estoy a salvo ya. Suelto todo el aire que tengo retenido y decido tranquilizarme, dejar que todo fluya, en eso el sonido del timbre me sobresalta.

Mi lógica me dice que es Hugo, pero mi cuerpo aún sigue en estado de alerta.

Al ver a Hugo ingresar a mi cuarto, una corriente eléctrica invade mi estómago, y la sensación de miedo desaparece.

Mi padre solo señala a el invitado para que ingrese a la habitación, y cierra la puerta cuando este ingresa. Hugo está sosteniendo la correa de su mochila y mordiéndose el labio, espera, quieto, agitado, desesperado, como si fuera un gato indefenso.

Al fin decido terminar el calvario, así que voy hasta él, lo tomo de la mano y lo estiro para sentarnos juntos en el suelo y recostarnos contra mi cama.

La Piedra y El Sol [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora