«Un»

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«Un» — un Autre Jours

Y aquí estoy yo. ¿Un momento? ¿quién soy yo? ¿y dónde estoy?

A ver piensa, ¿dónde estás? Hasta donde yo recordaba estaba en la fiesta de esa chica, ¿cómo se llamaba? No sé, me dolía la cabeza.

—Vamos Adiel, abre los ojos —murmuré palabras inteligibles.

Traté lo más que pude en abrir mis ojos, pero no pude. Me dolía demasiado la cabeza, mi nuca y todo mi cuerpo.

Tenía la breve impresión que festejábamos como animales, como lo que realmente éramos y me daba igual porque siempre era lo mismo, festejaba hasta el amanecer y cuando me despertaba no tenía idea de quién era y dónde estaba. De igual manera nadie me esperaba para regañarme, no tenía a nadie.

Estaba solo, como un cobarde porque eso es lo que era, la escoria del mundo. Jamás iba a tener todo lo que papá tuvo, una Corona. Jamás amaría y jamás me amarían, ¿quién en su sano juicio amaría a un cerdo como yo? nadie, estaba manchado hasta el alma, mi alma negra y oscura más que la noche.

Aunque en las cartas de mamá decía que valía mucho y que encontraría el amor. Yo sabía que nadie amaría a un chico con un pasado y un yugo tan fuerte como el mío.

Traté nuevamente de abrir mis ojos. Suspiré aliviado cuando por fin logré abrirlos. Escaneé mi cuerpo. Gracias a Chato estaba todavía vestido y no había chicas a mi alrededor —como solía despertarme normalmente—. Algo que sinceramente agradecía dado que hoy no estaba de humor para soportarlas con sus voces chillonas.

Desde que tenía memoria, me la había pasado en este tipo de fiestas para olvidar que era una basura, un inservible y un don nadie. Traté de superar, olvidar todo lo que me había pasado. Era consciente de que era difícil, pero por lo menos podía fingir. De todas formas, a nadie le importaba, las chicas con las que solía acostarme no me satisfacían ni me pasaba el tiempo preguntándome que hacían en la vida, me gustaba mantenerlas fuera de mi vida privada y de mis negocios.

Me considero alguien frío, manipulador, pero encantador y seducía a quien quería y como quería, todas caían. Aún no había llegado la chica que me ponía las cosas difíciles y dudo que llegue. ¡Por favor! todas esas mujercitas cuando me veían babeaban y no podía negar que era un chico guapo, mucho más de lo que podía imaginar.

Mi estatura era de un metro noventa y nueve, mis ojos eran del color de las piedras más preciosas que por momentos se cargaban de maldad. Mi cabello era negro, mis labios eran rojos como la sangre, pero lo que más amaba de mí eran mis preciosas manos, esas que tomaron venganza por si solas.
Aquí en Montreal — Canadá, me tenían miedo, pero sobre todo me respetaban. Huían de mí en cuanto me veían y es algo que me llenaba de placer.

Nadie me mentía, nadie me intimidaba, todos me admiraban, sobre todo Carlos un chico que conocí en prisión quien ahora era mi mano derecha ya que ambos nos sentíamos en confianza, nos apreciábamos y nos llamábamos por apodos extraños.

El solía llamarme Adié y yo lo llamaba Nano. Lo que me agradaba de él era que podía llegar a ser muy directo, el que nunca se callaba y siempre tenía algo que decir.
Me levanté de la cama de donde estaba recostado, me tambaleé un poco, pero no era como si no estuviera acostumbrado a la vida de delincuente y corrupción que llevaba.

No solo tomaba, fumaba, me drogaba y vendía la mercancía que mi patrón me daba para dañar la vida de los demás. Era así, ¿por que? no lo sabía.

Llegué al baño de la casa donde fue la fiesta, y miré mi rostro, mi perfecto rostro de desgracias y tristezas. Pasé mis manos repetidas veces por mi cara para tratar de pasar la borrachera, pero seamos sensatos, eso no pasaría de la noche a la mañana.

Me enamoré de una chica Pentecostal © [1]  BORRADOR COMPLETO. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora