Carta 178

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Después de preparar la comida salí de la cocina y fui a caminar un poco. Me aleje un poco del lugar y me acosté el pasto. Cerré mis ojos y me imaginé a Hera, justo a un lado mío, abrazándome.

Mi imaginación era tan grande, que podía sentirla como si fuera real.

-¿No te cansas de pensar?-me preguntó.

-No, no lo hago.

-Deberías de dejar de hacerlo, te dañara.

-¿Por qué?

-Es una ley de la vida.

-Eso no existe-dije entre risas.

-Da lo mismo si existe o no-se alejó de mí.-deja de pensar en mí, es odioso.

-¿Qué te pasa?-le pregunté molesto.

-¿Qué qué me pasa? ¿En serio?¿Qué me pasa?

Asentí.

-Es molesto que me pienses, deja de hacerlo. Cuando tuviste la oportunidad de amarme como se debe lo arruinaste. Ahora no vengas con tus lágrimas y arrepentimientos. Tuviste una oportunidad, miento, tuviste más de una oportunidad y ¡todas las desaprovechaste!

-Fui un tonto, lo sé.

-Eres más que eso. Tú no deberías de tener derecho a amar, eres un jodido demonio. Solo haces sufrir a las personas.

Eso dolió.

-Tranquilízate-le pedí. -Perdóname.

-"Perdóname"-imitó mi voz.- Tú no mereces ni el perdón de Dios.

Miré sus ojos. Sus ojos eran negros, llenos de frialdad y odio.

-Vete a tu infierno y déjame en paz.

Sentí un gran nudo en mi garganta. Hera me estaba hiriendo con sus palabras.

Hera me seguí diciendo cosas, cosas hirientes. Sus palabras eran como cuchillos entrando una y otra vez en mi pecho, en mi alma.

Me sentía débil, empecé a llorar. Ella se burló se mí, se burló de mí porque empecé a llorar por culpa de sus hermosas palabras que hieren mi corazón.

-Sé que te dañé. Lo sé. Sé que fueron muchas veces-le estaba gritando-también sé que tu corazón está roto, por mi culpa. Lo sé, no soy estúpido.

-Si lo sabes ¿Por qué lo hiciste?

-Sé porque lo hice, mientras lo hacía no sabía.

-Que incoherente.

Y de nuevo, Hera empezó con su sermón. Sabía que todo esto era mi imaginación, pero no quería abrir mis ojos.

-Lastímame todo lo que quieras-le dije-yo no dejaré de pensarte ni de amarte.

Hera me miró furiosa.

-¿Qué tengo que hacer para que me olvides? ¿Debo matarte?

-Aunque me mates, seguiría amándote desde el infierno.

Su piel se puso chinita. Hera se quedó paralizada.

Abrí mis ojos y regresé a la realidad. Toque mi rostro y limpie mis lágrimas. Jamás pensé que Hera llegará a ser tan hiriente. Pronto volvería a imaginarla más. Aunque fuera hiriente conmigo, esta era la única manera de sentirla junto a mí.

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