Capítulo 19 - Lujuria

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—Emm... ¿Jorge?

Nada. No hubo respuesta.

Jorge sacó su mano de la manta y la apoyó sobre su muslo. Ella sintió un calor insoportable. La manta cedió tras el hombro. El torso desnudo hizo sombra sobre la pared.

Sonando Billie Eilish de fondo.

El fuego crujiendo.

Las velas bailando.

Él tanteó, primero, inclinándose hacia ella. Ella no retrocedía. Poco a poco, fue recortando la distancia, en unos segundos que se hicieron interminables para los dos. La miró a los ojos, luego a la boca. No lo pensó mucho más.

Y la besó. Otra vez.

Amaia recordó de nuevo sus labios. Estaban aún algo fríos. No tardó en notar su lengua, suave y delicada. Buscaba también la suya, y sin pensarlo mucho, se la dio.

Las respiraciones comenzaban a sincronizarse. Primero la de él, sosteniendo entre los dientes su labio inferior. Suspirando lentamente. Luego la de ella, disfrutando, con los ojos aún cerrados, de un beso que no terminaba. Jorge tomó su mejilla con la otra mano, y la manta cedió del todo. Amaia dejó caer la mano sobre su pierna, y Jorge se subió encima suya. Comenzó a besarla por el cuello.

Con su lengua, trazó una línea por la constelación de lunares que iba desde su clavícula hasta su oreja, y dejó que todos los puntos se unieran con su saliva.

A Amaia se le escapó un suspiro. Y Jorge continuó.

Aún sin mediar palabra, Amaia subió las manos a sus calzoncillos. Notaba el calor de sus glúteos, restregándose muy sutilmente por encima de su falda, mientras la besaba. Una y otra vez. Hacia abajo y de nuevo subiendo hacia sus caderas. Con cada vaivén, Amaia sentía cómo las velas brillaban un poco más.

El perfume de él, mezclado con el de su aliento a menta fresca, la anulaba por completo. Notaba cómo el corazón latía con cada beso. Casi se le salía por la garganta.

Jorge la sostuvo por el pelo, empujó su cabeza hacia atrás y lamió su boca sin pudor.

Sus labios se juntaron de nuevo y sellaron lo que a ella tanto le ponía.

Amaia dejó por fin de imponerse a sus impulsos, y fue ahora ella quien le estiró el elástico del calzoncillo y lo bajó de dos tirones hasta sus tobillos. Agarró su miembro con firmeza, y comenzó a sacudir.

Jorge gimió de placer. No podía creer lo que estaba pasando.

La apartó un poco para lubricarse él mismo con su saliva. Luego juntó su mano mojada con la de ella, entrecruzando sus dedos, y la devolvió ahí abajo.

La dejó de besar durante cinco largos segundos, mientras la miraba a los ojos y disfrutaba de cada sacudida, ahora ya más consciente de todo.

Arrugó la frente con un soplido, y volvió a juntar sus labios con los de ella, sin dejar de empujarla con la cadera contra el sofá. Esta vez se mantuvo cerca, pero sin llegar a besarla. A apenas dos milímetros de su boca, pero si rozar su piel. Amaia notaba el aliento sobre su barbilla, y aprovechaba para respirar más hondo cada vez que él soltaba el aire y la estrellaba contra el respaldo. Ella soltó su pene para besarlo una vez más, y después lo apartó de encima suya con las dos manos. Él tropezó con sus piernas y cayó al suelo, y ella aprovechó para sacarle los calzoncillos de los tobillos y lanzarlos lejos, junto a la chimenea.

Se tiró encima suya.

Jorge notó sobre sus pectorales los pechos de Amaia, cubiertos por un top de licra. Fue ahora él quien la giró violentamente, asegurándola con una mano sobre su culo, la tumbó bocarriba y se colocó encima suya.

Notó algo mojado.

Amaia subió los brazos y él leyó rápido la señal.

Sacó el top de un tirón y se dejó caer sobre sus tetas. Luego se escupió en la mano y la bajó directa hacia su clítoris. Para sorpresa de él, no llevaba bragas, lo que le puso a mil por hora. Pensar que sólo una tela lo separaba de la piel prohibida hizo que comenzara a mojar la muñeca de ella con el líquido preseminal, mientras lo masturbaba. Amaia no pudo resistir retorcerse.

Él la agarraba, con los labios entre sus dientes, y la acariciaba ahí abajo con delicadeza. Notaba cómo la palma de su mano ardía. Sus dedos se empapaban más y más, y él aprovechaba para chupárselos y seguir masajeando por fuera. La besaba, y lamía sus labios, su lengua y sus dientes a un ritmo que ella no soportaba más. Despacio. Una y otra vez. Por arriba y por abajo. Desde la mejilla hasta la oreja. Ella sacudía su pene al mismo tiempo, apoyándolo en su antebrazo. Notando el calor del glande, que no dejaba de lubricar. Él la desabrochó, tiró de la falda y bajó, hasta llegar a cubrirlo todo con su boca. Llevó sus dedos a la boca de ella mientras la besaba por abajo y chupaba sin pudor. Bajó ahora sus dedos húmedos al agujero, y comenzó a acariciarla. Adentro y afuera. Primero lento, y luego tan rápido que asustaba.

Ella encogía sus piernas, llevaba sus manos a la frente de placer y luego de nuevo a la cabeza de él para chocarlo más fuerte todavía contra su clítoris.

El sudor de él empapaba su pelo y caía por el cuello enrojecido. Amaia cruzó una pierna por encima de su cabeza, sacó su falda del todo y esperó bocabajo.

—Fóllame.

Jorge escupió sobre su glande, a punto de estallar, lo posó sobre ella y, agarrándola por la cadera, la penetró. Avanzó de un movimiento, hasta terminar golpeándola con sus testículos. Luego salió y volvió a entrar. Una y otra vez. Cada vez más rápido.

La moqueta se inundó en diez minutos más de placer, y él aprovechó para salir y correrse encima. Él la besó por última vez, recogió la manta del suelo y se metió en el cuarto de invitados.

Hora VeintitrésWhere stories live. Discover now