Aquella mañana el aparcamiento del centro escolar estaba a rebosar. Coches conduciendo en todas direcciones y estacionados en doble fila. Niños que cerraban las puertas de los vehículos y saltaban a la acera con sus mochilas y sus calcetines hasta las rodillas. Padres que agarraban la mano de sus hijos, los balanceaban y los acompañaban hasta la fachada principal del colegio.
Bajo la tenue sombra que proporcionaba el único árbol de todo el aparcamiento, un coche rojo solitario aguardaba en silencio.
Con el motor apagado y las ventanillas subidas, la mujer de dentro mantenía la mirada fija hacia algún punto en el frente, impasible frente al bullicio.
Después de un tiempo, apareció.
Un niño de corta edad agarraba la mano de una señora con sombrero. El pequeño vestía un peto de pantalón corto marino y tirantes abotonados. La señora lo frenó en seco, delante de la escalera, y lo lanzó por los aires, lo recepcionó, lo besó en la mejilla, y después lo abrazó. Reajustó el botón de uno de sus tirantes, y acto seguido se quitó la mochila de su hombro para devolvérsela al pequeño. Éste cruzó la entrada de un brinco, y la señora del sombrero se desvaneció entre la muchedumbre.
El coche arrancó y marchó sin dejar rastro.
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Hora Veintitrés
Science FictionA finales de otoño de 2045, cuando desperté en el hospital de El Loto, la ciudad maldita a la que me enviaron mis padres cuando cumplí los 4 años, no habría sido capaz de imaginar que ser asesinado durante el verano del año próximo podía convertirse...