Capítulo 14 - Por las noches (1/5)

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Las tablas de madera sostenían, entre crujidos, los cuatro muebles de un modesto salón. El reloj de cuco marcaba la hora veintitrés.

—¡Es una locura! —gritaba la madre—. ¡No podemos dejar en manos de esos tipos a nuestro hijo! Lo sabía desde el principio, Miguel, te lo dije. ¡Te dije que esto no sería buena idea!

—Tranquilízate calabacín, no va a pasar nada. Escúchame: mañana llevaremos a Jorge al autobús como estaba planeado, ¿vale? Y lo despediremos con nuestra mejor sonrisa, ¿sí? —le pedía él, mientras le secaba las lágrimas de las mejillas—. Lo principal ahora es que se marche tranquilo y seguro de sí mismo. Es mucho tiempo. Necesita estar fuerte. Además, no tiene por qué pasarle nada a él. Y ahora sí que los necesita. Los necesita a ellos, no a nosotros.

Teresa rompe en un llanto de rabia e impotencia. Hunde el puño en la mesa y todo retumba bajo el salón de los Blanco.

—Te vas a acabar arrepintiendo... ¡Toda tu vida! Y yo también. No debimos haber firmado nunca esos papeles.

—Cuidado calabacín, vamos a despertarlo. Ya son más de las diez.

El niño aún estaba despierto en su cama.

—¿Mamá y papá están peleando? Así no puedo dormir... Por cierto, ¿dónde estará mi conejito?

El niño buscó y se abrazó a su peluche preferido. Tiró un poco de la sábana para destensarla y se tapó hasta la frente.

—No hay quien entienda a los mayores. Yo solo quiero hacerme mayor pronto para que me tomen más en serio. Me da igual dónde. A mamá y a papá los veré en un tiempo.

—¡NO! El niño no se irá.

—¿Qué cojones haces Teresa?

—Tengo que de... decirle...—balbuceó con los ojos inyectados en lágrimas—. ¡Voy a decirle la verdad!

—No servirá de nada, calabacín —intentó hacerla volver a la calma—. Mañana viene el autobús, y todos los papeles del acuerdo están firmados. Podemos acabar los dos en la cárcel. Todo por un impulso tuyo. Piénsalo. No tendremos dinero para pagar la sanción.

—¡Me da igual la sanción! —sentenció la madre, con la nariz mocosa y los ojos entumecidos.

—¡Teresa! ¡TERESA! ¡VUELVE AQUÍ!

Teresa se levantó descalza, dejando las pantuflas revueltas bajo la mesa.

Teresa abrió la puerta del salón y giró a la derecha.

Teresa trotó por el pasillo, corrió y se golpeó contra todo, mientras se aproximaba a la habitación del fondo, antes de que su marido la agarrara por el pantalón del pijama y los bajara del tirón hasta las rodillas.

Teresa, contra todo pronóstico, logró abrir de un portazo el dormitorio.

Y Miguel no había podido hacer nada para evitar el impulso de su mujer.

—¡JORGE, TE VAN A MATAR!

CLIC.

Hora VeintitrésWhere stories live. Discover now