Capítulo 7 - Veo que empieza a soltarse

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En los jardines boscosos que envolvían al Lago Central, los niños jugaban a esconderse después de las clases. Los arbustos de hortensias dificultaban las tareas de búsqueda sobre el terreno. Mientras tanto, sentadas en un banco, tres mujeres comían pipas y charlaban despreocupadas a la sombra.

—Hay que ver tu Miquel, ¡cómo se ha puesto de grande!

—Desde luego. No hay quién lo reconozca.

—En el cole sus amigos lo llaman ahora El Tiburón.

—No será por lo de...

Escupió una pipa a la bolsa y asintió orgullosa.

—¡NENA!

Rieron sin pudor las tres señoras.

—Los campamentos siempre traen algo nuevo cada año. Uno que si la Verónica esa de los pelos tiesos en los espejos, y mi Miquel que ya no podía ir al baño solito. Al año siguiente que si era verdad que dos hombres podían hacer bebés juntos. Y ahora éste, que si le vieron el patito a mi nenuco, y ahora es El Tiburón de segundo.

—¿A dónde lo llevas? —preguntó una, visiblemente interesada por apuntar también a su niño.

—Eso lo organizan desde el equipo de electroball de Los Kósters nena. Diez días de marzo de vacaciones para todos. ¿Y por ese precio? ¡Que se lo sigan llevando de descubrimientos todos los años!

Una de ellas se puso ahora en pie, haciendo como que prestaba más atención a su niño que a la conversación. 

—¿Ya le hablas a tu Miquel de los asuntos del desnudo? —soltó sin apartar la mirada del frente. 

—Nena, figúrate que el nenuco vino a casa un día preguntándome que por qué la seño Laura, la de música, ¿sí?, ¡estaba sin pantalones encima de la mesa del de mates! Tócate.

Se giró emocionada. 

—¿Don Blas?

—Blasito, sí. Y nena, pues que se lo dije tal cual —escupió otra pipa—. Ya sabe hasta qué es un preservativo. La semana pasada nos pilló a mí y al Dave de celebraciones en el cuarto de las lavadoras. Le dije que se volviera a la cama y no volvió a preguntarnos más. Hasta ayer al volver del campamento. Es un chico muy curioso —sentenció, descruzándose de piernas—. Estamos encantados con él.

El Tiburón, por su parte, buscaba exhausto al resto de peces alrededor del lago. El sol pegaba fuerte, y la luz, casi cegadora, se reflejaba caprichosa desde la manta de agua próxima. Caminaba sin un destino claro. Mirando al suelo, a punto de tirar la toalla y volver con la mamuca. Paró para sorber algo de agua fresca de una fuente cercana averiada y continuó, aún con la barbilla y la camiseta mojadas.

Se metió en la zona de hierba alta, y siguió avanzando.

Una mujer lo observaba desde algún punto en la distancia.

El pequeño saltó encima de otro niño, capturando así a su primera presa. Ya solo quedaban tres más. Poco a poco fue encontrándolos a todos. Dio con el último cuando se lanzó de espaldas contra la puerta de un baño portátil y algo salpicó dentro del inodoro.

—¡Hundido!

Mientras exploraba en solitario un camino alternativo de regreso entre los árboles, sintió un crujido a escasos metros de él.

Se giró.

Contuvo la respiración, y prestó la atención suficiente como para obligarse a no ver nada.

Volvió a girarse y caminó despacio. Tres pasos. Antes de salir corriendo, hasta el banco, casi volando sobre la hierba.

Las tres señoras recogieron todo y salieron con sus hijos de aquel parque.

Aún desde la distancia, la mujer de antes se aproximó al banco, ahora vacío, y se sentó. Agarraba un conejo de peluche entre las manos.

Hora Veintitrésحيث تعيش القصص. اكتشف الآن