CAPÍTULO TREINTA Y DOS - NOVÍSIMA II

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Eleora

Llego a la Isla Esmeralda con la extrañeza de estar recibiendo una sortija de matrimonio en manos de un hombre que no es mi esposo, pero cada segundo que pasa resuena en esta tierra que conozco tan bien, impidiéndome razonar en la desaparición de Mihail Mikhailov, la cual empieza a causarme estragos, ya que no sé si ha sido planeada por él, o si se trata de una sorpresiva ofensiva para debilitarnos por su ausencia en mi vida, como la ausencia mía en la suya.

La bruma irlandesa envuelve mis pensamientos cuando salgo de la aeronave con Pyort Mikhailov a mi lado, pero me aferro a la dureza que me ha sostenido en medio de mis sufrimientos. Las emociones amenazan con desbordarse cuando los estrépitos de los llantos de mis gemelas, Maya y Mila Mikhailova, truenan en mis oídos. Las imágenes de su pérdida intentan nublar mi juicio, pero yo soy la dueña de mi mente.

Mi corazón late con la fuerza de un tambor de guerra, pero no puedo permitir que la tristeza me desarme. Cierro los ojos, bloqueo el retumbo de esos lamentos y me abstraigo en la tenebrosa estrategia que se diseña en mi mente mirando al jovencito que camina a mi lado. Arthur Kavanagh nos ha declarado la guerra, y no tengo más opción que responder con una astucia tan fría que terminará fosilizándolo en un bloque de hielo.

El dolor se aplaza. Lo encapsulo en una prisión mental mientras organizo mi estrategia. Enfrentaré a Arthur con la misma ferocidad con la que él se ha alzado contra nosotros, aun no creo que en este momento vaya a enfrentarme a alguien intrascendente como él.

Subo a la camioneta que espera por nosotros, cada vía de Dublín aumenta mi rabia hacia la familia Kavanagh, pero cada edificio es un bálsamo para las heridas que jamás cicatrizaran en mi piel.

Mientras recorremos esta tierra, juro que las lágrimas que amenazan con emerger me darán las fuerzas que necesito. La batalla será librada no solo en Irlanda, sino en los recovecos de mi mente, donde las tácticas se conciben y las realidades se desenredan.

«Arthur Kavanagh no sabe a quienes ha provocado, y él será el primero en aprender que, en esta lucha de poder, nosotros somos los ganadores»

—Hemos llegado —informa un elemento frente a la lujosa casa de mi esposo en este lugar.

— Bienvenida a casa, señora Mikhailova—dice otro elemento abriendo la puerta de la mansión mientras yo desciendo del vehículo.

Giro la cabeza, desviando mi mirada de la suya. Ha comenzado a aclararse el velo que envolvía las intenciones de todos los elementos Sigma al atenderme. Ahora comprendo que su disposición cambia según si me consideran su mandataria o la esposa de su mandatario. La verdad se extiende ante mí, estoy aquí no por casualidad, sino porque él, mi esposo, ha premeditado meticulosamente mi presencia en este lugar.

En cada gesto, en cada palabra, vislumbro la maestría de Mihail Mikhailov, quien desde la profundidad de su mente ha creado una atmósfera donde su ausencia física no impide que su influencia nos dirija a todos. Cada decisión, cada cambio en el trato, es parte de una estrategia que él ha trazado para que, incluso en su ausencia, su presencia se sienta de manera contundente.

Trago saliva sintiendo nauseas porque entiendo que no solo me encuentro en un lugar físico, sino también en un lugar que tiene un propósito calculado. La revelación me insta a adentrarme al descubriendo de lo que ocurre con mi esposo con agudeza, sabiendo que cada desafío impuesto por él es una oportunidad para demostrar la inteligencia que siempre ha visto en mí.

La majestuosidad de la casa en la Isla Esmeralda se erige ante mí, pero mis pensamientos están nublados por la sorpresa. Mis pasos se quiebran en el suelo de mármol cuando atravieso la puerta principal. A primera vista, todo parece en orden, pero mi instinto, agudo como siempre, detecta algo fuera de lugar.

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