CAPÍTULO VEINTIOCHO - ÓFRICO I

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Narrador Omnisciente

En la grandeza de un imperio, donde las sombras se deshacen con la luz y las intrigas se desenmarañan en oscuros recovecos, descansa una historia de poder que sobrepasa barreras y reta las vidas de quienes quieren rendirse a su decisión de amarse, ya que comprendieron que amarse no es un sentimiento, sino una elección que los redime de todos los errores cometidos por negarse a aceptar que uno estaba hecho para el otro.

La muerte que han querido engañar muchas veces se hace presente en sus vidas, ya que dejaron de bailar junto a ella en la oscuridad para gozarse en los rayos de luces que significa su amor para los dos, como si sus pecados en esta vida no serán pagados con el valor de la vida misma que ambos quieren traer a un mundo que pueden gobernar, pero que no les pertenece.

Es en su camino malicioso hacia el poder que ahora poseen que, Minerva Martinelli y Mihail Mikhailov, dos eminencias de dominio, han forjado un imperio rodeado de míseros triunfos que los tiene navegando por aguas turbulentas de desgracias.

Sus convicciones, sujetadas en la esencia misma de su ser, se han asidos en un sueño compartido; la creación de un linaje que perdure en el tiempo y que cimente su legado en la historia de un mundo que han logrado doblegar bajo su voluntad, pero ese anhelo profundo, que ha despertado en ellos una implacable aspiración profunda, se ve ahora sometido a una prueba más intensa que cualquier batalla que hayan enfrentado.

La tragedia se ha cernido sobre ellos, oscura y cruel, en medio de la celebración de su amor. El campo de tulipanes, escenario de sus ansias compartidos, se ha teñido de sombras con la pérdida de un futuro que apenas comenzaba a tomar forma.

Ella, feroz y frágil a la vez, está sintiendo el latigazo del destino en sus entrañas, un aborto que está dejando una marca de dolor en su alma y ha oscurecido las llamas de su deseo de ser madre otra vez a la vez que él, el amo del mundo y señor de las destrucciones más inconcebibles, encuentra su poder y control impotentes frente al sufrimiento que padece junto a su mujer.

Sus firmezas, que alguna vez parecieron inquebrantables, titubean en la vorágine de la tristeza de padecer otra perdida de un ser que desconocían de su existencia, aunque de efímera presencia en sus vidas, pero que crea en ellos un desconcierto en las ilusiones que esperaban convertir en realidades.

En su mirada grisácea, tan profunda como el abismo mismo de sus dominios, se refleja la tormenta interna que agita su ser.

—Mikaela —murmura Mihail con su mujer desmayada en sus brazos, aunque aferrándose a la hija que corre entre los tulipanes para acercarse a sus padres, ya que ver como su madre se desplomaba al suelo encendió un ardor en su pecho que solo lo siente cuando sus sentidos les advierten el peligro que rodea a su madre y a su padre.

Ahora, en el silencio de la noche, mientras las estrellas resplandecen en el cielo como invitados especiales de la siniestra vida que han nutrido con sus decisiones, Minerva y Mihail se encuentran ante un duelo que convierte sus fortalezas en sus más temibles debilidades.

Se enfrentan a la fragilidad de la vida y a la inevitabilidad de la muerte que siempre protegen con sus planes, se pelean a las seguridades que se han formado en hierro y fuego que siempre salvaguardan con sus armas y se desafían a las profundidades de sus deseos de ser padres una vez más que siempre abrigan con sus resistencias.

En esta disputa interna, donde su placer se somete ante el dolor y su poder se esclaviza frente a la vulnerabilidad, los dos se encaran a la más desafiante lucha que puedan haber tenido en sus vidas, ya que saben que esta explorará los escondites más oscuros de su ser porque las tenebrosidades de sus pretensiones más intensas batallarán contra la luz que empezaban a tener en su amor indeleble.

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