CAPÍTULO CUATRO - CONTICINIO I

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Eleora

Ya no queda nada.

El zumbido en mis oídos me altera el razonamiento, el ritmo cardiaco y el control de mis emociones. Todo se silencia a mi alrededor instalando el inmortal sonido que penetra lo más profundo de mis oídos como si estuviera atravesando membranas para destruir mi cerebro.

No tengo nada que decir.

La vista que tienen mis ojos sobre la oscuridad de la noche en el aire golpea mi tórax, llevo mi mano a mi corazón sintiendo los latidos apresurados partiéndome el alma en cada uno de los vory que acaban de morir y percibo el ardor en mis cuencas por la escasez de lágrimas.

Todo se acabó.

El sufrimiento que padece mi cuerpo de una extraña manera no se encuentra en mi cuerpo, sino en mi alma provocando que empiece a removerme en mi asiento, arañarme los brazos y luchar con quienes me toman por los brazos para estabilizarme en el helicóptero.

Estoy muriendo.

El oxígeno se esfuma de mis pulmones con lentitud dejándome con la asfixia que me incita apretar mi cuello luchando con el ahogamiento de todo lo que tengo por decir quedando completamente desfallecida.

Uno, dos, tres...

Aprecio los movimientos que hacen en mi cuerpo, un líquido caliente invade mis venas haciéndome arquear la espalda por lo caliente que lo siento en todo mi torrente sanguíneo y una mascarilla sobre mi boca en sacudidas rabiosas en los brazos de quién me sostiene.

Cuatro, cinco, seis...

Llenan mis vías respiratorias de una ráfaga brusca de oxígeno que retorna el bombardeo de sangre desde mi corazón a mi cabeza, mis ojos se tuercen endureciendo todos mis músculos y empiezo a respirar intercalado notando cómo todo mi cuerpo se empieza a aligerar.

Siete, ocho, nueve...

Abro los ojos quitando la mascarilla de mi boca con las venas de mis sienes latiéndome fuerte, una mano toca mi frente peinando mi cabello hacia atrás y elimino el rostro que tengo al frente cayendo en la tranquilidad efusiva y escuchando un persistente pitido agudo.

Diez segundos.

Solo tardo diez segundos en idear lo que necesito para acabar con todos mis marionetistas a la vez, volviendo a posicionarme mentalmente dónde debo estar, calmo mi respiración distinguiendo la oscuridad en cada rascacielos de esta ciudad que se reconoce por sus luces y pienso en mi hija deseando hidratar mis ojos, pero solo tengo un fuerte manto de resequedad que deja mis ojos ardiendo porque no logro pestañear.

Un doloroso ruido se ubica en mis oídos por largos minutos dejándome en un estado conmovido donde existo sin tener dominio de mi cuerpo, descendemos del helicóptero en un helipuerto privado, subimos a una furgoneta que se pone en marcha con apresuramiento y dejo mi mirada sobre las personas que discuten sin poder escucharlas, pero puedo detectar el enojo por la manera en que dilatan sus ojos, mueven sus manos, fruncen sus ceños y se interrumpen mostrando imágenes en tabletas que agitan al aire como si justificaran sus estados de enojo con lo que están viendo.

Nos detenemos en una casa, mis oídos prosiguen encendidos con el pitido retumbante, alguien me sienta en un sillón agachándose frente a mí y me disipo en sus ojos grises que no me dejan entender sus palabras porque me sumerjo en el cambio de color de sus iris grises a oscuras viéndose muy sombrío.

Se aleja destruyendo una tableta en la pared, otras personas llegan y él evita que se acerquen a mí con mucha molestia. Todos hablan, todos se mueven, todos discuten, todos lloran, todos golpean objetos rompiéndolos en pedazos, todos me llevan de un lado a otro y todos apuntan hacia mi sin poder gesticular alguna palabra.

ESTUPORWhere stories live. Discover now