CAPÍTULO VEINTISÉIS - OBTEMPERAR I

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Mihail

Días antes...

En medio de las sombras que se amontonan en mi mente, percibiendo en mis oídos la melodía de Take Control de Kodaline, encuentro el deleite de la guerra silenciosa que se libra en el campo del autoengaño. Con astucia, enredo ilusiones enhebradas con mentiras, para que aquellos que me rodean crean en mis propias ficciones.

Es un juego peligroso, un placer en el que me deleito, pues es en la mente donde verdaderamente se forja mi dominio.

Cada palabra que pronuncio, cada gesto que ejecuto, es cuidadosamente calculado para sembrar semillas de ilusión en los corazones ajenos. Me sumerjo en un océano de engaños, y con maestría presento una realidad a medida, una realidad que se inclina ante mi merced.

Como un titiritero hábil, manipulo las marionetas a mi antojo, y ellas, ignorantes de su sometimiento, se rinden a mi poder.

Sin embargo, en este juego de mentiras y dominio, hay una excepción; Minerva Martinelli, «La mujer que ejerce dominio sobre aquel que domina a todos», es quien posee el don de ejercer un dominio sobre mí. En sus ojos resplandecen destellos de poder y en su voz se encuentra el eco de la autoridad.

Es ella quien penetra en los recovecos más oscuros de mi ser, desenmascarando mis verdades y sometiéndome a su voluntad.

Aunque otros puedan creer que soy el amo indiscutible de esta realidad creada, solo ella conoce el verdadero alcance de mi sumisión, me postró a sus pies como siempre quise que me postrara, ya que es a través de su dominio que mi poder alcanza su máximo esplendor «En su mirada encuentro la complacencia de ser el rey sometido a una reina», de ser el siervo de la que es capaz de gobernar el mundo con el poder de una emperatriz.

Navego por las corrientes cambiantes de este juego de ilusiones, me regocijo en la maestría con la que me oculto detrás de mis propias mentiras, puesto que es en ese oscuro terreno, entre las sombras de lo que aparento ser y lo que realmente soy, donde encuentro mi verdadero placer.

En esta contienda de dominio y autoengaño, soy el señor de mis propias invenciones, y mi mente es el campo de batalla donde libro una guerra silenciosa sin tregua.

El frio golpea mi cuerpo en tanto que avanzo a pasos firmes porque la satisfacción colma mi ser al contemplar los estragos que he sembrado en este mundo. Los desastres son mi obra maestra, un testimonio del poder para desestabilizar y controlar a mi antojo.

Me he convencido de eso durante el mes de marzo completo, 31 días en los que he asumido que las ruinas provocadas se convirtieron en un reflejo de mi habilidad para moldear la realidad según mis deseos más oscuros.

Soporto los vientos intensos; catabáticos, enalteciendo mi cabeza, debido a que caí de rodillas ante una mujer que me vence con su existencia, pero que, aunque muchos vean los desastres como simples destrucciones, los contemplo con orgullo porque a través de ellos glorifiqué a quien me vuelve digno de todo lo que soy, ya que amarla es un placer cuando se impone sobre mí.

Todos reconocen que soy capaz de desatar el caos en ideas trazadas y, a la vez, ser el salvador que lo revertirá en planeaciones ejecutadas. En este doble papel encuentro mi verdadero dominio, mi supremacía sobre el destino de la humanidad.

Me prohíbo repetir palabras para defenderme, debido a que me encanta ser culpable, pero me fascina ser el culpable de todo, puesto que mi mente es un fundidor de creatividad ligada a la astucia naciente a desmedida en mis genialidades.

Todas mis acciones, atadas a raciocinios, se vuelven piezas únicas en el rompecabezas de mi plan maestro, un juego que disfruto mucho jugar, aunque no tanto como camuflar mis verdades de mentiras porque como un arquitecto de la destrucción, construyo y destruyo con precisión milimétrica.

ESTUPORWhere stories live. Discover now